viernes, 8 de abril de 2011

Quedan 622 días

Esta mañana me ha despertado el portazo que ha dado Teresa al salir. Esta vez ha sido ella la que me ha dejado una nota. “Me voy a casa de mi hermana. Me llevo los niños. Espero que reflexiones y rectifiques. Si necesitas algo, llámame”. Tengo que reconocer que me ha dado algo de pena, pero no me puedo echar atrás ahora. Hoy he decidido ir a trabajar, aunque con una indumentaria similar a la del martes. Vaqueros y una camisa algo estridente para una gestoría.
Mientras conducía me han asaltado algunas dudas sobre lo que estoy haciendo. ¿Y si al final todo es una quimera? Después he reflexionado sobre todas las deducciones y las informaciones que he sacado en las últimas semanas. He disipado esos temores. En la oficina, todos me han mirado con una mezcla de preocupación y de admiración. Ellos nunca se atreverían. Tampoco les puedo reprochar mucho. Yo he sido uno más de ese rebaño. Don Jerónimo... Perdón, Jero no estaba en su despacho. Su vetusta secretaria me ha comunicado que estaba de viaje, pero que mañana viernes me tendría que reunir a primera hora con él para tratar un asunto de “muy importante”. Quién sabe, lo mismo también tiene la certeza de que el mundo se va a la mierda.
He completado toda mi jornada laboral, aunque no he atendido ningún asunto de trabajo. Me han pasado algunas llamadas, pero he estado dando continuamente evasivas. En algunos casos eran clientes habituales que han mostrado su extrañeza por el trato recibido. He aprovechado, eso sí, para navegar por Internet y buscar algunas de esas páginas de contenido apocalíptico, como la que me pasó el tal Cristóbal anoche. Creo que hay demasiadas evidencias que demuestran que he tomado la decisión correcta. También me he hecho cuentas de distintas páginas. Tengo un gran lío y me pierdo un poco, pero contabilizo ya ocho páginas distintas: Facebook, Badoo (ahora sé cómo se esribe), Twitter, Tuenti, Meetic, Match, Flickr y Adultfriend (ésta promete). Unas son para estar en contacto con amigos y otras para buscar contactos con nuevas amigas. Tengo que aclararme y familiarizarme con ellas, aunque, de momento, me parece que esto sólo puede ser una pérdida de tiempo.
He llamado a Gabi para quedar esta noche. Me ha dicho que íbamos a celebrar mi “bienvenida de soltero” a partir de esta noche. Por eso, nada más salir del trabajo, me he ido a comprarme ropa en una tienda de Springfield. Creo que es un estilo que servirá para rejuvenecer mis 37 años y mi falta de hábito en la vida nocturna. Cuatro camisas, tres pantalones, dos cazadoras, cinco boxers y cinco pares de calcetines. Casi 250 euros que han sido abonados a través de la maravillosa Ikea Family.
Cuando he llegado a casa y he percibido su silencio, he sido consciente de lo bien que podría estar yo desde hace tiempo. La vaca burra no estaba allí para contarme las trascendentes conversaciones telefónicas que ha tenido con su hermana, con su madre y con su amiga Loli. Los pequeños demonios tampoco me han impedido descansar a pierna suelta en el sofá mientras me he bebido un Jack Daniel's con hielo. La botella llevaba años guardada y sin estrenar. No creo que haya mejor ocasión para desvirgarla.
He tenido que salir de casa para comprar un desodorante y un perfume que vayan más con mi nuevo estilo. No creo que Brummel sea lo más apropiado para sentirme más joven.
He pensado ir en autobús hasta el centro, pero he reaccionado a tiempo y he cogido un taxi que me ha dejado en la confluencia de la Alameda Principal con calle Larios. Y allí ya estaba esperándome Gabi, que ha elogiado, creo que con ironía, mi nuevo 'look'. No sólo por la ropa sino también por la barba de dos días.
Me ha decepcionado al sitio de tapeo al que me ha llevado. Orihuela o algo similar. Aún siendo ése su nombre, sería lo mejor del bar. Un camarero que lo comentaba todo, comida recalentada en microondas y vasos con algunos churretes. Gabi ha estado insistiéndome con un imperativo machacón: “Cambia el chip, Ernestito”. Odio que hagan el diminutivo con mi nombre.

- ¿No viene nadie más? -le he preguntado.
- Hoy tú y yo solos, Ernestito. Y nos sobra gente -ha dicho antes de estallar en una carcajada tan sonora como absurda.


De allí, algo embriagados por las cinco cañas que nos hemos tomado cada uno, hemos ido hasta un local llamado Indiana. Muy estrecho, pero con música que me es muy familiar.

- Gabi. ¿Tú no te sientes fuera de lugar cuando sales por la noche?-
- Ni tú ni yo estamos fuera de lugar. Mira -me dijo señalando con el dedo al fondo del bar.
- ¿Qué?
- ¿Qué? No. ¿Cuántas? ¿Cuántas cabezas calvas ves ahora mismo?


Me hizo contarlas. Ocho. Ocho sobre un total de veinticuatro varones.

- Tú y yo, Ernestito, al menos nos podemos peinar. Además, estamos en forma. Tú algo flácido, pero sin barrigón. Estamos en nuestro mejor momento.

Después de asentir y dejarme convencer, hemos hecho grandes ingestas de gin tonic y he tenido que escuchar alguna que otra sandez con carga paradójica. “Los jueves son los nuevos viernes”. Espoleados ambos por el alcohol, hemos hablado con dos conocidas de Gabi, al parecer habituales de aquel antro. Les he contado mi convencimiento sobre el fin del mundo y se lo han tomado a broma, como si fuera uno de los chistes ridículos de mi amigo. Allá ellas. Una de las chicas -poco agraciada físicamente, pero con cierto atractivo corporal- me ha tocado el paquete en un par de ocasiones, aunque Gabi me ha susurrado al oído un “cuidado, ésta es una calientapollas”.

Ahora son casi las tres de la mañana y no sé ni siquiera cómo soy capaz de escribir con lucidez en este diminuto portátil. Tengo devaneos entre la embriaguez del alcohol, la excitación de la 'tocahuevos' y la felicidad de estar solo en casa y no tener más responsabilidad que disfrutar. Aún me queda mucho trabajo, pero sé que voy por el buen camino. Eso sí, soy consciente de que para el fin del mundo quedan 622 días. Con sus noches, claro.

2 comentarios:

  1. Desde luego deja bastante claro los pensamientos del autor, su inmadurez y fiel reflejo de más de un infeliz casado que no ha sabido realizarse y encontrarse como hombre,entra en crisis a sus trentaytantos para querer volver a ser Peter Pan. Lo peor de todo es que conozco a muchos "Ernestos"... Gracias a Dios que las mujeres nos estamos dando cuenta y preferimos estar solas a tener un Gilipollas "Ernesto" a nuestro lado...UNA MUJER

    ResponderEliminar
  2. Estoy totalmente de acuerdo. Las mujeres no somos el esterotipo que nos ponen aquí.

    ResponderEliminar