jueves, 30 de junio de 2011

Quedan 539 (El souvenir de Marrakech)

Al final me decidí por Marrakech. No soy muy dado a lo exótico, pero por una vez me quería dejar sorprender. Y la verdad es que casi no me puedo quejar. Regresé ayer miércoles, aunque me he traído como souvenir un virus intestinal o estomacal que me ha dejado anulado durante las dos últimas jornadas. Ahora estoy mejor, pero aún así no he ido a casa. Me temía lo peor y ayer preferí alojarme en un hotel que estuviera lejos del centro. Estoy en el Hotel La Chancla, un pequeño paraíso de Pedregalejo. En cuanto mejore pienso atiborrarme a mojitos. Lo tengo clarísimo. Llevo una semana sin probar una gota de alcohol y quizás por eso esté tan mal ahora. Estoy casi seguro de que el efecto vírico sería menos nocivo si mi sangre estuviera más embriagada.
Y lo de Marrakech fue una aventura desde el principio. Sin apenas información de la ciudad, cogí un taxi que me dejó en la plaza Jamaa El Fna, el gran espacio de la medina que resulta ser  todo un espectáculo tanto de día como de noche. Allí todos quieren hacer su agosto. Me quedé absorto al ver una imagen que sólo había visto en películas. Un magrebí conseguía que una cobra negra se erigiera con el son de una flauta. Tan obnubilado me quedé que me casi me atropellan con una motocicleta. Por cierto, no fue la única que tuve esquivar en zonas peatonales. En ese gran centro neurálgico de la ciudad no faltaban los que ofrecían fotos con macacos o serpientes, los que vendían zumos naturales o los niños que directamente pedían una limosna. Después de atravesar la plaza con una temperatura que estaba por encima de los cuarenta grados, llegué hasta uno de los extremos y pregunté por un riad que pude ver en un foro de viajes. Un joven amablemente, pero, esos sí, a cambio de 30 dirham, se ofreció a acompañarme. Afortunadamente había una habitación. Estaba decorada, claro está, con ese particular estilo magrebí. En el patio del riad entablé conversación un grupo heterogéneo compuesto por dos hombres de mi edad, más o menos, y tres chicas que debían estar por debajo de la treintena. Se apiadaron de mí y me ofrecieron apuntarme a todas sus excursiones. Al principio casi me niego, ya que no me apetecía hablar mucho con nadie, pero gracias a ellos podría conocer no sólo la zona sino los alrededores. Ellas eran bastante simpáticas; ellos, no tanto, pero, en ningún momento los noté molestos con mi improvisado acompañamiento.
Pasamos muchas horas en una furgoneta del hotel, con chófer magrebí incluido. Desde el viernes hasta el martes no sólo hemos recorrido todos los rincones de la medina, con el zoco incluido, sino que también hemos visitado otras partes del país. Conseguimos pisar el desierto del Sahara. También el Atlas más profundo, con unas maravillosas cascadas cuyo nombre no logro recordar. Además, me dejé llevar hasta Essouira, una ciudad costera donde se celebraba un conocido festival de música autóctona. Durante estos días, he conocido a gente sencilla y fabulosa que me ha hecho olvidar por completa el enredo que dejé en Málaga.
Me he quedado gratamente sorprendido con la comida marroquí, aunque seguramente entre una de esas delicias culinarias andaba el virus que me he traído como recuerdo. Volveré a visitar el país, pero tendré la máxima precaución a la hora de comer fuera. Los vómitos, la diarrea y los mareos no son buenos compañeros para un viaje de vuelta. La próxima vez también me llevaré cerveza y ginebra. Eso, seguro. Además, tengo entendido que con el alcohol se abren muchas puertas en ese sorprendente país.
Ahora mismo escribo desde la terraza de La Chancla, con una temperatura agradable y un anochecer que me devuelve el sosiego que pierdo en cuanto pienso en Marcela y Mónica. ¿Dónde andarán? No me atrevo ni a conectar el móvil ni a acercarme al centro. Dejaré que la tempestad pase durante estos días.
Mientras tanto, me doy cuenta de que el tiempo sigue con su paso inexorable y ahora sólo quedan 539 días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario