lunes, 11 de abril de 2011

Quedan 618 días (y lo que resta de noche)

Me he levantado a las once de la mañana. Mi cuerpo y mi mente se tenían que recuperar de un intenso fin de semana, aunque todavía le debo horas al banco del sueño. He bajado a una peluquería del barrio y he pedido cita para cortarme el pelo por la tarde. He aprovechado el resto de la mañana para meterme en un cibercafé y actualizar mi perfil de Facebook. Es la página que más me sonaba de las que me han recomendado en estos días. He puesto una foto que me hicieron el sábado por la noche con el móvil en la que me veo con buena pinta. He completado algunos datos personales como mi estado civil: Separado. Sólo tenía como contacto a Gabi, así que para paliar tanta soledad internauta he añadido a algunas de sus amistades. He empezado por los chicos de los miércoles. Después, me he animado y he agregado a todas las amigas de Gabi que parecen más o menos agraciadas físicamente. Algunas me han aceptado y otras me han enviado un mensaje preguntando quién soy. A la una de la tarde Gabi me ha llamado:

- Tío, ¿estás añadiendo a todos mis amigos en Facebook? -me ha preguntado un poco irritado.
- A todos no, hombre. A los que me sonaban y a alguna chica.
- Sí, entre ellas, a mis ex, a mi hermana y a mi madre.
- ¿Tu madre también tiene Facebook?
- Ésa no es la cuestión, Ernesto. Mira, esta página no es para ligar ni para molestar a la gente. Agrega a quien quieras pero a ser posible que los conozcas antes.


Me he disculpado y me ha dicho que, si quiero ligar por Internet, me vaya a las páginas de Badoo y Adultfriend. Pero, ya ha sido suficiente por hoy. Dos horas en un cibercafé son demasiadas para un sólo día, sobre todo teniendo en cuenta que en estos momentos soy uno de esos analfabetos digitales.
He ido a dar un paseo por el centro para hacer hambre. He dejado el coche en zona verde. No se lo van a llevar y no pienso pagar ninguna multa. He pasado por la plaza de la Merced, que está en obras, y he bajado por calle Granada hasta Larios. Allí me he parado en una tienda de Movistar y he comprado uno de esos móviles que tiene conexión a Internet. Después he ido a comer a un restaurante que me han recomendado los amigos de Gabi, Clandestino. Cocina sofisticada, música de fondo y muy buen ambiente. La camarera no ha parado de sonreírme. Creo que mi barba de una semana me da un aire desenfadado que atrae a cierto público femenino. Le he dejado apuntado mi número de teléfono en una servilleta, justo debajo de los 50 euros con los que he pagado. La idea no era mala del todo, pero no había pensado en la posibilidad de que fuera su compañero y no ella quien recogiera el abono de la cuenta. Aunque sobraban más de treinta euros y pensaba dejar algo de propina, he salido lo antes posible para evitar explicaciones. En la puerta estaba ella fumando. Le he sonreído nervioso y me he despedido. Antes de doblar la esquina por calle Granada me he vuelto para decirle, algo trastabillado, que le había dejado mi número junto a la cuenta por si quería llamarme. Me ha mirado como si estuviera loco y ha esbozado un gesto amable pero poco sincero.
Pocos minutos más tarde he recibido una llamada en el móvil. He pensado que era la chica del Clandestino, pero no. Era de la peluquería. Me estaban esperando. He pedido disculpas y he dicho que tardaría media hora al menos. Aún así, he tardado sólo veinte minutos y me han podido hacer un hueco. Me ha cortado el pelo un chico amanerado con muchas ganas de conversar. Me ha hecho varias propuestas, pero casi todas me han parecido muy radicales. Al final, todo se ha quedado en un ligero cambio de 'look', con el pelo más corto y con un diminuto flequillo en punta.
Cuando he vuelto a casa, estaba allí Teresa con los niños. Ellos se han abrazado a mí con fuerza. Creo que nunca he sentido de parte de ellos una muestra de cariño similar. La vaca burra no estaba triste. Ahora sus penas se han tornado en enfado.Ni siquiera me ha comentado nada sobre mi nuevo corte de pelo. Después el egoísta soy yo, claro.

- Vengo para quedarme, Ernesto. No soy yo quien tiene que irse de casa -me ha recriminado con convencimiento.
- Lo entiendo. Buscaré un apartamento, pero aún no he tenido tiempo.
- ¿Y por qué no te vas con ella?
- ¿Con quién?
- ¿Con quién va a ser? Con esa zorra que te ha liado la cabeza.
- Estás muy equivocada, Tere -le he corregido.
- Ya, ya.
- Que a tu hermana le hayan puesto los cuernos no quiere decir que te los tenga que poner yo a ti.
- ¡A mi hermana la dejas en paz! -me ha gritado antes de irse a llorar al dormitorio.


He llamado a Gabi y le he pedido que me dejara dormir en su casa, pero me ha dicho que era imposible porque tenía un plan. ¿Un lunes? Ha sonado a excusa falsa. Mi otra opción era la de Juanjo, pero no he podido localizarlo por teléfono. No he tenido más remedio que optar por un hotel. De perdidos al río, dice el refrán. Me merezco con creces la 'suite junior' del Hotel Larios desde la que estoy escribiendo ahora mismo. Por menos de 160 euros tengo reservada esta noche y la de mañana. Voy a cenar por aquí cerca y me tomaré una copa en uno de los sitios de moda de la ciudad, el Gin Tonic Bar. Y mañana a buscar un apartamento. A ser posible por el centro.
Por tanto, quedan 618 días y lo que me resta de noche.

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