viernes, 24 de junio de 2011

Quedan 545 (Táctica napoleónica)

Ya sabía que la llegada de Marcela a Málaga no iba a depararme nada bueno. El martes por la tarde la llamé varias veces a su móvil, pero lo tenía apagado.Anduve buscándola como un tonto por el centro de la ciudad hasta que me tranquilicé y deduje que ella se habría llevado mis llaves y mi cartera para averiguar dónde estaba mi casa. Evidentemente en mi DNI aún aparece el domicilio de Teatinos, así que tuve que llamar a la vaca burra para ver si había llegado hasta allí. Y efectivamente así lo hizo. Teresa no fue muy simpática.

- ¿Qué quieres? No querrás ver a tus hijos ahora, ¿no?
- No, en absoluto, Teresa. Sólo quería saber si por allí ha pasado una chica preguntando por mí.
- Pero, ¡qué poca vergüenza! -murmuró-. Pues, no, hijo, que yo sepa no.
- Es una chica joven, argentina,...
- Espera, me dijo la vecina que una niñata estuvo aporreando la puerta esta mañana y después se fue. Yo estaba en la fiesta de fin de curso de mis hijos, que ya no son los tuyos, por cierto.
- Ah, vale, pues si apareciera dile que se ponga en contacto conmigo urgentemente -y colgué rápido.

Decidí ir a mi piso actual y con pocas esperanzas llamé al portero automático. Después de casi medio minuto sonó la voz de Marcela. "¿Dígame?" Le tuve que rogar que me abriera para darle una explicación. Cuando me abrió la puerta de mi casa, quiso darme una bofetada en la cara. Sentía mucha rabia y aún sollozaba. Había puesto patas arriba todo el piso. Me dijo que le explicara por qué no me podía asomar en la ventana del hotel. Quería saber si ocultaba algo y si era así, qué era. Le dije que se tranquilizara. Estaba tensa, agresiva. Vi mi cartera sobre el sofá y me la guardé rápidametne, pero con cierto disimulo. No tuve más remedio que inventar alguna historia para contentarla. Le conté que una chica se había obsesionado conmigo y no me dejaba en paz. Y que era incluso peligrosa. En verdad, sentía como si la estuviese retratando a ella y no a Mónica. Se calmó y la invité a cenar fuera. Fuimos a un restaurante situado en calle Alcazabilla, Garum. Allí se zampó un ajoblanco, un tataki de atún y un postre refinado con chocolate de nombre impronunciable. Yo apenas toqué el bacalao 'dourado' que pedí. Se me había cortado el apetito. Ella, al menos, ya sonreía y se mostraba orgullosa de haber localizado mi piso por un recibo que encontró en la cartera.Fuimos de nuevo a dormir al Larios. Sería la última noche.
Ayer miércoles regresamos los dos juntos al piso para arreglar aquel pequeño caos. Cuando abrí la puerta encontré una nota de Mónica: "Me tienes preocupado. He venido a buscarte a casa porque no me respondes ni a mis llamadas ni a mis mensajes. Sólo quiero saber si estás bien". Le dije a Marcela que sólo era una nota del vecino. No sabía qué hacer. Mónica podía volver a presentarse y mi querida argentina, que presumía de ser casera, me dijo que no le apetecía salir del piso. Entonces me acordé de una frase de Napoleón: "Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo". Cogí mi portátil con sigilo para no levantar sospechas y le dije a Marcela que iba a bajar por algo de comida para la cena. Ella andaba tan absorta viendo la tele que sólo asintió con la cabeza y un "ok".
Y de repente en el portal me encontré con Mónica, que estaba a punto de tocar en el automático. Mi plan de huida estaba parcialmente castrado. Improvisé. Le dije que iba precisamente a su casa, que había visto su nota y que mi móvil no funcionaba bien. La vi algo escéptica, pero aceptó que fuéramos a su piso. Apagué el teléfono con sutileza y pasé toda la noche en su casa. Ella parecía bastante fogosa. Más de lo normal. Después dormimos apaciblemente y apenas me acordé de Marcela.
Y esta mañana he salido rápidamente antes de que se despertara. Y esta vez sí, me he ido al aeropuerto. He mirado posibles destinos y precios. Tenían que ser lejanos y no excesivamente caros. He estado dudando entre Marrakech, Bucarest y Dublín, pero en ese momento he reparado en que no llevaba el pasaporte. Como no corría el riesgo de que Mónica o Marcela me localizaran allí, he pedido en la comisaría del aeropuerto que me hicieran un pasaporte. He dicho que me lo habían robado con una bolsa de mano. He perdido bastante tiempo poniendo la denuncia. Al final, he pasado todo el día en la T3. He comido, he echado una siesta y he cenado. Ahora tengo mi pasaporte, pero no he comprado todavía ningún billete. A primera hora salen vuelos a Marrakech, Londres, París, Berlin, Bucarest, Dublín, Roma y Madrid. He descartado Londres y París por haber estado recientemente. Y Berlín, Roma y Madrid, porque quiero ir hasta allí de forma más premeditada, así que me quedan pocas horas para elegir entre los tres que había pensado inicialmente, Marrakech, Bucarest y Dublín. Lo siento, por ellas, pero yo no voy a vivir estos últimos días agobiado por nadie. Además, el tiempo pasa inexorablemente y sólo quedan 545 días para que todo esto se acabe.

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