jueves, 30 de junio de 2011

Quedan 539 (El souvenir de Marrakech)

Al final me decidí por Marrakech. No soy muy dado a lo exótico, pero por una vez me quería dejar sorprender. Y la verdad es que casi no me puedo quejar. Regresé ayer miércoles, aunque me he traído como souvenir un virus intestinal o estomacal que me ha dejado anulado durante las dos últimas jornadas. Ahora estoy mejor, pero aún así no he ido a casa. Me temía lo peor y ayer preferí alojarme en un hotel que estuviera lejos del centro. Estoy en el Hotel La Chancla, un pequeño paraíso de Pedregalejo. En cuanto mejore pienso atiborrarme a mojitos. Lo tengo clarísimo. Llevo una semana sin probar una gota de alcohol y quizás por eso esté tan mal ahora. Estoy casi seguro de que el efecto vírico sería menos nocivo si mi sangre estuviera más embriagada.
Y lo de Marrakech fue una aventura desde el principio. Sin apenas información de la ciudad, cogí un taxi que me dejó en la plaza Jamaa El Fna, el gran espacio de la medina que resulta ser  todo un espectáculo tanto de día como de noche. Allí todos quieren hacer su agosto. Me quedé absorto al ver una imagen que sólo había visto en películas. Un magrebí conseguía que una cobra negra se erigiera con el son de una flauta. Tan obnubilado me quedé que me casi me atropellan con una motocicleta. Por cierto, no fue la única que tuve esquivar en zonas peatonales. En ese gran centro neurálgico de la ciudad no faltaban los que ofrecían fotos con macacos o serpientes, los que vendían zumos naturales o los niños que directamente pedían una limosna. Después de atravesar la plaza con una temperatura que estaba por encima de los cuarenta grados, llegué hasta uno de los extremos y pregunté por un riad que pude ver en un foro de viajes. Un joven amablemente, pero, esos sí, a cambio de 30 dirham, se ofreció a acompañarme. Afortunadamente había una habitación. Estaba decorada, claro está, con ese particular estilo magrebí. En el patio del riad entablé conversación un grupo heterogéneo compuesto por dos hombres de mi edad, más o menos, y tres chicas que debían estar por debajo de la treintena. Se apiadaron de mí y me ofrecieron apuntarme a todas sus excursiones. Al principio casi me niego, ya que no me apetecía hablar mucho con nadie, pero gracias a ellos podría conocer no sólo la zona sino los alrededores. Ellas eran bastante simpáticas; ellos, no tanto, pero, en ningún momento los noté molestos con mi improvisado acompañamiento.
Pasamos muchas horas en una furgoneta del hotel, con chófer magrebí incluido. Desde el viernes hasta el martes no sólo hemos recorrido todos los rincones de la medina, con el zoco incluido, sino que también hemos visitado otras partes del país. Conseguimos pisar el desierto del Sahara. También el Atlas más profundo, con unas maravillosas cascadas cuyo nombre no logro recordar. Además, me dejé llevar hasta Essouira, una ciudad costera donde se celebraba un conocido festival de música autóctona. Durante estos días, he conocido a gente sencilla y fabulosa que me ha hecho olvidar por completa el enredo que dejé en Málaga.
Me he quedado gratamente sorprendido con la comida marroquí, aunque seguramente entre una de esas delicias culinarias andaba el virus que me he traído como recuerdo. Volveré a visitar el país, pero tendré la máxima precaución a la hora de comer fuera. Los vómitos, la diarrea y los mareos no son buenos compañeros para un viaje de vuelta. La próxima vez también me llevaré cerveza y ginebra. Eso, seguro. Además, tengo entendido que con el alcohol se abren muchas puertas en ese sorprendente país.
Ahora mismo escribo desde la terraza de La Chancla, con una temperatura agradable y un anochecer que me devuelve el sosiego que pierdo en cuanto pienso en Marcela y Mónica. ¿Dónde andarán? No me atrevo ni a conectar el móvil ni a acercarme al centro. Dejaré que la tempestad pase durante estos días.
Mientras tanto, me doy cuenta de que el tiempo sigue con su paso inexorable y ahora sólo quedan 539 días.

viernes, 24 de junio de 2011

Quedan 545 (Táctica napoleónica)

Ya sabía que la llegada de Marcela a Málaga no iba a depararme nada bueno. El martes por la tarde la llamé varias veces a su móvil, pero lo tenía apagado.Anduve buscándola como un tonto por el centro de la ciudad hasta que me tranquilicé y deduje que ella se habría llevado mis llaves y mi cartera para averiguar dónde estaba mi casa. Evidentemente en mi DNI aún aparece el domicilio de Teatinos, así que tuve que llamar a la vaca burra para ver si había llegado hasta allí. Y efectivamente así lo hizo. Teresa no fue muy simpática.

- ¿Qué quieres? No querrás ver a tus hijos ahora, ¿no?
- No, en absoluto, Teresa. Sólo quería saber si por allí ha pasado una chica preguntando por mí.
- Pero, ¡qué poca vergüenza! -murmuró-. Pues, no, hijo, que yo sepa no.
- Es una chica joven, argentina,...
- Espera, me dijo la vecina que una niñata estuvo aporreando la puerta esta mañana y después se fue. Yo estaba en la fiesta de fin de curso de mis hijos, que ya no son los tuyos, por cierto.
- Ah, vale, pues si apareciera dile que se ponga en contacto conmigo urgentemente -y colgué rápido.

Decidí ir a mi piso actual y con pocas esperanzas llamé al portero automático. Después de casi medio minuto sonó la voz de Marcela. "¿Dígame?" Le tuve que rogar que me abriera para darle una explicación. Cuando me abrió la puerta de mi casa, quiso darme una bofetada en la cara. Sentía mucha rabia y aún sollozaba. Había puesto patas arriba todo el piso. Me dijo que le explicara por qué no me podía asomar en la ventana del hotel. Quería saber si ocultaba algo y si era así, qué era. Le dije que se tranquilizara. Estaba tensa, agresiva. Vi mi cartera sobre el sofá y me la guardé rápidametne, pero con cierto disimulo. No tuve más remedio que inventar alguna historia para contentarla. Le conté que una chica se había obsesionado conmigo y no me dejaba en paz. Y que era incluso peligrosa. En verdad, sentía como si la estuviese retratando a ella y no a Mónica. Se calmó y la invité a cenar fuera. Fuimos a un restaurante situado en calle Alcazabilla, Garum. Allí se zampó un ajoblanco, un tataki de atún y un postre refinado con chocolate de nombre impronunciable. Yo apenas toqué el bacalao 'dourado' que pedí. Se me había cortado el apetito. Ella, al menos, ya sonreía y se mostraba orgullosa de haber localizado mi piso por un recibo que encontró en la cartera.Fuimos de nuevo a dormir al Larios. Sería la última noche.
Ayer miércoles regresamos los dos juntos al piso para arreglar aquel pequeño caos. Cuando abrí la puerta encontré una nota de Mónica: "Me tienes preocupado. He venido a buscarte a casa porque no me respondes ni a mis llamadas ni a mis mensajes. Sólo quiero saber si estás bien". Le dije a Marcela que sólo era una nota del vecino. No sabía qué hacer. Mónica podía volver a presentarse y mi querida argentina, que presumía de ser casera, me dijo que no le apetecía salir del piso. Entonces me acordé de una frase de Napoleón: "Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo". Cogí mi portátil con sigilo para no levantar sospechas y le dije a Marcela que iba a bajar por algo de comida para la cena. Ella andaba tan absorta viendo la tele que sólo asintió con la cabeza y un "ok".
Y de repente en el portal me encontré con Mónica, que estaba a punto de tocar en el automático. Mi plan de huida estaba parcialmente castrado. Improvisé. Le dije que iba precisamente a su casa, que había visto su nota y que mi móvil no funcionaba bien. La vi algo escéptica, pero aceptó que fuéramos a su piso. Apagué el teléfono con sutileza y pasé toda la noche en su casa. Ella parecía bastante fogosa. Más de lo normal. Después dormimos apaciblemente y apenas me acordé de Marcela.
Y esta mañana he salido rápidamente antes de que se despertara. Y esta vez sí, me he ido al aeropuerto. He mirado posibles destinos y precios. Tenían que ser lejanos y no excesivamente caros. He estado dudando entre Marrakech, Bucarest y Dublín, pero en ese momento he reparado en que no llevaba el pasaporte. Como no corría el riesgo de que Mónica o Marcela me localizaran allí, he pedido en la comisaría del aeropuerto que me hicieran un pasaporte. He dicho que me lo habían robado con una bolsa de mano. He perdido bastante tiempo poniendo la denuncia. Al final, he pasado todo el día en la T3. He comido, he echado una siesta y he cenado. Ahora tengo mi pasaporte, pero no he comprado todavía ningún billete. A primera hora salen vuelos a Marrakech, Londres, París, Berlin, Bucarest, Dublín, Roma y Madrid. He descartado Londres y París por haber estado recientemente. Y Berlín, Roma y Madrid, porque quiero ir hasta allí de forma más premeditada, así que me quedan pocas horas para elegir entre los tres que había pensado inicialmente, Marrakech, Bucarest y Dublín. Lo siento, por ellas, pero yo no voy a vivir estos últimos días agobiado por nadie. Además, el tiempo pasa inexorablemente y sólo quedan 545 días para que todo esto se acabe.

martes, 21 de junio de 2011

Quedan 548 días y algunas horas (En pleno temporal)

Ha sido el peor fin de semana desde que empecé mi nueva vida. Lo he vivido con estrés y hasta con cierto miedo. El resultado lo he visto esta mañana en el espejo. ¡Me han aparecido canas por todas partes! Todo empezó el viernes cuando llegó Marcela. Antes reservé una habitación doble en el hotel Larios para tres noches. De esa forma evitaba que Mónica me encontrara en casa en cuanto viera que mi móvil estaba apagado.Mi desesperación no me hizo darme cuenta de que realmente había buscado alojamiento en la boca del lobo. Un hotelito en Rincón o en Torremolinos habría sido más inteligente.
Marcela llegó con casi tres horas de retraso. No me avisó del retraso y tuve que esperar como un lelo en el aeropuerto. A veces me telefonea para tonterías y el viernes no tuvo el detalle de decirme que llegaría más tarde de lo previsto. Pero, en cuanto la vi aparecer entre una multitud de guiris, olvidé mi malestar. Soltó su maleta y corrió a buscarme. Se abrazó con tanto fuerza que me hizo daño en las costillas. Después llegaron unos besos tímidos y la llevé al hotel. Le dije que en el piso estaban haciendo obras. Llegamos a la hora de cenar, pero como ella no tenía hambre subimos a la terraza para probar unos cócteles. Caipirinha, mojito y piña colada no han de mezclarse en una sola noche. Y menos aún en la cabeza de una atolondrada jovencita de 21 años. Se le subió tanto el alcohol que comenzó a gritarme "te quiero", seguido de "eres el hombre de mi vida". La terraza estaba llena y la vista de la Catedral ya no era la protagonista. Noté que todos miraban nuestra mesa. Entre risas, claro. Le dije a Marcela que nos retiráramos, pero tenía ganas de salir a una discoteca. Lógicamente, en el centro de Málaga no abundan. Y la intenté contentar con el Fragel Rock. Allí bebimos varios chupitos de tequila. Llegó a estar tan ebria como somnolienta, así que fue fácil convencerla para volver a la habitación. En cuanto asomé la cabeza a la calle vi pasar a Mónica con sus amigas. Afortunadamente no me vio, pero intenté quedarme en la puerta un rato por si acaso retrocedían. Marcela no entendía nada. Y mucho menos el 'gorila' que guardaba la entrada. Me pidió por favor que saliera o entrara, pero que no me quedara allí como un pasmarote. Al final, me sacó de un empujón. Caí sobre un grupo de niñatos, que se molestaron conmigo y con el portero. Se formó tal revuelo que pensé que Mónica y sus amigas, que no debían estar a más de veinte metros, podrían acercarse. Así que opté por levantarme como un resorte, coger de la mano a Marcela y salir como alma que lleva el diablo. Ella se quedó dormida con la ropa puesta y yo tardé horas en conciliar el sueño.
Para evitar problemas como el día anterior, pensé que lo mejor era pasar el sábado en Nerja y el domingo en Marbella. El primer día recorrí las playas de Maro, la Cueva, el Balcón de Europa y Frigiliana. Marcela me dijo que no quería tanta excursión. Prefería pasar tiempo conmigo, pero de forma más íntima. El sábado por la noche llegamos tan cansados que me costó sudor y casi lágrimas poder eyacular. Ella ni siquiera aspiraba al orgasmo, pero se lo encontró por el camino. Previamente, me dijo que no le apetecía mucho, pero que podíamos intentarlo.
El domingo visitamos Puerto Banús, pero después de almorzar me dijo que estaba cansada y que quería pasar la tarde en el hotel. Volvimos, igual que fuimos, en taxi (Me he dejado un dineral desde que llegó esta argentina). Echamos un polvo, una siesta y otro polvo. Por ese orden. Marcela me empezó a hablar de planes de futuro, pero afortunadamente le interrumpieron algunos gritos que venían de fuera.

- ¿Quién grita tanto en esta ciudad un domingo por la tarde, boludo?
- Ni idea, pero parece una manifestación.

Y así lo era. Los desarrapados de Democracia Real Ya se acercaban por la calle Larios en dirección a la plaza de la Constitución. Ella insistió en asomarse en el balcón tapada sólo con la sábana. Creo que le gusta mucho llamar la atención. Yo me negué a salir. En cuanto la marcha llegó a la altura del hotel, empezaron a escucharse frases dedicadas a ella. Algunas obscenas y otras con ingenio, hay que reconocerlo. "Guapa, bájate y con la sábana hacemos una pancarta". "No nos mires, únete y si puede ser a mí, mejor". "Oye, si te pones a lo perro, yo te doy mi flauta". Ella sonreía y gritaba como si estuviera implicada. Me harté y fui a sacarla del balcón. En ese momento, escuché desde la calle una voz femenina que gritaba mi nombre. Por instinto cobarde, me agaché. Asomé la cabeza entre los visillos y pude ver que había un grupo de jóvenes que señalaban hacia el balcón. Eran las amigas de Mónica. Segundos más tarde se acercó ella, que venía charlando con otros manifestantes. Pude oír desde la primera planta a una de sus amigas diciendo que yo había aparecido en el mismo balcón donde aún lucía parcialmente sus encantos Marcela. Todas empezaron a gritar mi nombre. Todas, menos Mónica, que parecía incrédula. La que sí reaccionó y para mal fue mi queridísima acompañante de habitación:

- ¿Ernesto? Está aquí, pero es un boludo -les respondió.
- Marcela, cállate, por favor -le susurré.
- Ernesto Jiménez González es mi prometido -gritó sin hacerme el más mínimo caso.

A gatas y semidesnudo me acerqué hasta ella y conseguí sacarla de la escena, mientras reía y decía "mi futuro marido quiere adelantar la noche de bodas". La senté en la cama y cerré las puertas del balcón con cuidado de que no se me viera desde fuera. Pero pude ver la cara de Mónica mirando fijamente hacia arriba.
Después de todo aquello Marcela y yo discutimos bastante. Ella se dio cuenta de que quería ocultar algo, pero no sabía qué. Y yo, evidentemente, me negaba a desvelarlo. Se enfadó bastante y me aseguró que se volvería a Londres si no le contaba lo que estaba pasando. No pude conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada.

Esta mañana me han despertado desde recepción para recordarme que debía dejar la habitación a las doce y quedaban pocos minutos. He dicho que quería seguir algunos días más, pero rápidamente he colgado al darme cuenta de que estaba solo. No estaban ni Marcela ni sus pertenencias. Había huido. De alguna forma, era un respiro. He conectado el móvil y he visto varias llamadas perdidas de Mónica, una de Gabi y otra de Marcela. También tenía de ella un mensaje de texto. "No me he ido. Stoy buskndo que scondes". El maldito sms me ha desconcertado. He hecho la maleta y me he dado cuenta de que no tengo ni la cartera ni mis llaves. He dicho en recepción que me quedaba una noche más para ganar tiempo y no dar explicaciones. He recorrido las calles del centro en busca de Marcela. No he tenido suerte y he vuelto a la habitación para ver si encuentro alguna pista. No he tenido suerte, así que he empezado a relatar estos días para recordar algo que me sirva para desvelar dónde se ha podido meter esta dichosa argentina.
Mientras tanto quedan 548 días y unas pocas horas para que esto definitivamente se vaya a la mierda.

viernes, 17 de junio de 2011

Quedan 552 días (Se aproxima un ciclón argentino)

No sé todavía cómo he podido llegar a esta situación. Con lo tranquilo que andaba yo con mi vida sibarita, y ahora me encuentro con el corazón dividido, nunca mejor dicho, entre dos mujeres. Con Mónica he pasado una buena semana. Al fin ha accedido a acostarse conmigo. Lo hizo primero el domingo. Y repetimos anoche. Pero, desde entonces la veo a veces excesivamente cariñosa, rozando lo empalagoso. En otras ocasiones, la percibo algo ausente e incluso fría. Por su parte, Marcela viene en pocas horas. A las ocho de la tarde tengo que ir a buscarla al aeropuerto. Esta argentina me da miedo. No sé cuánto dinero se ha podido gastar en llamadas, pero me ha telefoneado una media de cuatro veces cada día. Esta historia roza lo obsesión. Tendría que haber cortado por lo sano mucho antes.
A Mónica le dije ayer tarde que venía una prima argentina. He tenido que inventar una historia bastante rebuscada para justificar por qué se queda en mi casa y no en la de cualquier otro familiar. También ha sido un poco enrevesado el argumento para explicar lo de mi supuesta familia sudamericana. Parece que se lo ha creído y ha mostrado su conformidad. Tanto ha sido así que dice que quiere conocerla. Y, claro está, ahí he caído en mi propia trampa. Creo que voy a reservar una habitación en algún hotel de la ciudad para llevarme hasta allí a Marcela. Apagaré el móvil e inventaré alguna otra historia. Después de varias horas de insomnio, mientras mi queridísima 'pihippy' duerme a pierna suelta en mi cama, es lo único que se me ocurre. El resultado no puede ser más que desastroso. Otra opción que no descarto aún es dejar tirada a Marcela y, por supuesto, también apagar el móvil. Pero, no creo que tampoco sea lo mejor. Fui tan lelo que le di la dirección del apartamento. En ese caso, también tendría que buscar algún hotel. Y no me fío mucho de lo que pueda hacer esta loca después. Tampoco descarto hablar con Rubén para que me deje su piso, al menos durante este fin de semana. Se va a Amsterdam hoy y vuelve el lunes. El problema está en que Marcela sólo viene de momento con billete de ida. Me dijo ayer que el de vuelta ya lo comprará cuando lo vea conveniente.
Todo este enredo me ha hecho también reflexionar. Yo tenía que estar mucho más tranquilo y dejarme de enganches sentimentales que sólo me crean angustia. Lo mío es disfrutar en esta dichosa cuenta atrás. Este mundo está empezando su particular agonía y yo apenas he comenzado a vivir despreocudamente este tramo que nos queda. He echado un vistazo a los periódicos estos días. Y todo sigue el rumbo hacia el caos. El problema es que la gran mayoría no sabe interpretar las noticias, pero yo afortunadamente hace tiempo que sé encajar las piezas en el puzzle. Creo que pronto tocará alguna pandemia o una catástrofe natural. No es un presentimiento. Es la lógica de esta paulatina autodestrucción mundial. Un paso más.
Ayer por la mañana desayuné con Gabi y le expliqué algunos detalles de mis teorías. Analicé con él el periódico, pero él sólo se lo tomó a broma. Con su particular ironía, me dijo que si el chef Dani García hacía una versión del campero malagueño, estaba claro que el fin del mundo se acababa. No le encontré la gracia, pero allá él si aún no me cree. Me toma por un pirado, pero estoy seguro de que no soy el único que está convencido de que esto se va a la mierda. Descontentos políticos, desastres naturales, problemas con la alimentación y hasta un eclipse lunar. Esto último es sólo un símbolo, pero tiene una relación estrecha con lo que pasa en el planeta.
Precisamente, lo estuve observando el fenómeno natural junto a Mónica en la playa del Peñón del Cuervo. No sé dónde está la parte romántica de un eclipse, pero le seguí la corriente porque se mostraba muy cariñosa. Estuve con ella y con algunos amigos suyos. Eso la libró de un buen achuchón entre las toallas y la arena. Gabi y Rubén me criticaron duramente por saltarme la cita del miércoles, pero me parece bastante estúpido que ese dichoso día de la semana tenga que ser una cita ineludible. Obligaciones las mínimas o ninguna, por favor.
Mientras escribo, estoy observando a Mónica como se mueve por la cama. Creo que me está buscando con su cuerpo y, claro está, no me encuentra. Me voy a volver a acostar para aprovechar los rescoldos de su calor. Al menos, espero empezar el día con ese desfogue. Lo que pase en las próximas horas mucho me temo que no va a ser tan placentero. En cuanto la 'pihippy' se vaya de casa, tendré que tomar una decisión y dedicar todo el día para montar el dispositivo.
Y entretanto sigue pasando el tiempo. En estos momentos, sólo quedan 552 días y algunas horas para que esto se vaya al carajo.

domingo, 12 de junio de 2011

Quedan 557 días (La semana más rápida)

No doy crédito al tiempo. Ha pasado en esta última semana a la velocidad de la luz. Hace seis días que escribí por última vez y me acabo de dar cuenta de que me he dejado llevar por Mónica. Abandoné mi relato la noche antes de quedar de nuevo con ella. Desde entonces hasta hoy hay quien me da ya por cazado.
El martes por la noche la esperé en la esquina de las calles Beatas y Granada. Llegó puntual, sonriente y algo nerviosa. Le sugerí entrar en un nuevo lugar de tapas, El Patio, que estaba allí mismo, pero no le gustó el ambiente. Me propuso ir hasta el Beatos,al final de la calle, un tugurio de tapas baratas. Durante el trayecto lo pasamos mal. Ninguno de los dos sabía de qué hablar. Después llegaron las cervezas y tomamos el camino de las risas. Era fácil. Yo hacía algunos chistes y ella los reía. Comimos crestas, chorizo criollo y ensaladilla rusa. No estuvo mal, pero sólo el hálito que desprendía hacía poco recomendable acercarnos mucho.
Decidimos tomar un gin tonic en la plaza del Teatro Cervantes para aprovechar el buen tiempo y el 'feeling' que estábamos compartiendo. Fue despojándose de su timidez inicial con relatos sobre sus experiencias con los hombres. Infidelidades, decepciones y hasta un cambio de acera. Me aseguró que su confianza en el sexo masculino era prácticamente nula. Yo asentía y apenas rebatía. Una vez me dijo Gabi que es conveniente no meterse en terrenos farragosos en las primeras citas. Es más, tenía que procurar que la conversación siempre girara en torno a ella. De esa forma, por timidez y nerviosismo provocaría que ella bebiera más alcohol. Rubén asegura que son trucos de los 'perros viejos'. Al menos conseguí que bebiera más que el sábado anterior.
Vi que se sentía a gusto y la invité a cambiar de escenario. Creí que el Pasapenas encajaba en su perfil. Y así fue. Frecuentaba el garito habitualmente. Incluso coincidió conmigo en una ocasión. Fue la noche en la que aquel bohemio y yo fuimos enchironados por error después de una trifulca de rapados. Ella me desveló que me vio en la barra, pero que no se acercó a mí porque estaba junto a este tipo. Al parecer es uno de esos poetas malditos, solitarios y pendencieros de Málaga. ¡Y tuvo una relación con él! Me sorprendió bastante porque creo que le podía doblar la edad.
La conversación se fue diluyendo y perdiendo el sentido. El protagonismo se lo cedimos, por este orden, a una sonrisa de complicidad, mi mano derecha en su cintura y el beso. O más bien, debería decir El Beso. No noté ni el sabor de las crestas ni el del chorizo criollo. Embelesados los dos, pudimos estar perfectamente más de media hora entre ósculos, piropos exagerados y risas. La invité a ir a mi casa, pero ella me paró los pies.

- ¿Tienes prisa? La prisa mata, amigo -me dijo mientras acariciaba mi cara.
- Bueno, teniendo en cuenta que el mundo se acaba en año y medio...

Y ella se rió a carcajadas. Pese a ello, no conseguí mi objetivo. Mónica me dijo que trabajaba al día siguiente y que lo mejor era vernos tranquilamente durante la semana. Es bastante frustrante para un hombre con excitación física  terminar claudicando a la dictadura femenina. Nuestro voto ni cuenta. Ni siquiera para las estadísticas.

Y desde el martes por la noche hasta esta tarde de domingo ando tras ella sin pasar de los besos y de los achuchones. Hemos quedado todas las noches menos la del miércoles. Me da vergüenza admitirlo y siento que mi atracción roza el enamoramiento, aunque creo que es una obsesión relacionada directamente con el hecho de que aún no hemos retozado juntos. Quizás sea el morbo de la negación.
El viernes por la noche se la he presentado a Gabi y Rubén. Ellos aseguran que la conocen de algo, pero no saben de qué. Eso sí, no son muy válidos como consejeros sentimentales. Me dicen que es una 'pihippy', un término con el que denominan a aquellas chicas que van de alternativas, pero que realmente no lo son (Pija más hippy igual 'pihippy'). Y hoy por teléfono Rubén me ha asegurado que si aún no la he catado del todo es porque seguramente ella sea una frígida. Ni siquiera así han conseguido que cambie mi opinión sobre ella.  Además, esta noche hemos quedado en mi casa para cenar. Creo que hoy toca. He pasado todo el día limpiando en el apartametno. Y ahora me pondré a preparar tofu, soja y otros yerbajos que le gustan a ella.
Y poco más he hecho estos días, salvo hablar mucho tiempo por teléfono con Marcela. Ella anda con su particular enamoramiento. Esta tarde me ha dicho que quiere venir el próximo viernes. Y ahora sí que no sé qué hacer. La he intentado convencer para que venga en julio con el fin de ganar algo de tiempo, pero sólo he conseguido ofenderla. Me propuse no meterme en líos y disfrutar de estos últimos días al máximo, pero ahora no sé cómo salir del enredo. Me gustaría realmente que Marcela pasara aquí algunos días, pero creo que mi prioridad ahora mismo es Mónica.
Mientras cavilo sobre ello y preparo una hamburguesa de tofu, me doy cuenta de que ya tan sólo quedan 556 días para el ocaso de nuestro tiempo.

martes, 7 de junio de 2011

Quedan 562 días (Entre pepinos y la 'pihippy')

Estoy bastante desconcertado. Mi salud parece ser que no pasa por su mejor momento. Gracias a una amiga de Rubén que trabaja en el Clínico he podido conocer hoy los resultados de los análisis que me hicieron allí. Anemia y  el ácido úrico y el colesterol por la nubes. Me aconsejan cuidar mi alimentación. La joven doctora, un antiguo ligue de Rubén, asegura que tengo que reducir mis ingestas de alcohol, carnes rojas y mariscos. Eso me ha fastidiado bastante el día de hoy. La chica se ha quedado anonadada cuando le he preguntado si podría durar al menos un año y medio así, que es, más o menos, lo que necesito. Me ha respondido muy seriamente que la alimentación no es para tomársela a bromas. Eso y que haga algo de deporte.
Todo lo contrario he hecho precisamente estos últimos tres días. El viernes me levanté con resaca, sed y poco apetito. No almorcé, pero me atiborré a dulces en la cafetería de Lepanto. La ocasión lo merecía. Me encontré en calle Larios con Zelma, aquella nibelunga que pasó por mi cama sólo para dormir. Le expliqué que había estado viajando, que estuve ingresado en el hospital y que para colmo mi móvil estaba desaparecido. Como buena estudiante Erasmus, tiene un presupuesto corto, pero un apetito voraz. Creo que ni siquiera supo valorar la calidad de las 'delicatessen' que le pusieron delante de sus narices. Me resultó gracioso e incluso erótico verla con la cara llena de nata. Se la quité con el dedo y se lo dejé uno segundos a su alcance para que ella lo chupara. Fue un intento tan desesperado como patético. Creo que a esta teutona no le hierve la sangre. Y no hablemos de la libido. Me estuvo contando lo de la crisis del pepino y la que habían liado sus paisanos. Pero, con un escote pronunciado y con una mente calenturienta como la mía era normal que yo pensara únicamente en el lado más pervertido del asunto. Le dije incluso que si quería probar un auténtico pepino español sólo tenía que decírmelo. No cogió el chiste. Y si lo hizo, evitó aparentarlo. Me dijo que se iba al día siguiente a Munich a ver a sus padres. A la vuelta, en dos semanas, nos veríamos.

El sábado fue el mejor día de la semana. Después de quedarme descansando la noche anterior en casa por una preocupante fatiga física, lo único que me apetecía era un masaje. Repetí en los Baños Árabes por cercanía y porque me tenía ganas de ver a aquella chica de aspecto hippy. Sus manos son únicas. Consiguió quitar una contractura que tenía en la espalda. Se lo agradecí invitándola a tomar algo. Me dijo que no podía porque había quedado para ir a la Feria de la Tapa de Rincón, pero me invitó a acompañarla. Y como no tenía nada mejor que hacer, accedí. Creo que ella no se lo esperaba. Fuimos en su coche.
Me sorprendió ver que sus amigos no eran tan alternativos. Al menos, físicamente. Eran dos parejas de treintañeros. Hablaron de Democracia Real Ya y me hice el interesado. Fue fácil aparentar que estaba con ellos. La comida fue lo peor. De pie, al sol y con mucha gente. Tomamos café justo al lado y después cayeron unos gin tonics. Mi masajista, Mönica, apenas bebe alcohol. Y eso es un handicap, está claro. Volvimos casi de noche y me dejó  en la puerta de mi casa. Rehusó subir pese a mi insistencia. Me dijo que vivía cerca. En calle san Millán. Nos intercambiamos los teléfonos y sonreímos como dos tontos enamorados.

Ayer al mediodía la llamé. Intenté quedar con ella, pero estaba con sus amigas tostándose al sol en la playa de Pedregalejo. Inmediatamente me la imaginé haciendo topless. Por la noche, me telefoneó ella. Estuvimos casi una hora hablando. Creo que hay buena sintonía entre los dos. Ella no es tan hippy como aparenta. Sólo se ha apuntado a una moda. La he invitado a tomar algo mañana por la noche. Me ha pedido que no la espere en la puerta de los Baños Árabes. No estaría bien visto por sus jefes, que ya se han familiarizado con mi cara.
Esta tarde, después de haber conocido los resultados de mis análisis, he conseguido hacerme un nuevo móvil con el mismo número. He hablado con Marcela, que parece demasiado ansiosa por venir. Me ha comentado que probablemente venga en diez días. Me da algo de miedo todo esto. Esta argentina tiene algo de psicópata. Además, sinceramente en estos días pienso más en Mónica que en ella. Bueno, y en mi salud. Estoy planteándome ir a un gimnasio y empezar a hacer una dieta. Al menos, durante unos meses. Lo suficiente para tener buena salud y un aspecto aceptable mientras todo esto se va al carajo. De hecho, miro mis notas y compruebo que quedan 562 días para el fin del mundo.

viernes, 3 de junio de 2011

Quedan 566 días (en el hospital con un tipo que dice que canta con Tabletom)

Regresé exhausto, pero cautivado por la belleza y el encanto de París y de Marcela. Ambas con tanta luz y con tanta suavidad. Y al mismo tiempo con tanta provocación. De repente me levanto el martes por la mañana, bajo a desayunar al bar que está en frente de la Casa Natal de Picasso, apenas a veinte metros de mi piso, y me desplomo sobre el suelo de la realidad. Un desmayo, un desvanecimiento o quizás sólo el 'jet lag' que me trasladó de un sueño a la realidad. Tiré el café y la tostada hacia el otro lado de la barra mientras mi cuerpo caía inerte hacia atrás, con tan mala suerte que mi nuca encontró a su paso un taburete.
Inconsciente me trasladaron hasta el hospital Clínico. Allí un médico que evidenciaba tanta inexperiencia como voluntad decidió ingresarme. Pasé a ese extraño grado de observación al que condenan a aquellos que tienen síntomas de escasa transparencia. Con cierta lucidez me desperté en una habitación que compartía con un tipo de barba espesa y canosa que se parecía a Bakunin. El condenado roncaba con ansia. Era lo normal, pues pude comprobar por su reloj que ya había pasado la medianoche. Noté cierta ansiedad. Estar en un hospital abandonado como un perro en la carretera crea mucha desolación. Pese a que me sentía ágil, cierta congoja invadió mi mente. Opté por tocar un timbre que atrajera la atención de alguna enfermera de guardia. Tuve suerte. Una joven en prácticas se acercó sigilosamente y disipó con pocas palabras mi soledad. Me explicó por qué estaba allí. Me contó que la vaca burra había estado a mi lado durante dos horas, pero que se marchó sin decir si volvería. Rápidamente le dije que ya no era mi mujer, que me había divorciado. Nunca se sabe. He oído tantas cosas sobre las enfermeras que no quería dilapidar ninguna opción.
Hasta esta tarde el neurocirujano no ha querido darme el alta. Me han hecho varias pruebas para averiguar la causa de mi desvanecimiento y aún no han sacado nada en claro. Entretanto he tenido la oportunidad de hablar con Roberto, mi vetusto compañero de habitación. Creo que está un poco mal de la cabeza. Me ha contado que es el líder de un grupo muy famoso en Málaga, Tabletom. No me suena de nada. Tampoco me extraña. Según me ha contado, han sacado tres discos en treinta años. Imagino que serán aficionados. Además, no creo que su voz sea la más apropiada para cantar. Parecía muy afónico. De todas formas, el tipo se ha empeñado en cantarme algunos de sus "éxitos". En una de esas canciones dice algo así como que no tiene ni coche ni "amoto" y que tampoco tiene para el autobús. Y que no tiene ni padre ni madre. Lo que sí me ha extrañado bastante es que por allí han aparecido muchas personas para visitarle durante estos dos días. Algunos eran melenudos trasnochados que hablaban de hacer un concierto próximamente. Otros afirmaban que eran periodistas y que sólo querían hacerle unas preguntas. Todo ha sido muy surrealista.
Esta mañana he llegado a contarle todo lo que sé sobre el fin del mundo. Y él se ha reído bastante. Creo que él piensa lo mismo de mí que yo de él, es decir, que estoy zumbado. Cuando me han dado el alta, me he acercado a él y, sin saber por qué, nos hemos fundido en un abrazo. Me ha dicho que dentro de poco dará el último concierto de su grupo y que espera que yo vaya. Le he seguido la corriente.

- Por supuesto, Roberto. Allí estaré. Ponte bien, hombre.
- Rockberto -me ha rectificado antes de reír a carcajadas.

Cuando he salido de la habitación le he oído a cantar algo sobre unas almencinas y el río Guadalmedina. Esas palabras me ha recordado la infancia.
Esta tarde he llegado a casa y he llamado a Gabi para contarle lo que me había pasado. Aunque el médico que me ha dado el alta me ha aconsejado reposo, he terminado acompañando a mi querido amigo a tomar unas cañas en La Campana. Hemos terminado jugando a los dardos en el Ática. Parece que el golpe en la nuca ha mejorado mi sentido de la puntería. Le he ganado con bastante diferencia.
Han sido tres días extraños. He perdido el móvil y eso también me ha desconcertado un poco. Cuando he regresado a casa he mirado mi correo electrónico y me he encontrado con tres emails de Marcela. Dice que me quiere, que me extraña y que vendrá a verme en pocos días. Por ese orden. Me ha provocado algo de alegría, pero también cierta angustia. Quizás pueda ser normal que una chica con 21 años se exprese así, pero me desconcierta su actitud.
Es tarde. Casi las tres de la mañana, así que mejor no pensar mucho y esperar a ver mañana las cosas de otra forma. Mientras tanto la cuenta atrás no para. Quedan 566 días para el fin de todo esto.