miércoles, 13 de abril de 2011

Quedan 617 días

Es extraño deambular solo por el centro de Málaga un lunes por la noche. Pensé que no iba a ser una velada de muchas sorpresas. Incluso me dio por creer que no es tan divertido liberarse de las obligaciones familiares y laborales. En la recepción del hotel, pregunté, como si fuera un turista, por algún sitio para cenar que no estuviera muy lejos. La joven, de exuberantes pechos, me recomendó Lamoraga, un gastrobar que está en calle Fresca, es decir, prácticamente en frente. Pese a ello, me perdí por esos pequeños callejones peatonales. Falta de hábito por esos lares. Después de preguntar dos veces, logré llegar. Me sorprendió descubri que estaba justo puerta con puerta con el bar de tapas en el que estuve con Gabi este fin de semana. Por cierto, ahora sé su nombre: Orellana, que no Orihuela. En Lamoraga pedí la carta, pero no me convencían los nombres de los platos. Observé lo que comía una pareja de enamorados que estaba a mi lado y me di cuenta que no es lo que necesitaba cenar. Aunque no me dejó muy buena impresión la primera vez, busque auxilio y viandas menos rococós en el Orellana. Allí estaba de nuevo el camarero charlatán, que no paraba de preguntar y de opinar sobre todo. Política, fútbol o el último terremoto de Japón. No me atreví a hablarle de mis teorías apocalípticas. Me limité a tomarme cuatro cañas con una 'ligerita' de pringá, una tapa de migas y una albóndiga gigante. Mi estómago precisaba de esa contundencia alimentaria.
Cuando aún no era ni la medianoche, salí en busca del Gin Tonic Bar, situado a pocas calles más abajo. No había mucha gente, pero me senté estratégicamente junto a dos mujeres que debían tener la misma edad que yo. Por su conversación, pude deducir que eran solteras y trabajaban en un hospital. No tenía nada más interesante que hacer que escucharlas y beber Hendrick's con Fever Tree. Eso sí, con su pepino y con su ramita de romero. En mi segunda copa tuve la oportunidad de intervenir en la charla de mis dos vecinas de barra. Empezaron a hablar de la Declaración de la Renta 2010 y de sus problemas con algunos trabajos extraordinarios realizados en la sanidad privada.
Interrumpí con educación y me presenté como asesor fiscal. Les di algunos consejos básicos y me prestaron mucha atención, sobre todo la más atractiva de las dos. Pelo negro y rizado, ojos verdes, una gran sonrisa y un trasero aparentemente prieto, que pude observar cuando se fue al aseo. La otra estaba ligeramente entrada en carnes. No tenía mal aspecto, pero me recordaba demasiado a Teresa. Afortunadamente la más interesada en mis recomendaciones era su amiga. Su nombre, Raquel. El de la otra que más da. Aparcamos los temas fiscales y hablamos de sitios donde beber y comer en Málaga. No estaba ebrio, pero sí me sentía confiado. Quizás por eso me atreví a deslizar mi mano sobre uno de los muslos de Raquel cuando su amiga aprovechó para fumar un cigarro en la puerta.

- Oiga, ¡va usted muy deprisa, caballero! -dijo con simpatía mientras apartaba mi mano.
- Perdona, es que estoy desentrenado en estas cosas -me excusé con algo de rubor.
- Claro, claro. Eso soléis decir todos.
- No, de verdad.
- Bueno, toma mi número y si quieres quedamos para repasar todo lo que me has dicho sobre deducciones fiscales.
- Por supuesto, eso está hecho -respondí sin disimular mi alegría-. ¿Cuándo te puedo llamar?
- ¿Mañana por la noche? ¿Qué tal si cenamos en tu casa?

Inventé que estaba de reformas y que, por esa razón, estaba alojado en el Hotel Larios. Ella me explicó que en su piso no podía ser porque tenía dos hijos y que tenía una chica interna para cuidarlos. También me comentó que estaba divorciada desde hacía casi un año. Llegamos a un acuerdo para cenar en un coqueto restaurante del centro que ella conocía bien: Pomelo.

- Ni una palabra de esto a mi amiga, que es de esas que culo veo, culo quiero, y se nos apunta -dijo bajando la voz mientras entraba la otra.
- No, tranquila.

Continuamos la conversación los tres durante unos minutos más y nos despedimos. Cuando llegué a la habitación del hotel no podía conciliar el sueño con la emoción de mi cita. Pensé que lo mejor era beberme todo lo que pudiera del minibar. Esta mañana me he dado cuenta que no ha sido tan buena idea.
He dormido hasta las once y media, con un fuerte dolor de cabeza y apestando a ron. Como no tenía hambre, he salido a dar una vuelta por las calles del centro. Todos iban a un ritmo diferente al mío. Nadie estaba paseando.
Me he tomado dos cervezas Alhambra Reserva en un bar de la plaza del Teatro Cervantes mientras veía como enrojecían las carnes flácidas de dos alemanas de mediana edad. He bajado en dirección a calle Larios y me he parado a comer un buen entrecote en un restaurante que me ha parecido nuevo, Casa Chiqui. Para la digestión me han ayudado dos chupitos de orujo de hierbas y dos horas de siesta en la habitación.
He recordado que tenía que buscar piso si no quería quedarme más tiempo en el hotel. He comprado los tres periódicos locales y he concertado tres citas para mañana. Satisfecho por la buena sensación que me han dado los apartamentos que voy a visitar, he comprado dos camisas y un pantalón en Desigual. Me he afeitado por fin. Quería aparentar ser algo metrosexual ante Raquel. He llamado a Gabi para darle las novedades. ¡Y menos mal que lo he hecho! La falta de costumbre me había hecho olvidar lo más importante, los condones. Los he comprado con mucha vergüenza en la farmacia que hay en la plaza de la Constitución. He tenido que tirar la caja y guardar los preservativos en diferentes bolsillos para que no se percibieran.
Antes de la cita he dado dos vueltas por calle Granada para intentar paliar mi nerviosismo. Como era de esperar, he llegado el primero al restaurante. He tomado en la barra con una cerveza belga mientras que aguardaba a mi cita. Tampoco me ha hecho esperar mucho. Ha llegado con un vestido negro y ceñido y con su amplia sonrisa. Sobraban las disculpas. Hemos pedido un Protos y lo hemos acompañado de varias 'delicatessen' del chef. Los temas fiscales han ido dando paso a las indirectas gracias al poder embriagador del vino. Ninguno de los dos hemos querido tomar postres a pesar de que tenían muy buena pinta. Tampoco café. Ella me ha dicho que trabaja mañana por la tarde, así que me he lanzado directamente a invitarla a disfrutar de mi 'suite junior'. “Todos nos merecemos una estancia en una habitación del Hotel Larios”, ése ha sido mi principal argumento. No me ha dicho que no. En el corto trayecto desde el restaurante, en calle Álamos, hasta el hotel, me he atrevido a cogerla por la cintura. En el ascensor ella parecía más nerviosa que yo, pero en la habitación se ha desinhibido.
No ha estado mal, pero me he encontrado con dos problemas: Mi torpeza para ponerme un condón y sus pechos, que, una vez emancipados del sostén opresor, han derrochado excesiva libertad sobre sus costillas. En lo primero, ella me ha echado una mano y algo más; en lo segundo, he tenido que hacer un gran esfuerzo mental. Pero, la velada me ha reservado otra sorpresa. Apenas la he tocado y ha gemido como una posesa. “Sigue, sigue, no te preocupes”, me ha dicho. Tras la penetración, se han vuelto a repetir su alarido y mi cara de sorpresa.

- ¿Ya? -le he preguntado.
- Sí y no. Digamos que soy multiorgásmica.
- ¿Digamos?
- Bueno, lo soy. No tiene porque ser un problema.
Hemos seguido hasta que la he puesto en la postura en la que algunas creen perder la dignidad y otras simplemente disfrutan a lo grande. Tras explicarme con detalles médicos su amplia capacidad orgásmica, se ha quedado dormida y he aprovechado para relatar mis últimas horas. Me siento satisfecho y extraño al mismo tiempo. Es la primera mujer con la que fornico después de la vaca burra. Y antes que ella, sólo hubo un escarceo en el instituto. Ahora miro a Raquel, mientras escribo. Me parece mayor que yo. Incluso puede que tenga más de cuarenta. No le registraré el bolso por si se despierta, pero no me faltan ganas.
A todo esto, quedan 617 días para el fin del mundo.

1 comentario:

  1. je je je, casi me engañas camarada, muy buena tu idea de hacer una novela, planteada como un diario, pero hay que maliciarla un poco más, como eso de que eres asesor fiscal, pero que curiosamente escribes tan pulcra y meticulosamente como un escritor experimentado, además de que cometes un error bastante grave y es el de supuestamente dar los nombres “reales” de las personas con las que interactúas (cosa que nunca aclaras) y eso contribuye a pensar en la falsedad de tu relato, lo podrías arreglar con el tan socorrido ”los nombre que utilizo no son los reales, bla, bla, bla”; otra mas es en donde comentas que no eres bueno en cuestiones de computadoras, pero a pesar de eso te la has arreglado para publicar un blog je, je, je, bueno, te quedara de consuelo que como fantasía es bastante buena y divertida, aunque das la impresión de los libros de caballo de Troya de j.j. Benítez en donde se la pasa toda la historia intentando convencerte de la realidad de la historia, pero en tu caso, es por lo menos, bastante más entretenido.

    Saludos.

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