martes, 21 de junio de 2011

Quedan 548 días y algunas horas (En pleno temporal)

Ha sido el peor fin de semana desde que empecé mi nueva vida. Lo he vivido con estrés y hasta con cierto miedo. El resultado lo he visto esta mañana en el espejo. ¡Me han aparecido canas por todas partes! Todo empezó el viernes cuando llegó Marcela. Antes reservé una habitación doble en el hotel Larios para tres noches. De esa forma evitaba que Mónica me encontrara en casa en cuanto viera que mi móvil estaba apagado.Mi desesperación no me hizo darme cuenta de que realmente había buscado alojamiento en la boca del lobo. Un hotelito en Rincón o en Torremolinos habría sido más inteligente.
Marcela llegó con casi tres horas de retraso. No me avisó del retraso y tuve que esperar como un lelo en el aeropuerto. A veces me telefonea para tonterías y el viernes no tuvo el detalle de decirme que llegaría más tarde de lo previsto. Pero, en cuanto la vi aparecer entre una multitud de guiris, olvidé mi malestar. Soltó su maleta y corrió a buscarme. Se abrazó con tanto fuerza que me hizo daño en las costillas. Después llegaron unos besos tímidos y la llevé al hotel. Le dije que en el piso estaban haciendo obras. Llegamos a la hora de cenar, pero como ella no tenía hambre subimos a la terraza para probar unos cócteles. Caipirinha, mojito y piña colada no han de mezclarse en una sola noche. Y menos aún en la cabeza de una atolondrada jovencita de 21 años. Se le subió tanto el alcohol que comenzó a gritarme "te quiero", seguido de "eres el hombre de mi vida". La terraza estaba llena y la vista de la Catedral ya no era la protagonista. Noté que todos miraban nuestra mesa. Entre risas, claro. Le dije a Marcela que nos retiráramos, pero tenía ganas de salir a una discoteca. Lógicamente, en el centro de Málaga no abundan. Y la intenté contentar con el Fragel Rock. Allí bebimos varios chupitos de tequila. Llegó a estar tan ebria como somnolienta, así que fue fácil convencerla para volver a la habitación. En cuanto asomé la cabeza a la calle vi pasar a Mónica con sus amigas. Afortunadamente no me vio, pero intenté quedarme en la puerta un rato por si acaso retrocedían. Marcela no entendía nada. Y mucho menos el 'gorila' que guardaba la entrada. Me pidió por favor que saliera o entrara, pero que no me quedara allí como un pasmarote. Al final, me sacó de un empujón. Caí sobre un grupo de niñatos, que se molestaron conmigo y con el portero. Se formó tal revuelo que pensé que Mónica y sus amigas, que no debían estar a más de veinte metros, podrían acercarse. Así que opté por levantarme como un resorte, coger de la mano a Marcela y salir como alma que lleva el diablo. Ella se quedó dormida con la ropa puesta y yo tardé horas en conciliar el sueño.
Para evitar problemas como el día anterior, pensé que lo mejor era pasar el sábado en Nerja y el domingo en Marbella. El primer día recorrí las playas de Maro, la Cueva, el Balcón de Europa y Frigiliana. Marcela me dijo que no quería tanta excursión. Prefería pasar tiempo conmigo, pero de forma más íntima. El sábado por la noche llegamos tan cansados que me costó sudor y casi lágrimas poder eyacular. Ella ni siquiera aspiraba al orgasmo, pero se lo encontró por el camino. Previamente, me dijo que no le apetecía mucho, pero que podíamos intentarlo.
El domingo visitamos Puerto Banús, pero después de almorzar me dijo que estaba cansada y que quería pasar la tarde en el hotel. Volvimos, igual que fuimos, en taxi (Me he dejado un dineral desde que llegó esta argentina). Echamos un polvo, una siesta y otro polvo. Por ese orden. Marcela me empezó a hablar de planes de futuro, pero afortunadamente le interrumpieron algunos gritos que venían de fuera.

- ¿Quién grita tanto en esta ciudad un domingo por la tarde, boludo?
- Ni idea, pero parece una manifestación.

Y así lo era. Los desarrapados de Democracia Real Ya se acercaban por la calle Larios en dirección a la plaza de la Constitución. Ella insistió en asomarse en el balcón tapada sólo con la sábana. Creo que le gusta mucho llamar la atención. Yo me negué a salir. En cuanto la marcha llegó a la altura del hotel, empezaron a escucharse frases dedicadas a ella. Algunas obscenas y otras con ingenio, hay que reconocerlo. "Guapa, bájate y con la sábana hacemos una pancarta". "No nos mires, únete y si puede ser a mí, mejor". "Oye, si te pones a lo perro, yo te doy mi flauta". Ella sonreía y gritaba como si estuviera implicada. Me harté y fui a sacarla del balcón. En ese momento, escuché desde la calle una voz femenina que gritaba mi nombre. Por instinto cobarde, me agaché. Asomé la cabeza entre los visillos y pude ver que había un grupo de jóvenes que señalaban hacia el balcón. Eran las amigas de Mónica. Segundos más tarde se acercó ella, que venía charlando con otros manifestantes. Pude oír desde la primera planta a una de sus amigas diciendo que yo había aparecido en el mismo balcón donde aún lucía parcialmente sus encantos Marcela. Todas empezaron a gritar mi nombre. Todas, menos Mónica, que parecía incrédula. La que sí reaccionó y para mal fue mi queridísima acompañante de habitación:

- ¿Ernesto? Está aquí, pero es un boludo -les respondió.
- Marcela, cállate, por favor -le susurré.
- Ernesto Jiménez González es mi prometido -gritó sin hacerme el más mínimo caso.

A gatas y semidesnudo me acerqué hasta ella y conseguí sacarla de la escena, mientras reía y decía "mi futuro marido quiere adelantar la noche de bodas". La senté en la cama y cerré las puertas del balcón con cuidado de que no se me viera desde fuera. Pero pude ver la cara de Mónica mirando fijamente hacia arriba.
Después de todo aquello Marcela y yo discutimos bastante. Ella se dio cuenta de que quería ocultar algo, pero no sabía qué. Y yo, evidentemente, me negaba a desvelarlo. Se enfadó bastante y me aseguró que se volvería a Londres si no le contaba lo que estaba pasando. No pude conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada.

Esta mañana me han despertado desde recepción para recordarme que debía dejar la habitación a las doce y quedaban pocos minutos. He dicho que quería seguir algunos días más, pero rápidamente he colgado al darme cuenta de que estaba solo. No estaban ni Marcela ni sus pertenencias. Había huido. De alguna forma, era un respiro. He conectado el móvil y he visto varias llamadas perdidas de Mónica, una de Gabi y otra de Marcela. También tenía de ella un mensaje de texto. "No me he ido. Stoy buskndo que scondes". El maldito sms me ha desconcertado. He hecho la maleta y me he dado cuenta de que no tengo ni la cartera ni mis llaves. He dicho en recepción que me quedaba una noche más para ganar tiempo y no dar explicaciones. He recorrido las calles del centro en busca de Marcela. No he tenido suerte y he vuelto a la habitación para ver si encuentro alguna pista. No he tenido suerte, así que he empezado a relatar estos días para recordar algo que me sirva para desvelar dónde se ha podido meter esta dichosa argentina.
Mientras tanto quedan 548 días y unas pocas horas para que esto definitivamente se vaya a la mierda.

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