martes, 31 de mayo de 2011

Quedan 569 días (París, ciudad de un amor muy blanco)

Acabo de llegar agotado de París. Un fin de semana intenso que se ha visto sucedido por un largo viaje con escala en Madrid y, una vez allí, un retraso de casi cinco horas por problemas técnicos en el avión. Aún así no puedo dejar para mañana mi relato de mis últimas horas en esa maravillosa ciudad y la experiencia de pasarlas con Marcela. El viernes me fui al aeropuerto de Orly a esperarla. Tenía ganas de verla y besarla, pero cuando ella me vio a lo lejos se abalanzó sobre mí y me dio lo que ella llama un "abrazo de oso", es decir, dar un gran salto y echarse en mis brazos, apoyar sus piernas en mi cadera y apretarme fuertemente por el cuello para acercar mi cabeza contra su pecho. Noté rápidamente que iba sin sujetador, lo que disparó mi libido hasta límites insospechados.

- Me alegra verte de nuevo, Marcela. Vamos directos al hotel si te parece bien -con educación y emoción contenida por una repentina timidez.
- Claro, boludo, pero antes me tenés que llevar a ver la torre 'eisfel'. Quiero subir a todo lo alto para que me besés allá.
- Bueno, antes dejamos las maletas en el hotel y descansas un poco, que tienes que venir muy cansada. Además, tengo muchas ganas de ti -sonreí con un gesto de complicidad no correspondido.
- No seas zarpado, españoleto.¿Todos los gallegos sois iguales? Vamos a la torre y que el taxi espere con las maletas.

¡Qué gran verdad la del refranero que mezcla las carretas con el encanto de los senos femeninos! Admito que fui un calzonazos que aceptó el capricho de la niña. Tuve que abonar casi 150 euros para conseguir un beso de sus labios. Es lo que tuve que pagar al taxista por el trayecto que va de Orly a la Torre Eiffel, con la consiguiente espera para subir a lo alto, y después el traslado hasta el hotel. Al menos al llegar allí ella aceptó mi capricho. Antes, pasamos por la ducha los dos y terminamos en horizontal sobre la moqueta de la habitación. Ella me mordió efusivamente y me dejó marcas en el cuello, los hombros y la muñeca derecha.. Me dio igual. Al fin pude terminar lo que empecé en aquel hotel londinense. Mereció la pena. Marcela tiene la piel más tersa que jamás he tocado. Debe cuidarse con cosméticos muy caros o tener una genética muy especial. Su cuerpo es de diez, perfecto. Su boca es grande y de labios generosos. Una diosa.
Nos metimos en la cama para no coger frío y ella me abrazó con fuerza mientras observaba mis genitales. "¡Qué feo!" Y se reía a carcajadas.
Me quedé dormido junto a ella, pero me desperté solo. La llamé al móvil, pero lo había dejado en la habitación. Estuve esperando casi dos horas. Pregunté en recepción, pero la chica no me entendía bien ni siquiera en mi inglés. Regresé a la habitación y allí estaba ella en la puerta. Empezó a gritarme recriminando que no estuviera dentro.

- ¿Y tú? ¿Se puede saber dónde te has metido? -le pregunté sin tener en cuenta su incomprensible enfado.
- Abre la puerta, boludo. Ahora te cuento -es curioso como pasa del voseo al tuteo cuando quiere.
- Se te ha caído, boluda -el adjetivo se lo dije con un tono mayor para que notara mi enojo.
- ¿El qué?
- La educación -le dije.

En lugar de seguir con la discusión, ella se rió a carcajadas con mi respuesta. Abrí la puerta y rápidamente se metió en el baño. En ese momento pensé que tenía un apretón y en mi interior quise disculparla, pero me equivoqué. Sacó una bolsita de plástico con polvo blanco y vació una parte sobre un pequeño espejo que sacó de su bolsa de aseo. "Venií, gallego, que ésta parece buena". Me enfadé y le pregunté de dónde carajo había sacado eso.

- ¿Por qué te crees que he tardado tanto, boludo? He tenido que preguntar por todos lados. Nadie me entiende acá, ¿lo sabes? He tenido que hacer gestos para que me comprendieran. Ha sido divertido. Un taxista me ha llevado hasta un piso que estaba hecho miércoles, ¿me comprendés? Estaba lleno de gente muy rara, muy pobre, gallego. Pero, allá había un colombiano que me ha entendido y me ha dado esta coca que dice que es suprema -hizo una pausa para esnifar por sus dos orificios nasales mientras yo la miraba atónito, sin capacidad de reacción- Buenísima, vení acá.
- Pero, ¿estás loca? -es lo más inteligente que podía salir de mi boca en ese momento.
- No seas boludo. Por cierto, el taxista está esperando en recepción. Bajá y págale -sacó un billete de doscientos euros-.

Volví a hacerle caso,  pero estaba más indignado que los de Democracia Real Ya después de recibir los palos de la policía en la plaza de Cataluña. Tal y como me había dicho, el tipo estaba esperando en recepción. Era mulato, fornido y con cara de malas pulgas. Me acerqué y dije el nombre de ella. Me miró seriamente y tendió la mano. Le di el billete y se fue sin despedirse.
Al subir a la habitación, Marcela me insistió para que compartiera su adquisición, pero me negué. Me dijo que tenía ganas de hacerlo de nuevo y a eso accedí sin rechistar. Antes de colocarme el preservativo, ella cogió un poco de su coca y la colocó con suavidad sobre mi glande. En un primer momento noté un cosquilleo, pero ignoraba las consecuencias. Estuve durante varias horas con una estaca en mis pantalones. Me negué a salir a cenar fuera y pedimos que nos subieran comida a la habitación. Ella pidió como extra una botella de Möet Chandon. Al menos tiene buen gusto. La noche fue intensa. Ni ella era capaz de dormir ni mi miembro tampoco. El único problema era que no conseguía descorcharlo. No fue tan fácil como el champán.

Debimos estar despiertos y hablando hasta el amanecer. Por eso, alargamos nuestro sábado hasta las dos de la tarde en la cama. Nos duchamos juntos y nos acicalamos para dar un paseo por la ciudad. Fuimos primero a Notre Dame y después al Sacré Coeur, en Montmartre. Las vistas allí eran maravillosas, pero el ambiente nos encandiló mucho más. A ambos. Nos hicimos muchas fotos con el fondo de los pintores que llenaban la plaza. Marcela quiso comprar uno de los cuadros que vio, pero no consiguió que su autor aceptase el billete de quinientos euros. Y no por falta de efectivo, sino porque dudaban de ella y del dinero que portaba. Entró en cólera y empezó a gritar como una poseída. Sólo los pocos turistas de habla hispana que había en la zona se reían con sus alaridos y sus insultos. Los pintores callejeros permanecieron impasibles. Muchos parecían incluso que estaban motivados para deslizar sus pinceles sobre el lienzo.
Después de aquel berrinche la llevé a cenar al Bateau Mouche. No hay nada como una velada en barco sobre el Sena para relajar a una fiera. El menú estaba diseñado para americanos, pero al menos el recorrido nocturno por el río merecía la pena. Un turista de acento vasco nos contó que aquella ciudad es tan especial de noche, pero a la vez tan cara, que muchos de los que viven allí se conforman en hacer alguna vez una ruta nocturna en coche.
Después de cenar, Marcela insistió en ir a una discoteca. Tenía anotada una dirección en un papel. Una amiga suya de Buenos Aires se la había recomendado. Fuimos en taxi. No recuerdo ni el nombre ni su ubicación. Sólo sé que bebimos muchos vasos cortos de tequila. Sin limón ni sal. A palo seco. Varias veces noté que me quedaba solo mientras ella bailaba con chicos mucho más jóvenes que yo en el centro de la pista. Según me contó ayer por la mañana, uno le cogió las nalgas mientras intentaba besarla y mi reacción fue ir a pegarle. Me cuesta creerlo porque no soy de naturaleza violenta. Ella afirma que sí y que fui tan motivado como torpe. Lo único que conseguí es caer sobre aquel tipo después de tropezar con otras personas. Él fue el que evitó que cayera en el suelo. Mi estado de embriaguez, siempre según la versión de Marcela, era tan notoria que me sacaron de allí en volandas. No sé. Me cuesta aceptarlo.
Aprovechamos la jornada dominical para hacer más visitas. Ella insistió en ver el Museo de Cera. Para mí fue una pérdida de tiempo. Por lo menos, se divirtió y aceptó fácilmente que fuéramos después a los jardines de Versalles. Nos hicimos también muchas fotos y ella se mostró especialmente cariñosa, tanto que asusta. Me dijo que me quería y que quería venir a vivir conmigo a España. Yo intenté ser diplomáico y distante, pero al final me quedé a su altura. Acepté que venga a Málaga este verano. Ya concretaremos las fechas. No estoy convencido de que sea una buena idea.
La noche fue más romántica que erótica, es decir, ni un ápice de pornografía. Estaba algo decepcionado, pero la veía tan feliz abrazada a mí que no quise cambiar su guión. Esta mañana en el aeropuerto su despedida fue casi trágica. Lloró mucho. A mi juicio, exageradamente. La consolé recordándole que esperaba su visita.
No sé qué hacer. Quizás me arriesgue a recibirla aquí en este apartamento que cada vez está más desordenado y sucio. Lo qué sí estoy seguro es que volveré a París antes del 21 de diciembre de 2012. Me ha quedado mucho por visitar. La próxima iré solo.
Mientras hago ésa y otras reflexiones, tomo conciencia de que quedan tan sólo 569 días para el fin.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Quedan 575 días (Reflexiones antes de ir a la 'ciudad de la luz')

En pocas horas parto a París. ¡Qué ganas tengo! Creo que me he quedado corto con una estancia de cinco días, pero también tengo que cuadrar cuentas con los días que me quedan. Entre ayer y hoy he recopilado en Internet bastante información de la ciudad, de los sitios que visitar, dónde comer. Incluso un plano de la ciudad me he descargado. Ahora todos son facilidades para viajar. No entiendo por qué la gente no lo hace más. Aquí en Málaga sólo se dedican a hablar de los resultados electorales del domingo. Ni sé quién ha ganado ni me interesa un pimiento. Ninguno va a impedir que disfrute lo que me, nos queda de tiempo.
Afortunadamente vivo en mi propio mundo y eso me permite una evasión total. Viajar, un buen yantar, beber y fornicio en la medida de lo posible. ¿Qué más necesito sabiendo que esto se va al carajo? ¿Amor?¿Cariño? ¿Comprensión? Ya los tuve en su momento y de poco sirvieron. Ahora todo eso se los dejo a los románticos y a los papanatas. Tengo claro que no me quiero convertir en un cabrón con pintas, pero, si alguien me quiere impedir el acceso a lo que yo considero mi felicidad, va a conocer la peor versión de mí. El Ernesto 2.0 no tiene nada que ver con el cándido marido servil y frustrado. ¿No fui generoso con Alfonsito, Tomasito y con la madre que los parió? ¿No dediqué años de mi vida trabajando para un usurero que no me dejaba prosperar en su empresa?
Estos día ando de reflexión porque algunos me critican mi forma de querer ser feliz. Gabi bromea y me dice simplemente que estoy ovulando y que eso me está agriando el carácter. Ayer me volvió a preguntar por mis creencias.

- Ernesto, ya en serio. ¿De verdad tú crees que esto se acaba?
- Tan seguro estoy que mira lo que estoy haciendo con mi vida.
- ¿Y si estás equivocado?
- No lo estoy. ¿Has visto el volcán que ha entrado erupción en Islandia? ¿Y los últimos terremotos? Esto es sólo el principio.
- ¿Y los indignados también?
- No creo que lleguen muy lejos, pero lo mismo son el ingrediente humano que falta para la coctelera de la destrucción final -me sorprendí combinando esas palabras-. Nunca se sabe, quizás provoquen una rebelión de masas que dé el empujoncito final a un desastre bélico mundial.

Gabi sonrió y me tomó, una vez más, por un loco simpático. Lo mismo pensaba yo de él hace años. Estuvimos almorzando ayer en la terraza del Málaga Palacio, un hotel que te hace disfrutar de vistas únicas de la ciudad. La postal de Málaga sería perfecta si se pudieran eliminar algunos puntos del puerto y el horrible edificio que está entre el castillo de Gibralfaro y el Museo del Patrimonio. París me aguarda con una estética bien diferente. Estoy seguro. No tiene mar, pero tampoco lo echa en falta. Gabi me dijo ayer que ha estado varias veces y que le decepcionó porque lo vio todo muy gris. ¿Gris? Así será el color de las pocas neuronas de este insensato de escaso gusto.
Por la tarde, me llamó Marcela para darme una buena noticia. Me acompañará durante el fin de semana en la 'ciudad de la luz'.
Esta mañana me ha vuelto a llamar y hace dos horas también. Habla mucho, pero su acento es encantador. Es más, me pone mucho. Lo que no sé encajar es su excesivo cariño. Está bien que ponga pasión en las cosas, pero parece como si yo fuera el amor de su vida y que me echara de menos de verdad. Bueno, ella dice "te extraño". Le compraré algún detalle cuando llegue mañana a París.
Hoy he invitado a comer a Raquel. Le he vuelto a pedir disculpar por mi fuga de la otra noche. Le he mostrado un resguardo de la denuncia que interpusieron contra mí y aquel loco bohemio por la pelea en el Pasapenas. Parece que me ha creído, pero no han entendido muy bien por qué la dejé sola en mi casa aquella noche. Eso sí, ha aprovechado para traerme todo lo necesario para hacer su Declaración de la Renta. Está claro que yo la mía no la haré este año. ¡Que me busquen! Hemos almorzado en un bar de tapas llamado Pepa y Pepe. Ella ha insistido, pero no me apetecía para nada. Apenas he comido. Sólo ponían fritangas de pescado y ensaladillas. El vino de la casa no se merece ningún comentario. No se pueden ir derrochando epítetos despectivos así como así.
Le he animado a pasar la sobremesa en mi casa, pero ha puesto como excusa que tenía que recoger a sus vástagos de clase de kárate. En el fondo me ha venido bien porque he tenido tiempo suficiente para hacer la maleta y no olvidar nada. En cuatro horas viene el taxi a buscarme y no tengo sueño. Me gustaría hacer alguna trastada a los vecinos. Sobre todo al de la puerta B. Grita mucho por teléfono y pone la música muy alta. Pero, pospongo la venganza para mi vuelta.
Mientras tanto, restan 575 días para que esto se vaya a la mierda.

lunes, 23 de mayo de 2011

Quedan 577 días (Experiencias hispalenses)

Intenso fin de semana en Sevilla. Salimos el viernes por la tarde de Málaga y antes de las nueve de la noche ya estábamos alojados en el hotel Posada del Lucero, un cuatro estrellas donde habíamos encontrado una buena oferta. De allí fuimos a tapear a la Alameda de la antigua Híspalis. Gabi y Rubén habían quedado allí con algunos amigos sevillanos y onubenses para asistir todos juntos a un festival de conciertos, "Territorios". De buena gana me hubiera quedado tomando gambas, camarones y otros bichejos, pero me habría quedado solo allí. No tuve más remedio que tragarme varias actuaciones. Uno era de Raimundo Amador, del que conocía varios temas; otro era Vetusta Morla, uno de esos grupos poppies de moda. Estábamos tan lejos del escenario que llegué a pensar que quien cantaba era una chica, pero no era así. Por último, vimos a unos británico-hindúes con mucho ritmo exótico. A esa hora ya me hizo efecto aquella maldita pastilla que me dio Gabi. Sólo sé que no paré de bailar y que el sábado me levanté a las tres de la tarde con jaqueca y dolores musculares provocados por las agujetas. También por algún que otro golpe que me tuve que dar, ya que tenía varios moratones en las rodillas, el brazo derecha y el costillar.
El sábado terminamos comiendo a las cuatro de la tarde en el centro de la ciudad. Después, contra mi voluntad, asistimos a la concentración de los desarrapados de "Democracia Real Ya". Mucho sudor, poca higiene corporal y casi nada de sentido común. Para cuatro días que nos quedan mejor olvidarse de la política. Continuamos en las calles hasta alta horas de la madrugada. Primero, digerimos varias cañas en "El Tremendo", un clásico sevillano. Seguidamente, llenamos nuestros estómagos en un bar de tapas cercanos, donde nos pusieron croquetas de bacalao, montaditos varios y ensaladilla de huevas. Continuamos en un curioso bar de copas, "El Urbano", que en su interior recrea una calle, con sus farolas, sus aceras y sus toldos. Allí la embriaguez desató la euforia y ésta provocó a su vez brindis acrobáticos que derivaron en rotura de cubatas y cervezas. Llegué a perder el control y recuerdo que me subí a una mesa de billar. Cogí un taco y fingí que era una guitarra para tocar los acordes del "Rock and roll" de Led Zeppelin, que sonaba con fuerza. Una camarera de brazos tatuados me bajó de allí y me sacó en volandas al exterior. No me reconocí. Creo que todavía estaba bajo los efectos psicotrópicos del día anterior.
Por mi culpa tuvimos que cambiar de bar. Una amiga de Gabi y Rubén nos sugirió otro antro. Dijo que estaba cercano, pero veinte minutos más tarde todavía estábamos andando y sin saber muy bien hacia dónde. La chica-guía, de nombre Renata, aseguraba que tampoco era para tanto. Poco después llegamos a un bar casi vacío y entre todos la pregonamos. Pobre. No se lo tomó a mal, pero al final nos decantamos por retirarnos al hotel. Eran casi las cinco de la madrugada.
Hoy nos hemos levantado casi a las dos de la tarde y hemos regresado a Málaga en el coche de Gabi. Venía Rubén y también Renata, que ha insistido en todo el trayecto que es normal eso de tener que caminar anto para ir de un bar a otro en Sevilla.
Al llegar a Málaga nos hemos ido directamente a Pedregalejo a disfrutar de un gran ambiente veraniego. Gabi, Rubén y yo hemos disfrutado con los escotes generosos y los bikinis minúsculos, sentados en Las Chanclas tomando mojitos. A las diez de la noche he regresado a casa. Me he quedado dormido, pero me acabo de despertar para escribir mi paso por Sevilla.
Mientras tanto, nos quedan tan sólo 575 días para el fin del mundo.

viernes, 20 de mayo de 2011

Quedan 580 días (Vega de Geva, gambas de Garrucha y variedades rusas)

El mundo se va metiendo en su propia locura, en su propia agonía. Ya lo avisan las profecías más fiables. Esto no va a estallar de un día a otro.De hecho, estamos inmersos en la dinámica que nos llevará a la destrucción total. Seísmos, revoluciones (en los países árabes primero y ahora aquí en Europa), temporales, inundaciones,... Esto es sólo el principio. Y sólo sirve para confirmar que inexorablemente esto se va a la mierda. Mientras todo esto acontece, yo sigo por el camino trazado, el del disfrute. Una vez cerrado y confirmado el viaje a París, voy a intentar pasarlo lo mejor posible estos días. Mañana me voy a Sevilla con Gabi y Rubén. Me llevan a un festival de conciertos, pero me prometen que, además de eso, me enseñarán rincones únicos de la capital hispalense. Y que no falte la noche, claro.
Ayer asistí al inicio del fin de mi divorcio. Reunión con Teresa, su abogada y el mío, Fernando Guerra. La vaca burra parecía insensible. Dura y fría. Su representante fue la que más habló. Llegamos a un acuerdo rápidamente. Yo desistía de ver a los niños (de todas formas no los veía ni los quería ver) y ella mostraba su conformidad con las condiciones establecidas. El único problema es que su abogada, una chica poco agraciada pero con cierto morbo sexual, quería que le enseñase la documentación del fondo de inversión antes de firmar. Eso era previsible. Afortunadamente, pensé en esa posibilidad y preparé unas páginas membretadas de aspecto muy fiable. Creo que con eso colará. 
Para despedirme tuve el detalle de darle un beso en la mejilla a Teresa, pero ella no me lo devolvió. También se lo di a su abogada, a la que cogí ligeramente por la cintura, pero sin llegar a incomodarla. Estaba tan pletórico que casi besé a mi representante. Lo invité a comer al Alea, en calle Fajardo. Nos bebimos dos botellas de Vega de Geva y tapeamos algunas sugerencias del chef. El abogado de apellido bélico se quedó  atónito con mis motivaciones para divorciarme. Según iba bebiendo vino, le fui desgranando todos mis planes y mis teorías, aunque le pedí que guardara mis revelaciones como secreto profesional, claro.

- ¿De verdad piensa que se acaba el mundo?
- ¿De verdad no lo piensa usted? ¿Cuántas evidencias le hacen falta?

Sonrió para no entrar en una discusión que seguramente él consideraría absurda. Nos despedimos afablemente, pero con la certeza de que nunca más tendríamos que hablarnos ni vernos.
La tarde la pasé en casa viendo un documental sobre el fin del mundo en Canal Historia. Me interrumpió Gabi para recordarme que era miércoles y que no podía faltar a la cita semanal. Fui porque no tenía ganas de quedarme en casa, pero me arrepentí después porque tuve que soportar una soporífera discusión sobre los desarrapados de "Democracia Real Ya". ¡Y a mí que más me da esa gente! Me dan pena. 
Tapeamos en un tugurio cercano a la calle La Unión y terminamos tomando Jaggermeister en uno de esos bares de copa de barrio, donde todos te miran mal al entrar por no ser de la zona. Cogí un taxi hasta casa y seguí en casa bebiendo orujo hasta caer dormido en la cama. Esta mañana me he sorprendido abrazado a la botella vacía.
He permanecido en la cama hasta la hora del almuerzo. Para variar he decidido cocinar en casa. He cruzado hasta el mercado de la Merced y he terminado empapado con la maldita lluvia. He comprado conchas finas, peregrinas y gambas de Garrucha. En casa me aguardaba una botella de vino blanco de Marqués de Riscal. Me he peleado con los moluscos para abrirlos. Sobre todo con las conchas finas. Como daño colateral, un corte en la mano. Los crustáceos no han opuesto resistencia al hervor y se han cocido perfectamente. Deliciosas. Me recuerdan a los carabineros. No esperaba menos. Medio kilo me ha salido por 35 euros. Un día es un día. Y ya van quedando pocos.
Esta tarde me ha llamado Zelma. La he invitado a cenar y a salir a tomar una copa. Me ha dicho que mañana tenía un examen, así que hemos pospuesto nuestro encuentro a mi retorno de Sevilla. He telefoneado a Marcela y me ha tenido dos horas al teléfono. Cumple con el tópico argentino en su derroche de conversación. Me ha contado su vida, la de sus amigas y la de su perro, que le aguarda en Buenos Aires. Envidio su ingenuidad. Cree que todo lo que cuenta me interesa. Para desahogarme me he ido a la cervecería rusa que hay en calle Álamos. He probado algo de caviar y unos embutidos extraños. Lo he rematado con un vodka de nombre impronunciable. He salido bastante ebrio de allí, pero llevo una hora en casa y me noto más lúcido. Creo que he sido capaz de escribir todo esto sin olvidar nada importante. Insisto, creo.
Mientras tanto, miro mi calendario y compruebo que sólo quedan 580 días.


miércoles, 18 de mayo de 2011

Quedan 582 días (París bien merece una misa, pero la democracia ni eso)

Ya lo tengo decidido. París será mi próximo destino urbanita. He hecho esta mañana una reserva en la agencia de viajes que hay en calle Nueva. Parto el próximo miércoles y estaré hasta el lunes siguiente. Espero aprovechar bien mi estancia en la 'ciudad de la luz'. Después de decantarme por la capital gabacha, he llamado por teléfono a Marcela. He conseguido hablar directamente con ella. Se ha mostrado muy feliz de escucharme y yo he fingido lo mismo para estar a su altura sentimental. Le he dicho que me voy a París la semana próxima y la he invitado a que me acompañe. Me ha dicho que se lo pensará. Me ha insistido en visitarme en verano.
He almorzado en uno de esos chiringuitos del paseo marítimo Antonio Banderas. Me apetecía pescado, pero finalmente me he terminado comiendo un arroz con bogavante, acompañado por un vino del Condado de Huelva. No creo que haya mejor maridaje que ése. Como postre, he apostado por un pacharán casero. He mandado otro sms a Zelma. Hace unos días que le envié uno avisándole de que ya estaba en Málaga, pero no me ha hecho caso ni entonces ni hoy. No entiendo para qué me dejó entonces su número debajo de la puerta. Bueno, demasiadas complicaciones tengo ahora para pensar en ella.
Para digerir el almuerzo me he dado un largo paseo litoral, desde Huelin hasta los Baños del Carmen y vuelta a casa. He subido por calle Larios y me he encontrado a una veintena de desarrapados con intenciones de acampar para reivindicar una democracia real. Ingenuos y cándidos. Éstos tampoco se enteran de que ya no merece la pena luchar por los ideales. Esto se va a la mierda. No hay vuelta de hoja. Al igual que otros transeúntes, los he observado. He llegado a dialogar con una chica, de las que ahora llaman 'pihippy', de aspecto bohemio y alternativo, pero con un coche que le paga su papá. Me ha intentado convencer del sentido de la protesta. Le he preguntado si sabía qué diferencia existe entre democracia y dictadura. Me ha empezado a largar una diatriba insufrible y la he cortado con una respuesta que lleva el sello de Bukowski: "En una democracia primero votas y después recibes órdenes. En una dictadura no tienes que perder el tiempo votando". La chica me ha recriminado mi postura y ha terminado llamándome fascista. ¿Todavía no se entiende que el hombre es egoísta casi por definición y que, por eso, el planeta nos quiere borrar del mapa? Esto no lo digo yo. Lo afirman Nostradamus, los mayas y lo apoya la propia Nasa.
Me he desviado hacia calle Carretería para comer en el Rúcula, otro sitio de esos que apuestan por la 'nouvelle cuisine' sin tener ni puñetera idea del concepto. Estoy seguro de que ninguno de los que trabajan allí han pisado París en su vida. Yo tampoco, pero en breve podré presumir de ello.
Mientras tanto, quedan 582 días.

martes, 17 de mayo de 2011

Quedan 583 días (Ernesto pasa noches surrealistas mientras que sueña con otro viaje)

Tenía que haberme quedado al lado de Raquel. ¿Quién me mandaría a mí salir al Pasapenas? Eran casi las tres de la mañana cuando llegué. De repente, la entrada se colapsó. No cabía un alma. Demasiadas se habían vendido ya en aquel infierno a cambio de nada. Apoyado en la barra pedí hasta tres gin tonic. Ni siquiera recuerdo la marca. Sólo tengo en la cabeza a un tipo escuálido, de aspecto taciturno, con una camiseta a rayas. Parecía uno de esos poetas malditos y bohemios. Bebía y observaba. Me dio la sensación de que le intentaba dar sentido a las distintas escenas que veía. Besos entre dos hombres fornidos, un juego a tres bandas entre dos treintañeras y un niñato, un viejo con su bastón rozándose con un grupo de extranjeras. Gomorra. Quise hablar con aquel tipo singular, pero cuando lo iba a hacer una chispa saltó entre dos grupos de rapados. En pocos segundos aquello se convirtió en una batalla donde no se podían hacer rehenes y donde nadie era inocente. Aquel sujeto y yo nos quedamos en el lado equivocado. Una melé de hostias nos bloqueó la salida. Todos salieron, incluso las camareras. Sólo quedamos nosotros dos y seis 'skins' ensangrentados cuando llegó la policía. Y pagamos justos por pecadores. Yo me quejé e intenté explicar que no teníamos nada que ver, pero aquel tipo no abrió su boca. Nos llevaron a la comisaría, que curiosamente está situada entre mi casa y el Pasapenas. Compartí calabozo con tan singular personaje. Me dijo que no tenía nada mejor que hacer aquella noche y que pasarla entre rejas era de lo más excitante. Chiflado, pero sereno. Rehusé seguir hablando con él y opté por descansar.
El sábado salimos antes de las dos de la tarde sin cargos. Aquellos rapados se apiadaron de nosotros y dijeron que no teníamos nada que ver. Los agentes ni se disculparon. Me devolvieron el móvil y vi varias llamadas perdidas de Raquel, pero ni un sms. Cuando llegué al piso, me encontré con una nota. "¿Esa es la forma de tratar a una dama?". Siempre he odiado las preguntas retóricas. Ni siquiera la telefoneé. Si no se llega a quedar dormida, no habría pasado mi segunda noche en una celda. 
Pasé toda la tarde echado en la cama pensando dónde iba a realizar el próximo viaje. En mi lista están Amsterdam, Dublín, Berlín, Praga, París, Lisboa, Viena, Milán, Roma y Bruselas. Diez ciudades europeas que me muero por conocer. Me llamó Gabi y me llevó a ver el concierto de Celtas Cortos con sus amigos a pesar de mis reticencias. Me sentó en el Café Central para poner a buen recaudo mi pie aplastado por el taxi londinense. Mientras tanto, ellos saltaban y vitoreaban éxitos musicales del siglo pasado. Se emborracharon antes que yo y decidieron, eufóricos, llevarme como en la 'sillita de la reina'. Patético. Así llegamos al Ática. Me acomodaron en un taburete. Junto a mí había una chica que dormía. Creo que la oí roncar. Su cabeza estaba apoyada en la vitrina del pinchadiscos. Estaba en un letargo invernal, pero con su mano derecha agarraba con fuerza una botella de Heineken. Intentaba observarla con disimulo. Estoy casi seguro de que hablaba en sueños. A las cuatro de la mañana la música dejó de sonar y ella se despertó como un resorte. Sonrió y se levantó para irse con sus amigas como si nada. El ambiente nocturno me está pareciendo cada vez más surrealista. 
Gabi y sus súbditos, que me habían dejado olvidado como a un trasto viejo, decidieron que era hora de cambiar de bar y me volvieron a llevar en sus brazos. Protesté, pero no sirvió de nada. Se dirigieron hacia el Pasapenas a pesar de lo que les había contado. No tuve más remedio que huir cojeando. 
Ayer domingo lo dediqué a buscar información y billetes para algunos de mis posibles destinos. Creo que iré a París la semana que viene o la próxima. También navegué por Facebook (me parece muy aburrido) y por Badoo. En esta última página me dediqué a ver fotos de chicas guapas y a escribirles mensajes cortos en una especie de chat. No conseguí contactar con ninguna, pero me sorprendió ver tanta belleza encerrada en un portal para salidos. Por la noche, llamé a Raquel y le pedí disculpas. Creo que no se creyó nada de mis explicaciones. La entiendo. Yo tampoco lo haría. Me desahogué con una botella de orujo de hierbas que tenía en casa y dormí profundamente.
Hoy me he levantado con aires renovados. Me he despertado, eso sí, a las doce del mediodía. He paseado por el Parque y he comido en Pizza Pino, en La Malagueta. Me apetecía comida italiana. No ha estado mal, aunque un poquito de calidad no les vendría mal. Creo que una botella de Lambrusco es excesiva para una sola persona. La tarde la he pasado en una agencia de viajes situada en el Málaga Plaza. Me he informado y he cotejado los datos que tenía de Internet. Mañana me decido. El almuerzo me ha dejado una hinchazón que me ha impedido cenar. No creo que sea grave. 
Antes de terminar mi relato, me ha llegado un correo electrónico de Marcela. Por fin. Ella sí parece que me cree. Me ha sorprendido que sea tan efusiva y cariñosa. No le he dado pie a un "me muero por verte" y ni mucho menos a un "te extraño". Dice que quiere venir a verme este verano. Me ha dado un teléfono fijo para ponerme en contacto con ella. Lo haré.
Mientras no puedo más de sueño, y no sé por qué, soy consciente de que nos quedan 583 días. Ni más ni menos.

sábado, 14 de mayo de 2011

Quedan 586 días (Vivito, cojeando y trasteando)

Pasé todo el día de ayer devolviendo llamadas, firmando papeles y, por supuesto, cojeando. Afortunadamente, el dolor hoy parece que remite. Por la mañana, me reuní con el abogado en su despacho. Tenía buenas noticias para mí. La vaca burra se conforma con todo lo que le ofrezco, a cambio de que yo no pase tiempo con los niños. ¡Qué peso me he quitado de encima! Y no me refiero a la masa corpórea de mi todavía esposa. Como estoy de acuerdo en ese punto, el martes posiblemente firme el divorcio. Un problema menos. O tres si contamos a Alfonsito y Tomasito. Pobres. En el fondo me dan algo de pena. Un año y medio de vida les queda y lo van a pasar con su madre.
Nada más salir del buffet, me fui a la sede de la compañía de seguros para firmar mi conformidad con la propuesta de indemnización. Tardarán menos de una semana en ingresar el dinero. Otro problema menos.
Eufórico por los logros obtenidos, decidí que lo mejor era celebrarlo con fastos proporcionales. Me fui al Mesón Astorga. Allí combiné un chuletón de buey con una botella de Barón de Ley Reserva. Sobró la ensalada de salmón noruego. En la sobremesa, llamé a Adriana y a Raquel. La primera coqueteó bastante por teléfono y me propuso que nos viéramos esa misma noche en su casa. Le dije que sí.

- ¿Qué tengo que llevar? -pregunté con inquietud.
- Lo que quieras. Algo de beber, si te apetece.
- ¿Un buen vino?
- Cuidado, que con el vino me desinhibo mucho -advirtió antes de romper una leve carcajada, que al final sonó como forzada y ridícula.

Raquel, por su parte, me propuso que nos viéramos mañana sábado para ir a un concierto de los Celtas Cortos en la plaza de la Constitución. Le dije que no era buena idea y le conté lo de mi pie. Me dijo que me pasaría a ver esa misma noche para echarle un vistazo. Se lo agradecí, pero le propuse que lo dejara para ésta. No recuerdo bien, pero creo que le hice una broma sobre juegos eróticos. Mi idea era que entendiera que ya no estaba molesto por aquella luvia dorada ni por su incursión anal. Después hablamos un rato sobre el tema e intenté ser lo más comprensivo posible.

- Raquel, perdona mi actitud, pero no estoy acostumbrado a estas cosas. Sé que lo hiciste porque me querías dar placer. Y hay que agradecer las cosas que se hacen con el corazón.
- Claro, con el dedo corazón -los dos nos echamos a reír.

Después de aquella conversación, cogí un taxi para que me llevara al Corte Inglés. Entré en la sección 'gourmet' para comprar vino. Mi objetivo era un Matarromera, pero no quedaban existencias nada más que en el supermercado, que afortunadamente estaba allí mismo. Lo encontré y cogí también un 'magnum' de Valbuena de 2003 para otra ocasión. Me sorprendió ver allí a dos monjas. Tenían el carro casi lleno. Decidí hacer una trastada. Cogí una caja de 12 preservativos sabor fresa. Las perseguí y, cuando se despistaron para coger algunas golosinas, introduje la caja debajo de una bolsa de chips. Por supuesto, no las perdí de vista y esperé a que pasaran por caja. La más joven se ruborizó cuando lo vio; la mayor preguntó qué era aquello; la cajera se aguantó la risa; una mujer de mediana edad se sintió ofendida. "¡Vaya con las monjitas!".  Me fui a casa y me acicalé para ir a casa de Adriana. Fui en taxi porque vive por la zona de Capuchinos. Llegué pasadas las diez y me encontré que no era una cena romántica. Ni mucho menos. Era una fiesta. Pasé toda la noche sentado en un sofá mientras que Adriana y sus amigos se divertían bailando y dando saltos. Vino la policía local y nos invitó a dejar de formar jaleo, pero ni caso. Me bebí yo solito el Matarromera. Hablé apenas dos minutos con Adriana. Pasada la medianoche me escapé. Bueno, creo que fue una fuga consentida. Nadie hizo por implicarme en la fiesta.
Esta mañana me he levantado con una impresionante jaqueca. Pero, afortunadamente el pie apenas me molesta. Sólo si apoyo el peso sobre los dedos, noto algo de dolor. Me he ido a los Baños Árabes para que me dieran otro masaje. De nuevo, estaba allí aquella chica de ligero estilo hippy. He conversado mucho con ella. Le he hablado de perros porque intuía que le gustarían. A mí para nada, pero he fingido lo contrario. Le he pedido el teléfono para que viniera directamente a mi casa a darme sus friegas, pero se ha negado. Creo que le hubiera insistido, la habría convencido. Después he llamado a una empresa de cathering para que me prepararan una suculenta cena. No sé por qué, pero quería sorprender a Raquel, que fue muy puntual. Ha llegado antes que la comida, pero me vino bien porque ha revisado con cuidado mi pie. No sabía que era traumatóloga. Me ha dicho que he tenido suerte y que no haga grandes esfuerzos.
Durante la cena nos hemos reído con sus anécdotas de urgencias. En el último sorbo de vino he deslizado la mano bajo su minifalda. Todo ha ido bien. Sin estridencias y sin nada fuera de lugar. Ahora ella duerme. Creo que ha bebido demasiado vino para haberse levantado a las seis de la mañana. Mientras escribo, la observo y  no ronca. Apenas respira. No tengo nada de sueño y no me apetece dormir a su lado. Creo que cuando termine de escribir voy a pasarme por el Pasapenas. Antes voy a enviar un email a Marcela. Y quizás un sms a Zelma.
Quedan sólo 586 días.

jueves, 12 de mayo de 2011

Quedan 588 días (Regreso de Londres)

Ayer fue mi último día en Londres. Toda una pesadilla. Con el pie aplastado y vendado, sin rastro de Marcela. Bueno, ni ella lo tenía de mí. Regresaba a Málaga en vuelo directo, pero éste retrasó su salida de Heathrow más de dos horas por problemas técnicos en el avión. Una vieja arpía me pisó el pie lastimado y ni siquiera se disculpó. Pedí a Gabi que me recibiera en el aeropuerto de Málaga. Lo tuve que hacer por correo electrónico. Él me aguardaba con una sonrisa de oreja a oreja y yo con una tensión acumulada que explotó a la primera broma que me gastó.

- Oye, no me mandes a la mierda, que te he venido a buscar -me advirtió con seriedad.
- Joder, no estás viendo que vengo mal -protesté.

Le conté en el trayecto hasta el centro cómo se produjo mi percance y la noche loca con Marcela. Él me advirtió que hay que alejarse de las argentinas. "No embisten claro". Creo que es un dicho taurino. En todo caso pocas mujeres son ajenas a esa frase. Al final regresé a casa a las diez de la noche exhausto. Tan cansado estaba que en un acto reflejo le quise dar una propina a Gabi por subirme la maleta. Dormí profundamente y tuve pesadillas con mi pie.
Esta mañana  temprano me he levantado con un dolor más intenso aún y he ido a urgencias para que me lo miren, pero una joven traumatóloga, atractiva, pero inexperta, me ha dicho que tome analgésicos y descanse. Pese a ello, lo primero que he hecho es ir a la tienda de móvil donde adquirí el puñetero táctil. Evidentemente el aparato no tenía arreglo, así que he optado por comprar otro y recuperar los números que tenía registrados en la tarjeta SIM. He podido recuperar el de Marcela y un mensaje de aquella fatídica tarde donde decía: "Llego tarde a la cita. Una hora, no más". La he llamado rápidamente, pero no lo ha cogido. Le he enviado tres mensajes en los que le explico lo ocurrido. Ahora que los releo suenan a excusas para no verlas. Le he pedido también su dirección de correo. Hace unos minutos que me la ha enviado. Mañana más sereno le escribiré. He estado escuchando también varios mensajes en el contestador. Sorprendentemente todas las llamadas son de ayer. Por este orden, la vaca burra, el abogado, alguien de la compañía de seguros del coche, Raquel y Adriana. Mañana devolveré las llamadas de modo inverso, claro está. Al menos, me han dado una buena noticia en el buzón de voz, me indemnizarán el incendio del Golf con casi cuatro mil euros. No está mal. He calculado que con ese dinero me puedo gastar una media diaria de siete euros en taxi.
Me he comprado una muleta en la farmacia que hay en la plaza de la Merced y me he pasado el resto del tiempo en casa. He visto noticias sobre un terremoto en Lorca y lo he relacionado con la profecía de Raffaele Bendandi, un itialiano que auguraba la destrucción de Roma por un gran seísmo precisamente hoy. Nunca le di credibilidad a ese anuncio, pero parece mucha casualidad que tal día como hoy haya pasado esto en la zona del Levante. Es una de las tantas señales que profetizaron los mayas. Simplemente eso. Y aún queda lo peor por llegar.
Mientras tanto hoy más que nunca tomo conciencia de esta cuenta atrás y sé que desde hoy nos restan 588 días de existencia.

martes, 10 de mayo de 2011

Quedan 590 días (Look left-look right)

Londres puede ser una ciudad maravillosa siempre y cuando te adaptes a ella. El turista casual corre sus riesgos y uno de ellos te puede venir por sorpresa, por el lado que menos te esperas. Me he levantado a las once de la mañana para estar descansado, pero también para preparame la cita con Marcela. Habíamos quedado directamente a las cuatro de la tarde junto a aquella inmensa noria-mirador que conmemora la fundación de la 'city'.
Todo estaba perfectamente planeado. Bueno, todo menos aquel taxi tan típicamente londinense que me ha venido por la derecha mientras yo miraba despistado hacia la izquierda. El conductor, con cierta destreza, afortunadamente ha evitado el atropello, pero no el aplastamiento de mi pie derecho. Su rueda izquierda delantera ha hecho las veces de apisonadora. Estaba intentado cruzar para llegar a la cita, pero la desgracia se ha cebado conmigo. La desgracia y la estupidez. No he hecho a las pintadas que están escritas en los pasos de peatones. Estaba bien clarito: "Look Right". Aún estoy rabiando. Y no sólo por el pie. El móvil, que llevaba en la mano en el momento del percance, ha salido disparado unos metros. La pantalla táctil ha quedado hecha añicos. El taxista ha llamado a un teléfono de urgencia sanitaria mientras yo me retorcía de dolor. Pocos minutos más tarde ha llegado una ambulancia que me ha llevado al hospital contra mi voluntad. He gritado en español porque no me salía el inglés. Insultos y palabras malsonantes que dudo conozcan los que me han atendido y me han subido a la ambulancia. Me hubiera conformado con avisar de alguna forma a Marcela. Ella debería estar a tan sólo cincuenta metros esperando junto al London Eye. He pasado toda la tarde en una especie de centro de salud decrépito y sucio. Me han atendido fatal porque no he podido contactar con nadie del seguro que conlleva mi tarjeta de crédito. Ni siquiera he podido llamar a Marcela desde un teléfono público porque, aunque el móvil se enciende, no se ve nada.
Hace unos minutos que he llegado al hotel con un aparatoso vendaje, aunque sólo se trata de tres fisuras en el metatarso. Nada que no desaparezca con un par de semanas de reposo. Lo que no sé es cómo contactar con Marcela y darle las explicaciones. No sé si ella me puede llamar o no. O si se pensará que me puede localizar por el hotel. Aunque pienso que si no se acuerda de la dirección de su casa, no va a recordar ni su nombre ni su ubicación en Oxford Street. Y si lo hace, ¿se atreverá a llamar y dejar a un lado el orgullo de haber sido presuntamente abandonada en una cita? Mientras pienso todo eso y termino de escribir, me estoy bebiendo el minibar. He empezado por el vodka que es lo que menos me gusta, pero ya voy por la ginebra. Beefeater.
Entre los lamentos por mi mala suerte, recuerdo que tan sólo quedan 590 días.

lunes, 9 de mayo de 2011

Quedan 591 días (Inglaterra, Argentina, las Malvinas)

La noche londinense tiene muchos escenarios peculiares. De momento, sólo conozco el Soho, que me ha regalado una noche disparatada. Haciendo caso de los consejos de Gabi, el viernes me adentré en Barsolona o Bar Solona, que está en Old Compton Street. Bajé por unas escaleras y me encontré un antro lleno de caras mediterráneas. Me atendió en la barra una española. Deduje que aquello era un lugar de encuentro para los hispanos. Pedí una cerveza, pero con la intención de salir del bar en cuanto me la bebiera. No he venido a Londres para esto. Me apoyé en la barra y fijé mi atención en una chica que bailaba sola en el centro del bar. No paraba de contonearse con gestos que se movían entre lo sensual y lo burdo. Rápidamente detectó que había fijado la vista en ella y se acercó a mí. Me niego a escribirlo en el idioma en el que intentaba hablarme.

- ¿Jau ar yu? -me preguntó delatando que el inglés no estaba entre sus virtudes.
- Bien, ¿de dónde eres? -le contesté con una pregunta, como el tópico gallego.
- ¿Ah, vos sos de los míos, boludo!
- Bueno, depende de lo que sea ser de lo tuyo.
- Que no hablás nada de este idioma de miércoles.

Un chico robusto y de evidentes rasgos sudamericanos interrumpió nuestro diálogo. Le dijo algo al oído y se la llevó del brazo. Ella se volvió, me sonrió y me guiñó.
Poco después volvió a la carga. Se acercó a la barra y me preguntó el nombre, de dónde era y qué hacía allí.
Mirando de reojo al tipo que me la había arrebatado, fui contestando sus preguntas. Me fijé en su cara. Parecía muy joven. Su boca grande lo parecía aún más cuando sonreía. Su cuerpo era toda una provocación. Los vaqueros los llevaba ajustados y su blusa escotada daba vértigo.

- ¿Cuándo partís a España? -me preguntó mientras me cogía la mano.
- El martes.
- ¿Me podés dar vuestro teléfono?
- Sí, claro.
En ese momento, el chico de rasgos latinos se volvió a acercar y esta vez se dirigió hacia mí.

- ¿Qué haces? -me dijo inquisitivo.
- Nada, sólo le iba a dar el teléfono porque me lo ha pedido.

La volvió a tomar del brazo y se la llevó. Me di cuenta que no estaban solos. Había un tercer invitado, otro chico de físico similar al que nos interrumpía. Los dos hablaron y me miraron mientras ella les protestaba apoyada por gestos enérgicos.
En su tercer acercamiento, le dije que me iba porque no tenía ganas de problemas con su novio y su amigo.

- No es mi novio, boludo.
- Pues lo que sea. Me voy a ir -le volví a advertir.
- No sin mí, por favor. Esperame arriba en la puerta. Tardo un minuto.

No sé por qué razón le hice caso. La vi subir las escaleras rápidamente agarrada de su bolso segundos más tardes. Nos pusimos a correr como dos fugitivos. Debimos hacer así casi medio kilómetro.

- Yo creo que ya está bien, ¿no? -le dije jadeando.
- No sé, boludo.

Durante unos minutos pensé que todo aquello era una emboscada. Ella me sacaba del bar, ellos nos encontraban y me desvalijaban. Pero, después me tranquilicé porque ella se dejaba guiar por aquellas calles. Intentamos buscar otro bar, pero nos habíamos alejado bastante del Soho. Nos presentamos. "Encantado, Marcela".
Ella me dijo que era la primera vez que conocía a alguien con mi nombre. Y eso que el Ché Guevara era de su tierra.
No me anduve por las ramas y le propuse rápidamente irnos al hotel para aprovechar el minibar. Ella no se negó, pero objetó que antes teníamos que pasar por la casa donde vivía desde hace sólo una semana. Ahí me volvieron a asaltar las dudas. ¿Estarían aquellos dos tipos allí esperando? Tuvimos que tomar un autobús porque no se acordaba de la dirección exacta y sólo sabía orientarse por las paradas. En el trayecto se me lanzó a los brazos y empezó a besarme. Me contó que su padre la había mandado allí para aprender inglés y que los dos chicos son dos peruanos que viven justo en frente de su casa, que comparte con otra argentina. Después de más de media hora, bajamos y ella se fue directamente a unos pareados de ladrillo visto. Comenzó a buscar algo en una jardinera y de allí sacó unas llaves y una petaca.

- Ya está. A tu hotelito, gallego -me dijo sonriente.

La calle estaba desierta y no encontrábamos ningún taxi. Nos animamos bebiendo un licor anisado griego de su petaca mientras seguíamos buscando. Llegamos a parar un coche de policía pensando que era un taxi, cuando los dos bien sabíamos que los dos vehículos no se parecen en nada. Finalmente encontramos uno de esos Austin negros, que nos llevó hasta Oxford Street. Pagué 35 libras por el trayecto. Subimos a mi habitación y ella empezó a desnudarse rápidamente. Después sintió algo de vergüenza cuando vio mi cara de sorpresa. Me pidió una camiseta y se la puso. En el baño cogió mi cepillo de dientes y lo usó. Se lo recriminé y me respondió con una sonrisa llena de espuma de dentífrico. Se tiró a la cama y yo fui detrás de ella. Cuando mis manos empezaron a buscar su bajos me preguntó: "¿Tienes preservativos, gallego?" Maldita sea. Mi cara me delató. Un día para hacer la maleta y no echo profilácticos. Gabi me ha repetido varias veces eso de "más vale llevarlos y no usarlos, que no llevarlo". Y le tengo que darle toda la razón.
Marcela me advirtió que sin condón no había nada que hacer. Recordé en ese momento que había un pub dentro del propio hotel y que en el servicio podría haber perfectamente una máquina expendedora. Le dije que me esperara un minuto, como ella me pidió a mi en Barsolona. Me advirtió que me diera prisa porque tenía sueño.
Corrí como un loco por el pasillo y derribé una papelera metálica, que al caer dejó un estruendo. Llegué al baño y encontré la solución, pero no llevaba monedas. Tuve que pedir cambio en recepción. En principio, el joven que estaba haciendo el turno se negó, pero se lo pedí por favor varias veces y le dije que tenía una chica preciosa en la habitación esperando. Me recordó que mi habitación era de uso individual, pero aún así me dio las monedas. Pude comprar tres preservativos.
Llegué a la habitación y la argentina ya estaba dormida. Sólo llevaba puesta la camiseta, así que me metí en la cama junto a ella e intenté despertarla con caricias sensuales. Lo conseguí, pero ella me dio largas y me pidió que esperara a la mañana. No tenía elección. Casi no dormí con aquella hermosa criatura pegada a mí. Me despertó con besos y todo evolucionó como debía. No paraba de hablar mientras se movía con cierta brusquedad. Soltó varios tacos y se llegó a insultar a sí misma. Cada uno se bajó en una parada distinta, pero ella, en dos ocasiones. Después vino el descanso con charla.
Me contó que su padre tenía mucho dinero y que ella no sabía qué hacer con su vida. Los dos chicos que hacían de guardianes recibían gratificaciones de su progenitor para que la acompañaran siempre que ella quisiera salir y la controlaran. Unos escoltas, vamos. Me quedé perplejo con esa revelación y con su edad. 21 primaveras. Le entró un ataque de risa cuando supo la mía. "¿36? La misma que mi tío. Verás cuando se entere". Encendió el móvl y miró sus llamadas perdidas. Tenía cinco del dúo Machu Picchu. Llamó para decirles que estaba bien, pero entró en cólera rápidamente. No pude oír bien lo que decía su interlocutor.

- ¿Pero por qué habéis hecho eso, boludos? -dijo antes de colgar y comenzar a vestirse rápidamente.

Sus escoltas peruanos habían llamado a su padre y a la policía londinense para decirles que ella había sido secuestrado por un hombre español. Me asusté. Le pregunté si realmente tenía 21 años. Me enseñó su pasaporte y respiré. No mintió. Aún así, eso de que te acusen de secuestro no me dejaba tranquilo. La acompañé hasta la recepción. Me dijo que lo sentía, pero tenía que volver rápidamente a su casa porque su padre la estaba llamando al teléfono fijo.Nos intercambiamos nuestros números. Y le regalé el bolígrafo que llevaba de la asesoría. Me dijo que me llamaría antes de que me fuera y que me visitaría en verano en Málaga.
El resto del día lo pasé durmiendo en la habitación para recuperarme de la ajetreada noche. A las siete de la tarde decidí cenar en el restaurante del hotel. Envié a Marcela dos sms para saber qué había pasado, pero no hubo respuesta hasta esta mañana. "Todo bien, no te preocupes, gallego. Besos". Después de desayunar, he ido a Covent Garden y he hecho algunas compras. He visto a un tipo muy parecido a uno de los peruanos y me he escondido detrás de un coche hasta que me he dado cuenta que no era quien yo pensaba. Esta noche he vuelto al Soho. Quería ir al Barsolona por si la encontraba a ella, pero el temor de que estuvieran sus guardianes me ha hecho evitarlo.Al final, he terminado en un club de jazz donde he disfrutado de buena música mientras tomaba Jim Beam.
Hace unos minutos he recibido otro mensaje de Marcela. "¿Qué hacés mañana?". Le he sugerido que podíamos subir al London Eye, esa inmensa noria desde donde se avista casi todo Londres. "Ok, mañana a las 16".
Mientras tanto, quedan 591 días para que esto se vaya a la mierda.

viernes, 6 de mayo de 2011

Quedan 593 días (Primeras en Londres)

Por fin, estoy en Londres. Llevo día y medio en esta ciudad increíble y me había olvidado de escribirlo. Antes relataré mi salida de Málaga. Tal y como me propuse, me vengué de los gritones. Me está gustando esto de ser travieso, que no malvado. A las cinco de la mañana cerré con cuidado mi puerta. Y con la cuerda que compré até los pomos de las puertas de mis dos vecinos chillones. De esta forma, en cuanto intenten salir necesitarán llamar a alguien. Sólo somos tres por planta y yo no estaré, claro. Es una lástima que no pueda ver el espectáculo.
Con una sonrisa cogí el taxi que había reservado en la noche anterior y me fui al aeropuerto. Hacía más de dos años que no pasaba por allí y me sorprendió eso que llaman T-3. Mi vuelo salió con algo de retraso por la bruma que entraba de la costa. A las nueve y media de la mañana hora española ya estaba pisando suelo londinense. Tomé un taxi para ir al hotel. Sólo por subir en uno de esos vehículos clásicos merece la pena. ir a Londres. Me llevó hasta el hotel Selfridge, situado en el corazón de Oxford Street. Es un cuatro estrellas cómodo, aunque no estoy pasando precisamente mucho tiempo en él. Después de acomodarme y cambiar euros en libras, salí a recorrer las calles del entorno. Durante toda la mañana compré ropa carísima y algunas las pagué con la tarjeta Ikea Family. No quiero saber la cara que pondrá la vaca burra cuando vea los extractos.
Después me permití el lujo de comer en el Oxo Tower. Lo mejor no es la cocina sino la vista. Londres estaba ayer radiante, iluminado, soberbio. Y así lo veía desde mi ubicación privilegiada. Me costó desenvolverme al principio con el idioma. Por falta de práctica, claro. Hablé un buen rato con los camareros. A ellos no les parecía tan soberbia la ciudad. Normal. Están todo el día pensando en trabajar para subsistir. ¡Ay!, si ellos supieran.
Eché una siesta en el hotel y volví a salir por las calles de Londres. Me subí en uno de esos autobuses rojos y llegué hasta Picadilly Circus. Tomé un café en la misma plaza mientras anochecía. Y eso me hizo despertar el apetito. Hice caso de la recomendación de la guía que compré en Luces y me fui al Simpson's-in-the-Strand. Al parecer es uno de los restaurantes más famosos de Europa. Y por el precio lo es. No se cena mal. Durante la cena me entretuve haciendo una lista de los restaurantes donde he comido en estos últimos días y en cuales repetiré. Así me he percatado de que ya llevo un mes de mi nueva vida. Y lo que me queda por disfrutar. Tenía la intención de ir al Soho para tomar unas copas, pero estaba muy cansado. No estoy tan acostumbrado a andar y anoche apenas dormí.
Esta mañana me he tomado un soberbio desayuno inglés en el hotel y he tomado bastante energía para seguir recorriendo la ciudad. Todo lo que puedo lo hago a pie, aunque también he vuelto a coger autobús y taxi. El metro sólo una vez. Me da claustrofobia y parece sucio.
He almorzado en el Roast, otro restaurante famoso por su cocina británica. Allí me he zampado un "rib eye steak" de casi medio kilo. He terminado tan saciado que he decidido saltarme hoy la cena. Después he ido a pasear por Hyde Park. Me ha sorprendido ver un zorro como Pedro por su casa.
Ahora estoy terminando de relatar mis primeras horas en Londres para adentrarme en el Soho. Es un barrio que promete, aunque por lo que he leído no es ni mucho menos lo que llegó a ser hace algunos años. Probaremos suerte. Mi primer destino: Barsolona. Ha sido la recomendación de Gabi.
Mientras tanto, quedan 593 días y algunas horas más para que todo esto se acabe.

jueves, 5 de mayo de 2011

Quedan 595 días (Preparado para Londres)

Esta mañana me he levantado después de un profundo y reparador sueño. En él he podido ahogar mis frustraciones de ayer. Me he levantado muy entusiasmado por el viaje a Londres. Tantos años esperando a viajar a una gran capital europea y, por fin, es posible. ¡Cuántas veces me ha convencido la vaca burra de que no era el momento!
He salido a comprar alguna ropa de abrigo porque parece que la capital inglesa me recibirá con noches frías. Salgo mañana a las siete de la mañana en vuelo directo. Y hasta eso me da emoción. Hace un lustro que no me subo a un avión. He ido a Luces a comprar algunas guías para moverme por la ciudad. Allí uno de los dependientes me ha reconocido. Después de saludarme afablemente, me ha recordado que la semana próxima llegaría "mi último pedido". Había olvidado por completo que solicité un libro de Adrian Gilbert, que lleva el título de 'Armagedón 2012: Las profecías mayas del fin del mundo'. Le he confirmado que lo recogeré, aunque no sé si terminaré leyéndolo, porque ya creo que ando bastante versado sobre el tema. Intuyo que es sólo una recopilación de datos que viene a confirmar un final apocalíptico. Egoístamente no me interesa que todos lo sepan. Por momentos, imagino que todo el mundo tome conciencia que esto realmente se va a la mierda. Sería un caos. Y así no se podría disfrutar intensamente de estos últimos días.
Tanto pensar me ha abierto un apetito voraz, que he saciado acertadamente en el restaurante Mariano, en la plaza del Carbón.  El carpaccio tostado de ternera y la brocheta de rape y langostino con alioli de azafrán han evitado que termine tomando postre. Bueno, ellos y el pantalón que cada vez me aprieta más por la cintura.E Entre mis objetivos no está tampoco el de llegar como Falete al Apocalipsis. Me he acordado de Zelma y le he enviado un sms para decirle que ése es mi número de teléfono y que la llamaré en cuanto vuelva de Londres. Un sencillo 'danke' como respuesta ha bastado para provocarme una sonrisa.
Por la tarde, he estado haciendo la maleta, ya que la discusión de dos vecinos de mi misma planta ha impedido mi siesta. He jurado venganza. Se me ha ocurrido una idea un poco gamberra para desquitarme, pero tendré que ponerla en práctica antes de salir de madrugada al aeropuerto. No sé si lo haré, pero, por si acas,o he bajado a la tienda de chinos de la esquina para comprar una cuerda de cinco metros de longitud. La cara oriental de la chica que me ha atendido me ha recordado que aún no he visitado el Asako, un restaurante japonés situado en calle Álamos. He ido, pero me lo he encontrado cerrado. En la puerta una chica me ha  aconsejado un establecimiento de cocina nipona situado en la calle San Juan de Letrán, a dos pasos de casa. No ha estado mal, pero sólo tenían vino de la casa y he tenido que comer de pie. Al menos el sushi estaba perfecto para mi paladar, poco acostumbrado a sabores exóticos.
Cuando me disponía regresar a casa, he visto muy concurrido el Weekend, una cafeteria-pub donde no sé por qué siempre hay policías locales en horas de servicio. Me he tomado un Tanqueray con Schweppes en la barra mientras observaba a un grupo de treintañeras que hablaban con poca discreción sobre sus últimas relaciones sexuales. He estado a punto de intervenir, pero he desistido. No quiero ningún problema antes de irme a Londres. Por eso, me he recluido en casa y he escrito el relato de hoy. Ahora pondré el despertador a las cinco de la mañana y pondré la cuerda que he comprado en la entrada de casa para no olvidarme de hacer la trastada a mis vecinos gritones antes de irme. Mientras tanto, restan 595 días.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Quedan 596 días (Frustraciones y alguna alegría)

Anoche apenas dormí y no fue precisamente por la actividad sexual con Zelma. La germana se abrazó a la almohada reclamando su descanso. Seguramente llevaba muchas horas de juerga acumuladas y a sus veinticinco abriles no tiene las mismas necesidades que servidor, castrado en lo erótico después de más de una década de rutinas en la cama con Teresa. No siempre fue una vaca burra como ahora. De hecho, las piernas tersas y exentas de estrías de la alemana me han recordado mis primeras vivencias con ella. Pero, ahora, después de lo pasado, no soy el mismo. De hecho, en la madrugada me he sorprendido rozándome constantemente con Zelma mientras ella seguía con sus ronquidos. He pasado horas intentando despertarla con sutiles caricias, pero todas han caido en saco roto.
Esta mañana me he despertado solo. Me he sentido ridículo. Totalmente desnudo, pero sin haber catado hembra. Incluso me ha molestado el particular souvenir con el que me ha abandonado: un olor que mezclaba su sudor con un desodorante de escasa eficacia. Ni un teléfono, ni una dirección de correo. Nada.
He seguido durmiendo hasta tarde con la vana esperanza de que la nibelunga apareciera para traerme un desayuno de la calle. También he tenido la ilusión de que todo era un sueño y que cuando me despertara la tendría allí, a mi disposición. Empiezo a pensar que hasta ahora he tenido en mi interior a un animal sexual reprimido. Y hoy me siento tan necesitado como un verraco en celo
A las tres de la tarde he salido para comer. No tenía muchas ganas de complicarme la vida, así que me he conformado con comer algo frugal en Citrón, situado en la plaza de la Merced. He alargado la sobremesa con café y pacharán para hacer algo de tiempo. A las cinco en punto ya estaba en la puerta de la agencia de viajes para recoger mis billetes y muchas indicaciones para disfrutar de Londres. Me voy pasado mañana y vuelvo el martes próximo. Ansío recorrer sus calles para empaparme de la ciudad. Es curioso que siempre que me viene a la cabeza la capital británica me acuerde de lo que me relató una vez Teresa. Me dijo que sus padres viajaron hasta allí con la intención de abortarla, pero finalmente se echaron atrás. Me pregunto que hubiera sido de mi existencia si eso llega a ocurrir. ¿Habría caído en el mismo error? ¿Sería tan feliz ahora con otra persona que no me diera ni cuenta de que esto se acaba?
Por la tarde he llamado a Adriana para invitarla al cine, pero nada. Esta chica siempre tiene una excusa. Esta vez era el puñetero Barça-Madrid. Ya estoy más que harto de fútbol. De todas formas, me he ido solo a ver una película aprovechando que el resto del mundo estaba pendiente del partido. Me he dejado aconsejar erróneamente por Rubén. ¡Qué cabrón! Me dijo que "El cisne negro" era la mejor comedia que había visto en su vida. He salido del cine a los veinte minutos despotricando de él y de su broma. No estoy yo ahora para tragarme sufrimientos tontos. Me he ido al Gin Tonic Bar para quitarme la frustración. Sabía que había alguna posibilidad de ver a Raquel allí porque fue donde la conocí. Me hubiera conformado con ella a pesar de lo acontecido la última vez que la vi. Creo que si le pusiera algunos límites, podría quedar con ella de vez en cuando, al menos para quitarme esta maldita verraquera. Antes, claro, tendría que llamarla y pedirle disculpas por haberla echado de casa de aquella manera. Quizás mañana lo haga. O quizás a la vuelta de Londres.
En el regreso a casa me he encontrado a muchos fanfarrones gritando porque su equipo ha ganado, pero no había mucho ambiente. He pasado por la puerta del Onda Pasadena y estaba casi vacío, así que me he retirado. Al menos, me he llevado una alegría al abrir la puerta. He encontrado un trozo de papel a mis pies. Su contenido: el nombre de Zelma y un número de móvil.
Mientra tanto, quedan 596 días.

lunes, 2 de mayo de 2011

Quedan 597 días (De Alquife a Alemania)

Si no recuerdo mal, abandoné mi relato en la noche del viernes. No me esperaba gran cosa de las fiestas patronales de Alquife y terminé pasándomelo bien. Esa misma velada me atiborré de JB con Coca-Cola en el único pub del pueblo y me convertí en un alquifeño más. Al parecer, hablé con todos, bailé sin parar y me subí a un andamio, que, no sé por qué, tenían en el interior, para mostrar mis escasas dotes danzarinas. Terminamos desayunando cerca de las nueve de la mañana churros de chocolate con chocolate. Y no me resultó empalagoso. Dormí hasta las cuatro de la tarde y por qué me sacaron de la cama. Esa gente no tiene límites. Cerveza con algo de comida y después varios digestivos con algo de café. De ahí, a una siesta reparadora para tomar fuerzas para la noche del Palo. Extraña y singular costumbre la alquifeña para sus fiestas patronales. La tradición manda que hay que explotar una larga ristra de cohetes que se amarran a un poste de la luz. Es la singular forma de rememorar su pasado minero. El alquifeño común entra en éxtasis en el momento en el que se prende fuego y aquello hace un estruendo brutal junto a la imagen de San Hermenegildo. Ya me advirtieron que este año había una carga de pólvora por encima de lo habitual. Y las consecuencias las sufrió la imagen del patrón. Tal fue la intensidad de la explosión que fue decapitado. Su cabeza rodó por una de las calles en pendiente que hay junto a la plaza. Un grupo de beatas puso el grito en el cielo y nunca mejor dicho. Aseguraban que era un mal presagio. Pues, claro, el mundo se acaba en poco más de año y medio. Los amigos de Rubén y Gabi se lo tomaron con filosofía y repetimos una madrugada rebozada en alcohol. Algo tendrá el aire de Alquife que potencia el estado de embriaguez y lo mezcla con algo de adrenalina.
Como quien recibe una paliza merecida, los malagueños abandonamos ayer el pueblo, pero con la intención de querer repetir una juerga alquifeña. El trayecto de vuelta hizo que nos recuperáramos del desgaste físico y psíquico. Y los tres acordamos tomar algo en el centro de Málaga. Gabi nos propuso El Tapeo del Cervantes, un bar argentino que me sorprendió por su calidad. He pasado mucho por la puerta desde que vivo por allí, pero nunca me había percatado realmente de su existencia. Nos prepararon empanadillas, chorizo criollo, atún rojo con puré de coliflor y unas mollejas de ternera, que fueron regados convenientemente con un Vega de Geva. Inmejorable.
De allí, intentamos retirarnos, pero pasamos por la puerta del Onda Pasadena y éste nos abdujo. Allí nos encontramos con Claude, un amigo francés de Rubén que resultaba ser el cocinero de Pomelo, aquel restaurante al que llevé a Raquel, la multiorgásmica. Un tipo majo que contó mil anécdotas sobre sus peripecias en España. Precisamente, estaba celebrando su inminente cambio de restaurante. Hablé con él de gastronomía, vino y mujeres. Y por ese orden lógico. Todo eso sucedía mientras que Gabi y Rubén asaltaban a un grupo de alemanas, que mal asesoradas por alguna guía alternativa habían terminado en aquel antro. Aproveché mis conocimientos de alemán para llevar la voz cantante y conseguir que al día siguiente, es decir, hoy lunes, hubiera un hermanamiento germano-malagueño. Decidimos llevarlas a la playa de Los Álamos. De las seis que estaban allí, sólo se han presentado esta mañana dos, Mathilda y Zelma, pero por lo menos han sido las de más calidad corpórea.

- Hay un problema, amigos. Somos impares -ha sentenciado Rubén en cuanto los cinco nos hemos metido en el coche.
- ¿Lo echamos a suerte? -he preguntado ingenuamente.
- Ellas eligen, Ernesto -me ha dicho Gabi a modo de reproche.

Y, efectivamente, ellas han escogido. A Rubén y al que se defendía con su idioma, yo. Como el tiempo no era el mejor, nos hemos quedado dentro del chiringuito Sol y Playa bebiendo mojitos. Después de varios combinados cubanos, la diosa Eros ha llamado a la puerta de las dos germanas. En mis brazos ha caído Zelma, que cumple con casi todos los cánones de belleza alemana, alta y con prominentes curvas. Mathilda, escuálida, se ha rendido ante los encantos de Rubén. Gabi no se lo ha tomado mal, pero ha insistido en devolvernos a Málaga lo antes posible. Por el camino, Zelma, totalmente ebria, ha deslizado sus manos por debajo de mi pantalón buscando su trofeo. Después ha comenzado a quitarse las medias y los zapatos porque decía que tenía calor. Lo ha hecho con tanta virulencia que casi ha provocado una accidente. A Gabi no le ha hecho nada de gracia que le cayera al volante las medias de la nibelunga. Nos ha dejado a los cuatro en la Alameda. Hemos dado un espectáculo lamentable por calle Larios. Mathilda ha dejado un vómito junto a uno de los bancos de piedra. Mientras le atendía Rubén, he hecho mutis por el foro con Zelma y la he convencido para ir a mi casa para "descansar". Y eso es lo que ha hecho, pero profundamente. Se ha quitado la ropa, pero se ha quedado con su ropa interior. Y ahora mientras escribo, ronca con una tonalidad que me recuerda a la vaca burra. Como todavía sigo bajo los efectos de esta extensa borrachera de tres días, me lo he tomado con humor. Tarde o temprano se despertará y ahí estaré yo. Entretanto, me deleito con sus bufidos, que ya me parecen poesía. Creo que hasta riman. Mientras aguardo, me doy cuenta de que ya sólo nos quedan 597 días.