miércoles, 6 de abril de 2011

Quedan 624 días

Esta mañana ha sonado el reloj despertador con su irritante y rutinaria alarma.De un solo golpe he logrado que pare de hacer su molesto ruido y que se rompa el cristal que protegía la esfera. La vaca burra ni se ha inmutado. Difícilmente se pueden superar los decibelios de sus ronquidos.No sé cómo me he acostumbrado a los sones de la 'teresa común'.
Me he relajado y he dejado pasar los minutos. Premeditadamente, he decidido que no me iba a afeitar ni a asear como cada día. Tampoco me he vestido con traje y corbata, como he hecho desde hace ya casi quince años. Además, he sido consciente en todo momento de que tenía dejar pasar el tiempo para llegar al menos un cuarto de hora tarde a la oficina. Cuando me he levantado, he tirado con fuerza del edredón para despertar bruscamente a la vaca burra, pero no lo he logrado a la primera. Esa bestia parda no duerme, hiberna. Sin embargo, el plan b ha funcionado. No hay sueño profundo que resista a un vaso de agua bien frío. Como un resorte se ha incorporado con sus ojos legañosos.
- ¿Cari, qué haces? -me ha preguntado alarmada mientras se apartaba agua de sus mofletes.
- No quería que te quedases dormida. Tienes que despertar a los niños, darles de desayunar y llevarlos al colegio.
- Pues, claro, como todos los días, cari.
- Perdona, como todos los días no, como todos tus putos días -he corregido-. Me voy a la oficina.
- Pero, ¿dónde vas con los vaqueros y con esa camisa? Además, vas tarde -me ha recriminado.
- Ya me he dado cuenta, señorita Fletcher. Por cierto, no sé a qué hora volveré. No me esperes despierta.
- ¿Cómo?
- Adiós, blanca flor... De primavera.

El efecto sorpresa ha sido tal, que me ha dado tiempo a salir de casa sin dar más explicaciones. He arrancado el coche con acelerones innecesarios y me he tomado el camino de casa al trabajo como un slalom mientras escuchaba las bromas de un programa de radio fórmula. He decidido que el intermitente a partir de ahora va a ser sólo un elemento decorativo y así lo han refrendado los claxones de al menos una decena de vehículos. A las 9.18 he llegado a la asesoría, situada en el centro de Fuengirola, a más de cuarenta minutos de trayecto de nuestro discreto piso de la barriada malagueña de Teatinos.

No sé aún que ha llamado más la atención de los compañeros mi indumentaria o mi inusual falta de puntualidad. He dado los buenos días uno por uno. A ellos, palmaditas en las espaldas; a ellas, un beso en la frente. He entrado en el despacho de don Jerónimo, a partir de ahora Jerónimo. O mejor, Jero.
- Buenas, jefe, hoy tengo un mal día. Lo necesito libre. Asuntos propios... Eso es. Necesito un día de esos de asuntos propios.
- ¿Cómo? -me ha preguntado estupefacto.
- Pues eso, que tengo que relajarme, que es martes.
- ¿Eh?
- No se preocupe. Estoy bien -le he dicho con una sonrisa tranquilizadora antes de soplarle un beso que previamente he depositado en la palma de mi mano.

Mis compañeros y algunos clientes que ya estaban dando por culo a primera hora con sus problemitas fiscales me han mirado fijamente desde el momento en el que he cerrado con cuidado la puerta de Jero hasta que he salido tarareando 'I feel good' por la oficina. Eso sí, me he despedido a todos con un 'bye, bye'.

El resto del día ha sido para el disfrute. Después de un buen desayuno (café, zumo de naranja y media 'viena' a la catalana), me he dado un buen paseo por el paseo marítimo de Fuengirola. Hoy estaba nublado, pero merecía la pena caminar acompañado por el olor a salitre del Mediterráneo. Después de estirar las piernas convenientemente, he vuelto a coger el coche y me he ido hasta Marbella. Ni más ni menos que a Restaurante Santiago, donde me he zampado yo solito una langosta, dos vieiras y una ración de percebes. Nunca había comido esos bichos de mar. Los he regado con una botella de Alvariño. Por supuesto, me la he bebido entera y le he añadido dos orujos de hierba de la casa. La cuenta sé que tenía tres cifras, pero no sé cuáles. He abonado el importe con la tarjeta de crédito Ikea Family y he dejado diez euros de propina. No cogía una cogorza como ésta desde mi despedida de soltero, allá por la década de los gloriosos noventa. ¡Qué feliz! Me he dado una vuelta por Puerto Banús para que se me pasara la borrachera.

Después, he conducido hasta el centro comercial más cercano y he comprado uno de esos mini portátiles, un netbook o cómo carajo se llame. Desde allí, de nuevo sobre ruedas me he trasladado con la música de 'Rock & Gol' hasta Pedregalejo. Me he sentado en las Chanclas, que antes era Cohíba, pero mucho antes era las Chanclas. He pedido a la camarera que me sirviera un mojito y que me dejara enchufar el trasto para poder escribir mi primer día de esta especial cuenta atrás. Como soy bastante torpe en esto de relatar, me ha alcanzado la medianoche. Eso sí, me he zampado dos 'caipirinhas', otro mojito más y un 'crêpe' salado.
¡Qué raro! La vaca burra no me ha llamado. Tampoco nadie de la oficina. ¿Será porque tengo el móvil apagado desde esta mañana?
Por cierto, nos quedan 624 días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario