sábado, 30 de abril de 2011

Quedan 600 días (Algunas gamberradas antes de ir a Alquife)

Escribo desde Alquife, un pueblo granadino, donde me han traído Rubén y Gabi. Me siento secuestrado. De repente, esta tarde me dicen que me van a dar una sorpresa. Y no se les ocurre otra cosa que, a mí, un urbanita convencido, llevarme a un poblacho. Me advierten de que me prepare porque son las fiestas patronales, pero ahora mismo lo único que sé es que estoy en una casa de unos amigas de no sé quién. Al menos, me ha dado tiempo a traerme el portátil. Así puedo escribir lo que me ha pasado tanto ayer como hoy.
Ayer fue una jornada intensa. Aún así, me desperté tarde y no de 'motu propio'. Fue una llamada telefónica la que casi me hizo saltar de la cama. Una chica de voz agradable me confirmaba que el préstamo personal estaba aprobado y que podía pasar por la sucursal para firmar la documentación cuando quisiera. Así que, con el entusiasmo que te dan sesenta mil euros, me levanté como un resorte, crucé la calle y dejé mi rúbrica más poética. Puse hasta un corazoncito junto al garabato. En la oficina no daban crédito a la rapidez con la que me había presentado. Evidentemente, desconocían que vivía justo en frente porque mi dirección era la del piso de Teatinos, la guarida de la vaca burra que me ha servido como aval. El amigo de Rubén me saludó efusivamente, consciente de la comisión que se embolsaba con la gestión del préstamo.
Con el dinero en mi nueva cuenta bancaria, me volví loco haciendo compras. Me fui hasta El Corte Inglés y adquirí ropa, calzado y una maleta para llevarme a Londres. Llamé a Adriana y la invité para comer. Poco me importó que no me respondiera a mis llamadas. Pienso que el orgullo de poco te sirve si estamos irremediablemente en una cuenta atrás. Final Conuntdomw, que dirían los trasnochados de Europe. Aún así, me dijo que le era imposible porque tenía mucho trabajo. Poco me importó, porque me fui a la Marisquería Santa Paula para darme otro homenaje a base de bichos del mar. No es el restaurante Santiago, pero me puse las botas. Ostras, conchas finas y un bogavante fueron las víctimas elegidas. Nadaron en mi estómago en un Montespejo, al que ha siguieron un par de copas de orujo de hierbas con hielo. Esto último me recordó que de alguna forma tenía que preparar el incendio del coche. Pasé a comprar a primera hora de la tarde alcohol de 96 grados en una farmacia cercana. Una vez en casa, me eché una larga y reparadora siesta que me capacitaba para trasnochar y, de este modo, poder calcinar el vehículo. Pasé horas viendo una serie que me pasó Rubén, el amigo de Gabi. Misfits. En torno a las dos de la mañana bajé hasta la calle con el bote de alcohol, un trapo y unas cuantas cerillas sueltas. El Golf estaba estacionado cerca de casa, en la calle Huerto del Conde. Como no había ningún ruido, no tomé la precaución de mirar por los alrededores. Rocié el trozo de tela con el alcohol y lo introduje por la ventana rota. Encendí dos cerillas y, en ese momento, desde una terraza alguien se puso a gritar "hijo de puta". Arrojé los fósforos ardiendo y salí corriendo despavorido. Huí por una serie de calles desconocidas para mí, pero terminé justo en la plaza de Los Monos. Como no me calmaba y tenía miedo de volver a casa por si alguien me reconocía, anduve sin rumbo fijo y llegué hasta el barrio de Martiricos. No estaba acostumbrado a estos subidones de adrenalina. Me senté en un banco a descansar. Estaba cerca del colegio Ciudad de Mobile, donde estudié en mi infancia. Rememoré algunos traumas y frustraciones. Nunca pude ser el gamberro que quería. Eso me recordó que siempre había querido hacer un acto vandálico y nunca me atreví. Había una panadería cercana con el rótulo "Amalia, pan caliente todo el día". Ése era también el nombre de la maestra que más me humilló en mi niñez. Siempre había planeado borrar la palabra "pan" de aquel cartel luminoso, pero nunca tuve agallas. Anoche me atreví. Utilicé unos contenedores cercanos para auparme hasta allí y un trozo de madera para hacer mi fechoría. Cuando lo conseguí a base de duros golpes, justo detrás de mí dos policías locales bajaban de su vehículo. Intenté simular una borrachera, pero ni siquiera eso sirvió para eludir una noche en el calabozo de la comisaría de la avenida de la Rosaleda. Pese a ello, me sentí más libre que nunca. Ni siquiera atendí al sermón de los agentes. Sólo pensaba en cómo había quedado el rótulo: "Amalia, caliente todo el día". Lo que es una lástima es que aquella vieja maestra no pueda verlo.
A las dos de la tarde me han dejado ir, aunque me han dicho que me citarán para ir al juzgado. He ido a casa y he visto el coche calcinado. He avisado al seguro para dar parte. Después, he recibido la llamada de Gabi. Me ha dado dos horas para hacer una maleta y me han traído hasta este pueblucho. Antes hemos hecho parada en el municipio vecino para comer directamente colesterol embutido. Bar Fermín, así se llama el sitio. Menos mugre de la que imaginaba.  Mientras termino de escribir, me han pasado.varios porros y tres vasos de Cacique con Coca Cola. Por mí, no saldría, pero estos insisten en que vamos a tomar algo y a disfrutar de las fiestas. Al parecer mañana noche se celebra lo más importante.
Mientras tanto, quedan 600 días.

jueves, 28 de abril de 2011

Quedan 602 días (Resaca de Cardhu y desayuno con vistas)

Había olvidado por completo que hoy era miércoles y que además había fútbol. Espero que se terminen de una vez por todas esos duelos entre culés y merengues. No lo soporto. Y mucho menos la tensión que se ha creado esta noche en casa de Rubén, el amigo de Gabi. Al menos me he entretenido buscando reseñas en Internet para mi viaje a Londres. Me ha hecho gracia que para los que viajen por primera vez a Inglaterra se les aconseje prestar mucha atención a la hora de cruzar la calle. Es lo que tiene ir a un país de invertidos.
Esta mañana me he levantado con resaca, pero al menos era de Cardhu. Me ha sorprendido encontrarme la botella por debajo de la mitad. Tendré que aprender a controlar mis ingestas de alcohol. He desayunado a las once en el Bruselas, que tiene estos días unas vistas privilegiadas de las obras de la plaza de la Merced. No me ha molestado el ruido y he podido disfrutar de las numerosas féminas, casi todas extranjeras, que han paseado por la zona. Pero, lo mejor de todo ha sido ver cómo reaccionan los obreros ante cualquier cosa que se parece una mujer. Yo, al menos, he sido más sutil y me he dedicado a darles nombres ficticios y notas del uno al diez. Lo he ido apuntando en servilletas para después sacar la media e incluso una gráfica. No ha estado mal: 7,5, entre las 11:03 y las 11:41. Quizás mi listón esté demasiado bajo. Sería lo más lógico después de haber estado viviendo los últimos años con una vaca burra y ser anulado sexualmente. A eso tengo que añadir que mis dos últimas conquistas no me hacen sentir especialmente orgulloso. Y no hablemos de las experiencias en la alcoba.
Con esas reflexiones he entrado a la sucursal de Unicaja que tengo justo en frente de casa para hacer la solicitud del préstamo. Me ha atendido un conocido de Rubén. Aparentemente no hay problemas, siempre y cuando no sepan que me voy a divorciar y que he firmado en lugar de Teresa para presentar el piso como aval. La respuesta la tendré el viernes o como muy tarde el lunes. Todo encaja porque tengo previsto irme a Londres el jueves de la próxima semana.
He llamado a Juanjo, del que no sabía nada desde que pasé la noche borracho en su sofá mientras que Gabi y él se beneficiaban a nuestras acompañantes nocturnas. Le he propuesto un almuerzo, pero me ha dicho que era imposible. Le he contado lo del despido, el avance del divorcio, la solicitud del préstamo y lo del viaje de Londres, pero creo que realmente no me ha escuchado. Andaba muy estresado con su negocio. La última vez que lo vi me vendió la idea de que era muy feliz, que trabajaba poco y que disfrutaba mucho. Hoy me ha parecido uno más. Uno que se deja llevar por la rutina del trabajo y no se deleita con los placeres de la vida. Uno que no sabe que nos queda muy poco para el fin del mundo y que hay que aprovechar al máximo los días de esta cuenta atrás. Uno que, en definitiva, no sabe que esto se va a la mierda.
He terminado comiendo sólo. He cometido el error de entrar en un vegetariano de la calle Alcazabilla. Andaba buscando un sitio llamado Otro Bar. Me lo recomendó Gabi la semana pasada. Me he confundido y me he sentado justo en el establecimiento de al lado. Nada de carne ni de marisco ni de pescado. Todo verde e insípido. De todas formas, no está mal compensar mi dieta de vez en cuando si quiero llegar al fin de los días sin un infarto o con gota.
La tarde la he pasado justo en frente, en el Café Negro. Tengo que reconocer que, por un momento, he echado de menos un buen libro, pero he claudicado ante los juegos de mi móvil, los orujos de hierba y las guiris que se tostaban al sol. Después he acudido a la cita de los miércoles en taxi porque me he encontrado rota la ventanilla del cristal. No se han llevado nada. Ahora, mientras termino de relatar mi día y me termino la botella de Cardhu, he tenido la brillante idea de quemar el vehículo para cobrar el seguro. He decidido que no voy a conducir más. A partir de ahora me moveré en taxi, en tren o en avión. Nunca en autobús. Entre otras cosas, porque odio las muchedumbres y su hedor. Y además, sólo nos quedan 602 días.

miércoles, 27 de abril de 2011

Quedan 603 días (El juego de la persecución)

Esta mañana me he levantado tan liberado de obligaciones que casi llego tarde a la cita con el abogado. He llegado casi sin respiración a su despacho de la calle Trinidad Grund. Cuando he recuperado el aliento, le he contado casi todos los detalles de mi situación. Sólo he omitido lo de la sociedad gibraltareña. No creo que tenga que saberlo. Se ha mostrado optimista, aunque me ha dicho que no tenía que haber hecho ninguna oferta a la vaca burra sin su asesoramiento. Nunca he tenido habilidad para negociar. Lo reconozco.
La reunión ha durado casi dos horas, así que lo primero que he hecho nada más salir ha sido almorzar. Esta vez no he tenido un antojo especialmente sibarita. Me he metido en la Antigua Casa de Guardia para tomar unos mejillones, unas bocas de mar y unas conchas finas. Los he acompañado con unos 'Lágrima'. Con ese nombre ha frenado mi euforia y me ha hecho pensar en el crédito personal. Mañana tengo que ir al banco y llevar la nómina de marzo, que aún es válida, y el aval del piso. Espero que no me pongan problemas para la cantidad que necesito.
Esta tarde me he acercado hasta una agencia de viajes situada en calle San Juan para buscar billete y hotel para Londres. He decidido que me voy la semana que viene. He reservado para pasar mi estancia entre Oxford Street y Picadilly Circus.
Al salir del establecimiento, he llamado a Teresa y me ha dicho que ya tiene abogado. Perfecto. Creo que ha colgado bruscamente porque ha empezado a gimotear. Yo casi también suelto mis lágrimas, pero de alegría, claro. Tanto alborozo me ha hecho mandar un sms a Adriana, pero justo después de enviarlo me he sentido ridículo: "Hola, sabes que cuando quieras estoy disponible". No se puede ser más patético La culpa es del instinto animal.. Lo peor es que a esta hora de la noche ni ha respondido. Intento que mi orgullo no se resienta por esas cosas. Al fin y al cabo, no pierdo nada.
Para desquitarme he decidido pasear por el centro sin un rumbo fijo. He decidido seguir a las mujeres que tuvieran cierto atractivo hasta que se cruzaran con otras. Hoy precisamente la calidad no abundaba por la ciudad, así que he pasado casi media hora detrás de una chica de vaqueros muy ceñidos que me ha llevado desde la plaza de la Merced hasta Compás de la Victoria. Ha notado mi persecución, así que he decidido acabar con el juego en ese momento.Y allí estaba el Restaurante Montana. Tanto andar me ha abierto el apetito. Me he sentado en un salón donde no había nadie. Le he dicho al camarero que prefería ir a otro sitio y me ha recomendado que me fuera a la zona de tapas que se encuentra dentro del  propio establecimiento. Ha sido todo un acierto.Me he zampado una ensalada de ventresca con gelatina de Bloody Mary, foie casero macerado en Brandy de Jerez y un flamenquín de secreto ibérico con salsa de setas y trufa. Lo he regado con una botella de Martúe, un vino de Castilla. Todo ha sido sublime. Volveré.
He regresado a casa y me he servido Cardhu para celebrar mi primer día como desempleado y empezar a escribir mi relato de hoy.
Y ahora quedan 603 días.    


martes, 26 de abril de 2011

Quedan 604 días (un lunes de despedidas)

Por fin, la palabra lunes pierde su sentido peyorativo. Bueno, para mí y, quién sabe, quizás también para algún avispado que tenga como yo la certeza de que estamos inexorablemente en una cuenta atrás. Pese a ello, esta mañana he tenido bastante ajetreo en la oficina. Nada de trabajo, claro. Mi objetivo es perderlo, no hacer méritos. He hecho un gran esfuerzo para llegar puntual. El que no lo ha hecho ha sido Jero, antes don Jerónimo. Le he reprochado su cuarto hora de retraso y le he dicho que así no se da ejemplo. Claro está, ha intuido que sigo sin estar bien. Sin dilación, me ha invitado a entrar en su despacho.

- Algo me dice que su actitud no va a cambiar. ¿Se puede saber lo que le pasa? -me ha preguntado mientras ambos nos acomodábamos en el despacho.
- Bueno, Jero, iré al grano. Llevo casi quince años trabajando en esta empresa y creo que se me ha estado explotando casi todo el tiempo y creo que...
- Un segundo -ha gritado encolerizado-, ¿qué es eso de llamarme Jero? ¿A qué viene?
- Bueno, no creo que sea lo más importante a tratar ahora. Es más, sé de buena tinta que así le llama en la intimidad una trabajadora de esta empresa -le he dicho mientras le guiñaba.
- Pero, bueno, ¿qué se cree? No pienso tolerar esa actitud.
- Si se pone así, yo tampoco pienso tolerar el incumplimiento del convenio laboral suscrito hace ya cinco años -le he dicho mientras le ponía ante sus ojos el documento que él mismo firmó junto al enlace sindical en el 2006.

Cinco minutos me han bastado para explicarle los puntos del convenio que no se están llevando a cabo, así como ciertas irregularidades en el tipo de contratos. Sin ir más lejos, yo mismo figuro como auxiliar administrativo en lugar de asesor fiscal o contable. Tal y como me esperaba, ha montado en cólera y me ha echado del despacho.

- ¡Póngase a trabajar ahora mismo si no se quiere ir a la puta calle! -me ha gritado mientras abría la puerta para que todos le escucharan.
- Sin problemas, pero mientras no me cambien el contrato, yo haré de auxiliar administrativo. 

Todos, incluido Jero, se han quedado callados. Me he sentado en mi mesa y le he pasado toda mi agenda con las decenas de post-it  acumulados en los días anteriores a Paco Gómez, el más pelota y rastrero de los que trabajan en la asesoría. El karma sólo le ha castigado de momento con una halitosis repugnante.

- Lo siento, Paco. Esto no lo puedo hacer yo. Mi contrato no lo contempla. Y me tengo que poner al día con el Contaplus. ¡Vete a saber tú en qué versión anda ese programa del demonio! -evidentemente le he soltado todo esto con una sonrisa y sin demostrar toda la animadversión que siento hacia él.

Tengo que reconocer que he hecho algo de trampa y no he estado precisamente practicando con ningún software de contabilidad. Me he dedicado a buscar por Internet un abogado que me lleve el divorcio. He tomado tres teléfonos y los he llamado en el descanso del desayuno.Al final, me he quedado con un tal Fernando Guerra. Un apellido bélico tendrá que imponer en la negociación, digo yo.
Antes de irme a almorzar se ha acercado hasta mí la secretaria del gran jefe, la misma que le llama Jero en la intimidad.

- Don Jerónimo quiere que te reúnas ahora mismo con él -me ha ordenado en un inesperado tono imperativo.
- Eso está hecho. Ahora mismo tengo tiempo para él.

Nada más abrir la puerta, sin pegar antes, he visto un cheque en las manos del viejo carcamal. Me ha dicho que o cambiaba inmediatamente mi actitud o que la única salida que tenía era irme a la calle.

- Son muchos años siendo engañado en mi contrato. No creo que sea posible, Jero -y su nombre lo he pronunciado en un tono más elevado para que se me oyera más allá de la puerta.
- No sé cuáles son sus problemas, pero se ve que no quiere que se le ayude. Sepa que su mujer está bastante preocupada. 
- Bueno, ése es mi problema personal, ¿no cree? -le he dicho en un tono desafiante.
- Allá usted. Hemos preparado su carta de despido, su liquidación y su finiquito. 

Me ha mostrado el cheque sin soltarlo. He visto la cifra de 29.345, 12 euros. Casi ocho mil euros menos de lo previsto. He pensado que no estaba para perder el tiempo. En caso de recurrir el proceso podría durar hasta un año. Le he dicho que estaba conforme con la cifra y que si él no cambiaba mi contrato, no tenía más remedio que tomar esa opción. He soltado mi rúbrica generosamente a cambio del talón. Le he dado la mano y le he deseado suerte.

- Encomiéndese a Dios, hijo, porque no corren buenos tiempos para encontrar un trabajo como el que deja -me ha comentado en un tono casi paternal.
- A Dios no, Jero, a los mayas, a Nostradamus y a la Nasa. Ciao, bambino -he soltado las palabrejas italianas por contagio de Gabi.

No me he despedido de nadie porque he corrido para ingresar el cheque en la sucursal de Banesto que está situada justo en la misma calle de la asesoría. El dinero no estará disponible hasta dentro de tres días, pero ya he conseguido uno de mis grandes objetivos. Tal era mi gozo que he olvidado el almuerzo. He pasado la tarde en Málaga. Primero, en el centro comprando algo de ropa. Después, he ido a mi antigua morada para hablar con Teresa. Le he comentado lo del despido, pero ya lo sabía. Le he dicho que la mitad de la indemnización será para ella y también el supuesto fondo de inversión que vence el 14 de enero de 2013, una fecha que, evidentemente, no llegará. Además, se quedará con el piso. Sólo faltan once mensualidades de hipotecas para que esté pagado totalmente. 

- No será suficiente -me ha dicho enfadada.
- Claro, tendrás que dejar tu excedencia y volver a trabajar.
- ¿Y los niños? ¿Quién los va a cuidar? -me ha preguntado con preocupación.
- Todo tuyos, cariño. Fuiste tú la que tuviste la idea de tenerlos.
- Pero, ¿te has vuelto loco?

Hemos estado discutiendo durante más de dos horas. No sé de qué se queja la vaca burra. La casa y quince mil euros seguros. Me ha dejado entender la muy egoísta que quiere una pensión para los niños. Haré lo posible para que no me toque los 1.397,83 euros mensuales que me corresponderán como desempleado con dos hijos. Mañana tengo cita con el abogado a las doce del mediodía. Y habrá que darse prisa porque sólo quedan 604 días.

lunes, 25 de abril de 2011

Quedan 605 días (Experiencias místicas en Semana Santa)

Mis fines de semana no son de dos días como para el resto de los mortales. Duran cuatro. Bueno, y apurando, quizás siete. Este jueves después de ser rociado con ácido úrico mi apetito andaba bastante tímido. Ni siquiera tenía ánimos suficientes para saborear las viandas que ofrecían en la Venta de Alfarnate. Me atreví a compartir con Gabi unos huevos a lo bestia (unas migas que homenajean al colesterol), pero fui incapaz de comer algo más. La lluvia dorada de Raquel y su intento de penetración anal no me hicieron disfrutar ni del almuerzo ni del viaje, aunque he de reconocer que, de todas formas, las salidas al campo no suelen atraerme mucho.
Mientras comía recibí dos sms de Raquel pidiendo disculpas y animándome al mismo tiempo a explorar mi cuerpo y a tener nuevas experiencias. Lo siento, no está entre mis prioridades. ¿Qué sería lo próximo con ella? Mejor no pensarlo.
Por la noche, telefoneé a Adriana. Era un intento vano para quitarme la imagen de la mañana. No respondió a ninguna de las dos llamadas y eso me molestó bastante. Ni Gabi ni sus amigos querían salir, pero Rubén me recomendó que, si iba a salir solo, me fuera a un pub de Torremolinos para solteros como yo, 'Atrévete'. Aún no sé si fue una broma o simplemente entiende que por mis aspecto me merezco algo de lo que deambula en ese hábitat tan singular. La media de edad rondaba entre las mujeres los cuarenta y cinco años y la de los hombres apenas superaba los treinta y tres. Leí hace años que el uso de los adjetivos en castellano no debe caer en la exageración gratuita y que hay que evitar en la medida de lo posible calificativos como dantesco. Quien mantiene esa teoría debe visitar este bar de copas para maduritas. A buen seguro, dantesco sería lo más apropiado para ayudar a definirlo.Tomé dos gin tonic por amortizar la entrada. Me sentí acosado en un par de ocasiones por mujeres entraditas en años, de caderas liberadas y de escotes arrugados, pero, eso sí, adornados con collares de perlas. Afortunadamente no estoy tan desesperado para tener roces con señoras. Al menos, con las que se movían por allí. Decidí volverme en taxi y rechacé también los consejos de su conductor.

- ¿Qué? ¿No había buen pescado esta noche? -me preguntó nada más darle la dirección.
- No es el pescado más fresco que se pueda probar.
-Pues, si no quiere irse de vacío a casa, le puedo sugerir otros sitios.
- ¿Iguales que éste? No, gracias.
- No, hombre, de 'paganini'.

Si el virtuoso violinista levantara la cabeza y supiera cómo se aplica su apellido por estas tierras, volvería al pasado para cambiarlo. Rechacé la sugerencia del taxista, a pesar de que me hizo un recorrido virtual por todos los prostíbulos que hay entre Torremolinos y Málaga, que no son pocos. Me dio todo tipo de detalles. Y hasta algún nombre. Cuando llegué a casa no tenía nada de sueño y seguí viendo las hazañas de Hank Moody y Charlie Runkle en Californication. Una madrugada intensa con esos tipos y casi todo el día durmiendo. Me puse tapones para evitar en la medida de lo posible los sonidos de la Semana Santa. Sin embargo, lo que más me asustó fue horas más tarde sus silencios. Era ya medianoche cuando intenté atravesar la calle Álamos y tropecé con la procesión de Servitas. Todo era muy tétrico. Mutismo y oscuridad salpicada con velas. Cuando pasó el trono intenté cruzar entre las personas que iban de promesas. Algunos parecían verdaderos zombis. Recibí algunos codazos, pero logré salir.
Esa noche de nuevo me moví entre los bares habituales de Gabi y sus secuaces. Estoy deseando que pasen los días y conseguir mis objetivos para poder salir fuera de esta ciudad. Me aburrí tanto que terminé yéndome a casa a las tres de la madrugada. Tuve una pesadilla horrible. La vaca burra iba en el trono de Servitas y muchos Alfonsitos y Tomasitos clonados iban detrás de ella como muertos vivientes. La procesión me perseguía y yo no era incapaz de correr.

Ayer sábado decidí volver a darme un masaje relajante en los Baños Árabes. Una chica con un aspecto de hippy actualizada y bastante sexy fue la encargada de aplacar mis tensiones con sus manos. En ese momento deseé que allí hubiera un cartel de "incluido final feliz". Intenté mostrarme agradecido con ella, pero debe estar bastante acostumbrada a los elogios. No conseguí nada más que un agradecimiento tímido acompañado por una sonrisa que desveló una dentadura tintada por el tabaco y el café.
Por la tarde, acompañé a Gabi a una absurda cata de pacharanes y orujos de hierba caseros en un piso cercano al mío. Los degusté y apenas noté la diferencia con los que se sirven o venden en cualquier establecimiento. Como postre sacaron unas galletas embadurnadas con chocolate. El sabor me pareció extraño, pero sabroso. Cuando intentó comerme la tercera, los amigos de Gabi, entre risas, me pararon. Me confesaron que estaban condimentadas con hachís. Me puse nervioso y me enfadé, pero viendo que no me hacía ningún efecto me calmé. Sin embargo, apenas pasó una hora todos los presentes, ocho personas, empezamos a reír por algo que no recuerdo. Me temblaban las manos, pero al mismo tiempo me sentía relajado. Después noté que mis hombros apenas podían soportar mi cabeza. Era como si alguien me presionara por detrás. La sensación parecía tan real que me giré en varias ocasiones. Pese a ello, me sentí tan bien que a escondidas me comí dos galletas más. A partir de ahí poco más puedo recordar.
Esta tarde los amigos de Gabi me han comentado que conté mi pesadilla con mi mujer en el trono de Servitas. También pregunté si era posible volar en ese estado y alguna que otra sandez. Me tuvieron que acompañar hasta casa y meterme en la cama. Hoy me he levantado a las dos de la tarde por una llamada de Gabi, que me ha recordado que habíamos quedado para comer en Pedregalejo. Y no en cualquier sitio, en Miguelito, El Cariñoso. ¡Vaya nombre para un restaurante! A saber cómo será el dueño del restaurante. Me lo imagino todo el día dando besitos y caricias. Afortunadamente la paella estaba hecha con mucho mimo. La sobremesa, la tarde y la noche la hemos pasado en la terraza del Swan, en una animada de tertulia donde nos hemos podido reír de lo de anoche. Yo les he dicho que quiero repetir. Otra sustancia no, pero eso sí.
Y mañana tengo que volver al trabajo. Repasaré ahora el plan para forzar mi despido con indemnización lo antes posible y buscaré un abogado para que tramité lo del divorcio.
Quedan 605 días.

viernes, 22 de abril de 2011

Quedan 608 días

El martes fue aciago y reflexivo, pero lo que ha venido después ha sido más entretenido. Bueno, casi. El miércoles lo dediqué a visitar Frigiliana. Hacía años que no iba. Antes de que murieran mis padres íbamos cada dos fines de semana. El pueblo está muy alterado por el turismo. Ha perdido mucho de su encanto, pero aún así pasear por el Barribarto sigue siendo un lujo para cualquier visitante. Aunque no fue un día muy primaveral, disfruté de las vistas. Y también de la comida. Paré en un restaurante situado en la parte alta. No lo conocía. De hecho, no lleva mucho tiempo abierto. Solo en mi mesa me deleité con una botella de PradoRey, con un bacalao a la vizcaína y con el escote generoso de una comensal alemana. Debía tener algo menos de treinta años y estaba acompañada por una pareja mayor que aparentaban ser sus padres. La digestión la hice con dos vasos de Jagermeister, un brebaje de origen germano con el que intenté hacer mi particular homenaje a la teutona. Después de casi dos horas, en la misma sala el supuesto padre de ésta se levantó y me gritó en alemán algo que no entendí, pero que debían ser tacos e insultos. Tengo que aprender a ser más sutil. Sobre todo cuando ingiero alcohol. Todavía se me nota el moratón en el ojo del otro día. Mi nariz todavía me duele, aunque creo que estoy mejor con la forma que tiene ahora que antes. Después de ser amonestado por el progenitor de la nibelunga, pagué, di una propina de diez euros y me despedí con un beso al aire, que soplé después de haberlo depositado sobre la palma de mi mano. Los improperios germanos seguían oyéndose desde la calle. Aunque fueran versos de Goethe, no sonarían bien en ese idioma de bárbaros.

La tarde la pasé en Nerja, que está apenas a cinco minutos en coche de Frigiliana. Paseé por el Balcón de Europa y me introduje entre sus calles peatonales y comerciales. Lamenté no haber llevado el portátil para escribir allí parte de mis relatos porque me sentía especialmente poético, embriagado especialmente por el Tanqueray con tónica que me estaba tomando en una concurrida heladería. Recibí la llamada de Gabi, que me invitaba a un miércoles especial. Tanto que habían organizado una final de Copa del Rey para la ocasión. Mi amigo era el anfitrión y casi el árbitro de las disputas de los dos bandos. Antes de empezar el partido ya había bastante tensión entre los que se decantaban por uno u otro bando, culés versus merengues. Ridículo. La velada futbolera tuvo su prolongación en los bares del centro. No había procesiones gracias a la lluvia. Empezamos la ruta por Velvet Underground, donde se escuchaba de todo menos la música de aquella banda americana. En la barra me sorprendió la frase de una 'capillita' que reflexionaba con una amiga sobre las pocas procesiones que estaban saliendo en estos días. “Lo mismo el Señor no quiere esta Semana Santa y llora de tristeza”, dijo. Asentí a su lado para que se diera la vuelta. Simulé ser tanto creyente como cofrade. Me bastó con seguirle la corriente. Me mostré bastante de acuerdo con la pérdida de valores. De todas formas, con una cara tan dulce como la suya, no hubiera podido rebatirla. Eso sí, me delaté cuando dije “paso” y no “trono”. Craso error al parecer. Terminé reconociendo que no era tan cofrade como quise aparentar y que como penitencia la invitaba a cenar. Otro 'lapsus linguae'. “¿Cenar conmigo es la forma de castigarte?”, preguntó ofendida. Ni el número de teléfono, ni una dirección de email. Sólo me quedé con las ganas de conocerla a ella y al mismo tiempo de mandar al carajo a su amiga, que sólo torpedeaba nuestro diálogo.

Empecé a desquitarme a base de chupitos de tequila. Recordé que el 21 de abril era el cumpleaños de la vaca burra y brindé por ella repetidamente. Gabi, Juanmi, Jaime y Viri, que fueron los que quedaron hasta el final, me acompañaron y corearon el apelativo de 'vaca burra' en varias ocasiones. Y con esos mimbres llegamos al Pasapenas. Allí estaba Adriana con sus amigas. Las burlas se intuían aunque no se escuchaban por la música. Todos estaban más o menos al corriente de nuestro percance sangriento. Ella me dio algo de conversación, pero como si fuera un servicio postventa. Aún así, empecé a tirarle descaradamente los tejos. Después de hacer mis cálculos y concluir que era imposible que todavía tuviera menstruación, le pregunté si podíamos irnos a mi casa.

- Esta noche, no -dijo con tranquilidad, aunque me sonó bastante contundente.
- Vale, como quieras. Creo que lo capto. Entre tú y yo, no hay reglas -dije con la sensación de que no cogió el chiste.

A los pocos minutos se fue de allí con sus amigas. Después, mi corazón maltrecho, mi entrepierna prieta, Gabi, Jaime y Viri nos fuimos a desayunar en un bar conocido por sus desayunos contundentes y paliativos de resacas. Ellos lo llaman Pahiri, pero en el rótulo sólo estaba escrito Miguel. El cansancio, la borrachera y el escaso tino con el sexo opuesto me desenchufaron de las bromas.

Ayer estuve toda la mañana lamentando el tiempo perdido la noche anterior en los bares. Otro gallo habría cantado, claro está, si alguna me hubiera hecho algo de caso. Afortunadamente, me apartó de mis pensamientos más pesimistas la llamada de Raquel, la multiorgásmica. Me sugirió que fuéramos a tomar unas tapas y aprovecháramos para ver alguna procesión. Lo primero lo haría encantado; lo segundo, sólo a cambio de expectativas de sexo. Por supuesto, no se lo dije. Y las precipitaciones me salvaron de ver los dichosos tronos. Creo que Chaac, dios maya de la lluvia, quiso echarme una mano anoche, aunque se pasó. Me explico. Después de tapear en La Cosecha, el bar Tocata fue el sustituto de los tronos. Bastaron dos Tanqueray con Schweppes para que la libido de Raquel se disparara en forma de mano sobre mis genitales. “Vamos a tu casa”, ordenó. Y como soldado raso ante un general, obedecí sin rechistar.
La llevé del brazo y en menos de cinco minutos ya estábamos sobre la cama desnudos. Ella estaba especialmente desinhibida. Tanto que con sus medias me ató a las rejas del cabecero de la cama. Mientras ella hacía movimientos bruscos buscando sus interminables finales, yo bastante hacía con mantenerme erecto. Reflexionaba sobre lo egoísta que es ser multiorgásmico. Me desató y me pidió que la insultara. Al principio me resistí, pero viendo el placer que le proporcionaba la llamé de todo. Me volvió a atar y me dijo que la complaciera en una de sus fantasías. Y en ese punto lamentablemente me acordé del dios Chaac. Lo de dorada es para darle 'glamour', pero cuando te echan todo el orín sobre el pecho lo único que te provoca es náuseas. A pesar de decirle que no lo hiciera, Raquel dejó lo peor de sus gin tonics sobre mí. Con la cama manchada y con el orgullo por los suelos, la invité a salir de casa. Ella se disculpó y se encargó de arreglar en la medida de lo posible aquel desastre líquido mientras yo me duchaba. Me pidió quedarse a dormir y acepté.
Esta mañana me he levantado abrazado a ella y no sé por qué. La insaciable ha vuelto a la carga, bajo la promesa de no repetir lo de anoche. Me ha querido recompensar de muchas formas. En algunas, lo ha conseguido, pero ha terminado fastidiándolo en su intento de introducir su dedo corazón por mi esfínter. He reaccionado bruscamente y esta vez no la he invitado. Directamente le he dicho que se vaya. Creo que me he pasado un poco. Le he gritado obsesa, enferma, pervertida. Podría haber sido peor, pero soy comedido con los tacos.
Gabi me ha llamado hace unos minutos para ir a comer con sus amigos a uno de esos mesones de pueblo, la Venta de Alfarnate. No le he contado nada. Con lo bocazas que es éste, terminará sabiéndolo todo el mundo.

miércoles, 20 de abril de 2011

Quedan 610 días

No sé si ha sido por las delicias de marisco, por el vino blanco o por los cuatro orujos de hierba con los que hice la digestión después, pero hoy me he levantado con náuseas, que no vómitos, diarrea y un insoportable dolor de cabeza. He estado en la cama hasta bien entrada la tarde. Por supuesto, sin apetito ninguno. Eso sí, he seguido perfilando mis planes para la semana que viene. Me han asaltado otra vez las dudas, pero a esta hora de la noche sigo convencido de que todo tiene que salir bien. También he decidido que mi primer destino de viajero divorciado, desempleado, pero feliz, será Londres.
Por la tarde me he levantado para dar un paseo por el centro. Andaba tan absorto en mis cosas que había olvidado que estamos aún en Semana Santa. He conseguido salir de la plaza de la Merced por la calle Granada con tal de eludir una procesión. El Pimpi, un establecimiento con sabor a vino de Málaga, se me ha ofrecido como inesperado atajo para evitar otra marcha religiosa que he percibido por calle San Agustín. Mi idea era salir por calle Alcazabilla, pero allí me he dado de bruces con una comitiva de políticos. Los alcaldes de Málaga y de Madrid con sus acólitos en plena precampaña electoral. El bloqueo ha sido tanto físico como mental. No andaba yo lo suficientemente ágil como para esquivar ni desfiles ni séquitos. Es más, me he agobiado tanto que he sentido un mareo y he terminado sentándome en el suelo del Pimpi, sin que nadie, por supuesto, me prestara la más mínimo atención. No digo socorro. Bastaba con alguna mirada de interés o simplemente de curiosidad. Me he sentido tan solo acomodado sobre una solería manchada de moscatel como me siento a veces en mi batalla por disfrutar de lo que nos queda por vivir, que no es mucho.
Allá ellos. Si alguien me hubiera auxiliado, quizás le habría contado mis teorías y le habría ayudado mucho más. O quizás me hubiera tomado, como casi todos, por loco.
He recibido varios empujones y algún codazo al intentar cruzar por otra procesión que recorría la calle Alcazabilla. No ha sido un buen día. He estado bloqueado emotivamente, tanto que no he tenido ni fuerzas para llamar a Raquel. Ni mucho menos a Adriana. Pero, me he visto falto de compañía femenina. No sólo de sexo, que también, sino del cariño de una mujer. Entonces he pensado en marcar el teléfono de Teresa. Casi lo hago. Después, me han llegado hasta mi cabeza todas las frustraciones que he tenido con ella. ¿Para qué te sirven tantas matrículas de honor en una carrera universitaria? ¿Para trabajar con trajes grises y oscuros en una asesoría fiscal sin ninguna aspiración profesional? Ese expediente iba a ser correspondido con una meritoria carrera en Madrid, pero por aquel entonces los encantadores ojos de la vaca burra, que en esa época no lo era tanto, se interpusieron en el camino. Ahora pienso que mis fracasos y mi desilusión con Teresa han conseguido en estos últimos tiempos abrirme los ojos y ser consciente de que hay que aprovechar lo que queda. La inmensa mayoría lo ignora y los pocos que tienen la certeza de que estamos en una cuenta atrás sólo piensan en salvar sus almas con buenas acciones. Mentecatos.
Quizás hoy no haya sido un día de sibarita, pero sí ha servido al menos para reafirmarme en mi proyecto. No es poco para una jornada con la cabeza y el estómago revueltos. Y, además, enclaustrado en el centro de una ciudad que estos días sólo tiene ojos para procesiones. A esta hora ya lo veo por todo por el lado positivo. Incluso la Semana Santa. Sólo queda una de aquí al fin del mundo.
Mañana tengo que salir de aquí como sea. Quizás me vaya a dar un paseo al pueblo de mis padres, Frigiliana.
Y ahora nos quedan sólo 610 días.

martes, 19 de abril de 2011

Quedan 611 días

He pospuesto mi idea de pedir el préstamo personal hoy lunes. Hasta que no se me vaya el moratón del ojo no es conveniente que lo haga. No es mi mejor cara. Lo que tengo claro es la cantidad y los plazos. Sesenta mil euros a diez años, el tiempo máximo permitido. De esta forma, tendré que pagar casi novecientos euros mensuales. Como nos queda poco más de año y medio para el fin, he decidido que abonaré sólo las quince primeras cuotas, es decir, hasta agosto de 2012. Las entidades bancarias no empiezan a reclamar los impagos hasta que pasa de un trimestre. Por tanto, he calculado que, en el caso de que me aprueben este crédito, me quedarían para gastar a mi libre disposición algo más de cuarenta y cinco mil euros. A eso uniré los veinte mil de la sociedad gibraltareña, la mitad de la indemnización por despido improcedente y la mitad de la prestación por desempleo. En total, rozaré los cien mil euros. No estará mal para seiscientos días. Unos 150 euros diarios. Hoy he repasado todo el plan para la semana que viene: Divorcio, despido improcedente y préstamo personal. Ni siquiera Gabi sabe nada sobre mis planes. Él está convencido de que lo único que quiero es huir de mi hasta ahora vida gris. En parte tiene razón, pero menosprecia todo lo que le he contado sobre el fin de este planeta. Allá él.
Sobre todo esto he discurrido esta mañana en los Baños del Carmen. Hasta allí he tenido que escaparme de la Semana Santa. Me he conectado con mi diminuto portátil a Internet y he entrado en Facebook. Me ha llegado una notificación (¡qué administrativo!) en la que dice “Adriana Peláez ha aceptado tu solicitud de amistad”. Sí, la misma que me dejó hacer el 'vampirito'. He deducido que la tuve que agregar el primer día que me metí en esta página por el nexo que tiene con Gabi. Me he atrevido a escribirle algo: “Oye, espero que lo que pasó el sábado por la noche quede entre tú, tu regla y yo, jejeje”. Dos horas más tarde me ha llamado Gabi con su irritante carcajada. Al parecer he puesto el mensaje en un muro donde todos los amigos de Adriana lo han podido leer. Al menos hasta las dos de la tarde, momento en el que por fin he logrado borrarlo desde mi ordenador siguiendo las indicaciones de Gabi. Me ha dicho que Adriana no podía eliminar el mensaje porque estaba de viaje. Después de mi mensaje han aparecido cuatro comentarios de amigos de ella donde se burlan de ella, de su regla y de mí. Patético.
Para desquitarme me he ido a comer al Café de París. Dicen que tiene una Estrella Michelín, pero no me he quedado del todo saciado. He dado una vuelta por La Malagueta y he aprovechado para leer los mensajes que me ha enviado Teresa: “Si necesitas algo, llámame. Me tienes muy preocupada”. “No entiendo tu actitud. Tus hijos y yo te queremos”. “¿Por qué dejas de quererme ahora? ¿Qué he hecho mal?” “Espero que el lunes hablemos claro y rectifiques”. “Tus hijos te echan mucho de menos”. Este último sms me ha hecho reaccionar. La he llamado. Ha estado muy simpática, pero he sido muy tajante. “Quiero hablar con los niños”. Me los ha pasado con el manos libres activado. Simplemente les he dicho que estoy bien y que esto es lo mejor para todos. Ellos me han preguntado que cuándo volvería. “Papá está de viaje y tardará mucho en regresar a casa. Quizás ni le dé tiempo a volver”. Cuando he soltado esta frase, he podido escuchar el llanto algo contenido de Teresa. Antes de colgar, les he dicho a los dos pequeños demonios que cuiden de su madre. Tengo que reconocer que me han dado los tres algo de pena.
He pasado el resto de la tarde por La Malagueta. He indagado en algunos nuevos foros sobre el fin del mundo. Hay algunos católicos radicales que señalan que el fin del mundo llegará el próximo 21 de mayo, es decir, en poco más de un mes. Es una de las tesis que estudié hace tiempo, pero tiene un error de base. Parten de la idea que la Creación tuvo lugar en 11013 antes de Cristo y no en 4004. De todas formas, las matemáticas nunca han sido el fuerte de esta religión. Tiene más sentido la teoría maya, a pesar de que muchos dicen ahora que no será el fin del mundo exactamente. Sólo el cambio de una era en la existencia de este planeta. No lo creo. Extrañamente coincide mucho con lo predicho por Nostradamus, que encontraría su apoyo científico en la previsión de la tormenta solar que, según la Nasa, afectará a la Tierra en esas fechas.
He cogido un taxi y he pedido que me lleve hasta Rincón de la Victoria. He cenado en La Cristalera, un coqueto restaurante situado en el paseo marítimo. He pasado muchos días en esa playa y siempre me he quedado con las ganas de comer allí porque la vaca burra decía que se comía poco y era caro. Por cincuenta euros he tomado varias 'delicatessen' hechas con marisco, que he regado convenientemente con un vino blanco de Rueda. Mientras cenaba he estado viendo en Internet algunos posibles destinos para escaparme algunos días. Eso será posible en cuanto me concedan la indemnización y el préstamo. Estoy pensando ir a París, Londres, Dublín, Berlín o Amsterdam. Siempre me he considerado un urbanita y hasta hace muy poco un viajero frustrado. Ahora tendré la oportunidad de ponerle remedio. Entre otras cosas porque sólo quedan 611 días para que todo esto se acabe.





lunes, 18 de abril de 2011

Quedan 612 días

Anoche aproveché el descanso del tedioso partido de fútbol para llamar a Raquel. Me contestó como si no hubiera guardado mi número, pero se mostró muy simpática conmigo. Intenté quedar con ella para hoy domingo, pero me dijo que trabajaba. Probaré suerte a lo largo de la semana.
El encuentro terminó en empate en el campo y en disputas entre supuestos amigos. Gabi  no hacía más que pinchar a madridistas y a culés para caldear el ambiente. Él asegura siempre que sólo defiende los colores de su Málaga. En el bando blanco estaban Cristóbal, Óscar y Juanmi y en el blaugrana, Rubén, Jaime y Viri. Cito sus nombres porque ahora los recuerdo. A algunos los conozco de las veladas de los miércoles y a otros, de haberlos visto por en los bares de copas. Ninguno de ellos se ha tomado la confianza de bromear sobre mis heridas de guerra de la noche anterior. Ni siquiera lo han hecho sobre mi mosca. Gabi, por el contrario, no ha parado de burlarse. A veces no sabe dónde está el límite.
Mi cara tampoco pasó desapercibida en los antros y tugurios del centro.Fuimos a Filo, un bar clásico de la noche malagueña con una música comercial que al menos se dejaba oír. El tipo de la puerta me miró inquisitorialmente en la entrada. Debió pensar que con mi ojo morado y mi nariz achatada tenía el perfil claro del que va buscando gresca.  Estaba planteándome hacer un mutis por el foro cuando se acercó una cara femenina agradablemente familiar. En ese momento supe que la conocía de haber hablado con ella, pero no recordaba ni dónde ni cómo.

- ¿Qué te ha pasado? -me preguntó con tanta preocupación que olvidó saludar y con tanta precaución que evitó darme dos besos protocolarios para evitar hacerme daño.
- Un pequeño incidente que tuve anoche, pero estoy bien.
- No te acuerdas de mí, ¿verdad?
- Claro que sí, pero no sé de qué ni cuándo te he conocido yo -reconocí con sinceridad.
- Olvidas pronto, amigo. Fue hace una semana. Y me pediste el teléfono.

En ese momento recordé que había hablado bastante. Incluso que me había dado su número, pero que yo no lo había encontrado. Fui sincero.

- Sé que me diste tu número, pero no lo encontré -me excusé mientras me trastabillaba y me sonrojaba.
- Lo apuntaste en tu móvil.
- ¿Ah, sí?
- Pero, claro, no te acordarás ni de mi nombre -dedujo.

Se llamaba y se llama Adriana. Y pude comprobar en su presencia que tenía su número en la agenda de mi teléfono. Me disculpé varias veces y puse como excusa que bebí mucho la noche en la que la conocí. Para compensar el desastre la invité a tomar unos chupitos de tequila. A eso añadimos algunos Tanqueray con tónica. No sé cuánto tiempo estuvimos hablando. Ni siquiera recuerdo el tema de conversación. Sólo sé que todo pasó rápido. Gabi y sus amigos desaparecieron de la escena sin avisar. Las acompañantes de Adriana creo que hicieron lo mismo. Debían ser casi las cuatro de la mañana cuando ella me propuso cambiar de tugurio. Me propuso ir a Onda Pasadena, aunque ella aseguraba que también es conocido como el Pasapenas. Me pareció un lugar extraño y circense, pero también divertido y original. Intenté mantenerme lo más sobrio posible para no volver a perder el control, pero no tanto mi compañera, que terminó yendo al baño para expulsar sus vómitos. Su cara se tornó a la de un zombi. Le propuse irnos de allí y no dijo ni que sí ni que no. Lo más decente que se me ocurrió fue llevarla a mi apartamento, que estaba a sólo una calle del Pasapenas.
La senté en el sofá, pero me pidió que la llevara a la cama. Allí comenzó a desnudarse rápidamente. Me tiró del cuello y me hizo caer sobre ella. No tuve ningún tipo de remordimiento porque creí que estaba resucitando. Comenzó a hacerme una felación. Quise corresponderla. Ella hizo algunos gestos para que no lo hiciera, pero insistí. No creo que sea muy normal mi actitud. ¡A una completa desconocida! El final me lo gané a pulso. Empecé a notar olor a sangre. Pensé en un primer momento que provenía de mi tabique nasal. Ojalá hubiera sido así. Encendí la luz, ella me miró con cara de sorpresa y empezó a reír. Mi rostro estaba restregado de su menstruación. Fue horrible y vergonzoso. Casi tanto como las carcajadas que Gabi se ha echado a mi costa esta mañana cuando se lo he contado. "Has hecho un vampirito", repitió una y otra vez mientras se descojonaba.
Eso fue después de que acompañara esta mañana a Adriana y su regla hasta un taxi en la plaza de la Merced. No hemos hablado de lo ocurrido. Pero, tras despedirme y cerrarle la puerta, la he mirado y me he dado cuenta de que se estaba riendo.
Esta tarde la he pasado con Gabi, Cristóbal y Rubén en Las Chanclas, en Pedregalejo. Esta vez sí he sido objeto de burlas por parte de todos los presentes, aunque me han contado también algunas experiencias similares tan repugnantes como penosas. Con este mal sabor de boca me quedo esta noche, después, eso sí, de haber tomado unas tapas y unas cervezas con Gabi en el Cortijo de Pepe, un clásico de los bares del centro. Hoy he decidido que me tengo que regalar algún viaje en los próximos días para compensar el desastroso fin de semana.
Y ahora sólo nos quedan 612 días.

sábado, 16 de abril de 2011

Quedan 614 días

Ayer después de relatar mis últimas horas recorrí las calles peatonales del centro. Mis pasos terminaron llevándome a la entrada de la Librería Luces. Llevo años visitando este establecimiento hasta el punto de que mi cara no es sólo familiar sino que allí  debería ser el mustio hombre gris que por rutina se abastece de todo tipo de títulos. Digo "debería" porque mi presencia no ha debido pasar desapercibida por los pedidos extravagantes realizados en los últimos tiempos. He calculado que en desde 2006 hasta hace unas semanas he podido comprar cerca de trescientos libros y de ellos casi los últimos cincuenta están relacionados con el fin del mundo y otras teorías apocalípticas. Es lo único que puedo agradecer a la lectura. Que me haya abierto los ojos y reaccionar a tiempo. Poco más. No tengo reparo en decir que ha sido una pérdida de tiempo leer a Vargas Llosa, Auster o Saramago.Sí debo reconocer que me hicieron disfrutar Bukowski, García Márquez y otros autores. Pero, ya he leído suficiente. Ahora recuperaré con experiencias gratificantes el tiempo perdido hojeando páginas.
Por todo eso, ayer rehusé entrar en Luces. Casi en la puerta, tomé un taxi y pedí que me llevara al paseo marítimo de Antonio Banderas. Allí proseguí caminando hasta que llegué al final de la parte adecentada. Muchos carteles electoralistas en la ciudad, pero aún nadie ha hecho lo posible para que el último tramo, el que está antes de llegar a la desembocadura del Guadalhorce, sea transitable. Quizás por eso entré en el primer chiringuito que estaba al principio del fin, como yo o como todos nosotros. Vicen Playa se llama. Y ha resultado ser un verdadero descubrimiento. Marisco y pescados que vienen de la costa onubense. Me di otro homenaje a base de ácido úrico y vino blanco. No sé si tendré que controlar mis dosis de mariscos para que no repercuta en mi salud, pero han sido tantos años a base de comida sana que mi cuerpo, liberado como yo, me exige otros hábitos.
Decidí volver a casa andando para disfrutar del buen tiempo escuchar algo de música, que milagrosamente conseguí bajar con mi nuevo móvil táctil. Bajé aleatoriamente varios canciones, pero siempre que cumplieran la condición de que tuvieran títulos en positivo. No estoy yo para penas ni romanticismos. Gracias a eso he disfrutado con dos canciones con la misma denominación: "Un buen día". Una es de Los Planetas y la otra, de Los Piojos. El primer grupo me sonaba, el segundo ha sido todo un descubrimiento. Creo que son argentinos.
En casa llamé a Gabi para saber de sus planes. Me prometió llevarme a una fiesta para que conociera a chicas. Un chalé del Limonar era el escenario y muchas chicas pijas, la actrices. Eso sí, de postín. Mi querido amigo me dejó abandonado, o "a mi aire", como él dice. Cuando uno es consciente de que está en una cuenta atrás tan definitiva como ésta, pierde hasta la sólida timidez forjada durante décadas de complejos tallados en la pubertad y de infancia. Me integré con un grupo de chicas y chicos que hablaban del buen yantar. Y ahí les ofrecí, cual crítico gastronómico, mis opiniones sobre los establecimientos visitados en estos días. A ellas las impresioné. A ellos, no tanto. Me ofrecieron polvo blanco para mi nariz, aunque me negué en rotundo. No contemplo la posibilidad de coger vicios que vayan más allá del alcohol. Precisamente, lo etílico fue lo que me hizo perder la cabeza anoche. Tanto que intenté besar en varias ocasiones a la más atractiva y provocadora de las presentes en la fiesta. Daba igual que Gabi me avisara de que el novio estaba allí. Perdí el control sobre la situación y todo terminó en dos golpes certeros de su amado celoso sobre mi nariz y mi ojo derecho.
Gabi me ha dicho esta mañana que, si le monto otra igual, me va a dejar de llamar. Advertido quedo. El moratón del ojo y el tabique nasal roto son de momento un buen castigo. Me ha dado mucha envidia ver las andanzas de Hank Moody en la segunda temporada de 'Californication'. Sabe provocar, fornica y casi nunca se lleva una buena hostia.
Esta tarde me he aseado con pulcritud, como si fuera uno de esos metrosexuales, y he rasurado mi barba salvo una pequeña porción que se ha quedado en mosca. Necesito pulir mi estilo. Por eso, esta noche probaré suerte con este 'look'. Quizás me haga parecer más interesante. Antes de salir con Gabi, me he castigado aceptando ir a ver un partido de fútbol entre el Madrid y el Barcelona en casa de uno de sus amigos. No voy a perder ni el más mínimo tiempo admirando ni ése ni otro deporte. Entre otras razones, porque quedan apenas 614 días.

viernes, 15 de abril de 2011

Quedan 615 días

En esta cuenta atrás este diario no debe ser una prioridad, aunque sí reconozco que me sirve para desahogarme. No tendría mucho sentido tener un horario disciplinado para escribirlo. Y más teniendo en cuenta en los horarios que me muevo últimamente.Anoche terminé probando carabineros en el Pimpi Florida, un antro singular del Palo, donde folclore y ácido úrico conviven en perfecta armonía. Y después la velada se convirtió en madrugada en el centro de la ciudad.
Pero, antes de contar mi noche, tengo que relatar lo que aconteció en horario diurno. Me desperté temprano para dejar la habitación del hotel, ir a firmar el contrato de alquiler y comenzar con mi mudanza. En casa encontré a Teresa con su hermana, quien me recriminó que utilizara mis llaves y no el timbre. No hubo más reproches. En una vieja maleta metí la ropa que creí que iba a utilizar. Nada de trajes grises, camisas blancas o corbatas. Me llevé el reproductor de DVD para poder seguir viendo Califronication.
Dije a la vaca burra que la llamaría después de Semana Santa para empezar con los trámites del divorcio. Se puso a llorar mientras que su hermana repetía una y otra vez: "No re reconozco".
Después de sacar dinero de un cajero automático, me puse a hacer de nuevo números. Espero que me despidan pronto, en cuanto vuelva al trabajo. Teresa aún no me ha dicho nada, pero pronto averiguará que he hecho varios pagos elevados con la tarjeta de crédito y he sacado cantidades importantes de la cuenta corriente para abonar la fianza del alquiler y para comprar ropa. Ahora queda un saldo positivo de poco más de mil euros. Y no sólo para mí, claro. Para los pequeños demonios y para la vaca burra también. Me estoy planteando ir pronto a Gibraltar, donde está domiciliada la sociedad mercantil con los veinte mil euros que para Teresa están en un rentable fondo de inversión. He decidido que el lunes iré a pedir un préstamo personal del que, por supuesto, sólo pagaré algunas letras.
Para despreocuparme me fui a El Hamman, unos baños árabes que están en el mismo centro. Era la primera vez que alguien me daba un masaje. Estoy seguro que repetiré. Al igual que volveré a ir al Pimpi Florida, donde anoche me estrené  también con los carabineros. Me zampé dos. Costaban nueve euros cada uno, pero un placer para el paladar como ése no tiene que entender de pecunias. Gabi me llamó antes por la tarde para decirme que venían dos amigos suyos de Madrid y que nos quería dar una sorpresa a los tres. No se equivocó de lugar. Un pequeño paraíso en forma de tugurio donde todos los que estábamos en el lado correcto de la barra nos pudimos desinhibir con Privilegio del Condado, bichos marinos y copla española.
Después recuerdo que nos fuimos en taxi hasta el centro. A partir de ahí poco más. Sólo sé que volvimos de nuevo al Indiana y estuve haciendo el payaso. Tuve que estar gracioso. Así lo atestigua al menos la servilleta que he encontrado esta mañana en mi camisa con una dedicatoria firmada con el nombre de una tal Susana y un beso de pintalabios.
Gabi me ha dicho que este fin de semana no haga planes. De momento, me voy a ir a desayunar y a pasar la resaca en el centro. Estoy descubriendo realmente esta parte de Málaga. Me tiene hechizado.
Mientras tanto, soy consciente de que nos restan sólo 615 días.

jueves, 14 de abril de 2011

Quedan 616 días

Intento recordar lo acontecido en las últimas horas, pero los tres gin tonic, esta vez con Tanqueray, que me he tomado en esta noche de miércoles hacen que mi memoria pierda detalles. De nuevo, y no sé si se convertirá en una costumbre, he ido a esa cena tan viril con los amigos de Gabi. Pensaba que contando mi cita de anoche iba a llamar la atención, pero me ha eclipsado un absurdo partido de fútbol entre el Madrid y un equipo inglés. Por eso, me desahogaré más que nunca contándolo aquí.
Reviso lo escrito ayer y recuerdo que dejé el relato cuando Raquel se quedó dormida y comencé a escribir. Debían ser las cuatro de la mañana o alguna hora en punto, como delataba algún campanario cercano, cuando mi compañera de cama comenzó a buscarme con un sutil juego de manos. Pero, no andaba yo para florituras y simulé un sueño profundo. No sé si lo hice porque me enfrentaba en el ring con clara desventaja frente al adversario o bien porque me daba por satisfecho con haber aguantado el primer asalto.
El ruido de la ducha me ha despertado esta mañana bruscamente. He estado durante años acostumbrado a convivir con los ruidos de Tere y de los niños, pero en los últimos días parece que me he habituado rápidamente a los beneficios que te depara vivir solo. Mis ojos han agradecido que Raquel saliera del baño con una toalla que le cubría su pecho marchito. Creo recordar que he tenido alguna pesadilla al respecto esta noche.
Mientras hablaba de sus hijos se ha vestido con rapidez, pero con naturalidad. Me ha dado un beso en la frente y me ha dicho que ha sido un placer dormir conmigo, aunque ha insinuado que podría haber sido mejor.

- Bueno, pero nos veremos otro día, ¿no? -he dicho casi a modo de excusa.
- Claro, me tienes que hacer la Declaración. Me lo has prometido. Pero, ya si eso, te llamo yo.

¿Si eso? ¿Si eso qué? A pesar de que no era el estreno que esperaba, me he quedado un poco decepcionado por su frialdad. He aprovechado que era temprano para desayunar en el propio hotel, ya que está incluido en el precio, y para reservar una noche más, puesto que era poco previsible que tuviera la suerte de encontrar un piso para hoy. Es la primera vez que he comido un croissant en mi vida. Con su mantequilla y con su mermelada. ¡Yo que siempre he sido de pan con aceite! En estos días ando tan relajado que casi he olvidado que tenía la primera cita a las diez en calle Frailes, cerca de la plaza de la Merced. He llegado con cinco minutos de demora, pero no parece  haber molestado al viejo que me aguardaba el portal.

- ¿Ernesto González?
- Sí.
- Pues, vamos a ver el apartamento.

Más que el propietario parecía un funcionario. Su economía del lenguaje estaba en consonancia con la del espacio del piso. Tiene una habitación, una cocina americana y un diminuto salón, pero está en buenas condiciones y, de momento, es suficiente para mí. Le he dicho que me interesaba.

- Pues ya sabe. Mil euros de fianza y quinientos de alquiler. La comunidad y el agua están incluidos.

He sacado quinientos euros de un cajero cercano y se los he dado a modo de señal. Formalizamos el contrato mañana. No sé por qué razón he rehusado a ver los otros dos pisos, pero realmente creo que es por no perder el tiempo con estas cosas. De todas formas, sólo pienso pagar la primera mensualidad.

El resto de la mañana la he pasado en agencias de viajes buscando algunos destinos para esta Semana Santa. No quiero quedarme estos días en una Málaga oliendo a incienso. Y menos viviendo en el centro. Al final, he decidido dejar esa escapada para cuando obtenga el despido y el divorcio. Me he acordado de los niños y he ido a buscarlos a la puerta del colegio. Claro está, allí aguardaba Teresa. Me ha llamado la atención que estuviera risueña y charlara abiertamente con las madres de otros niños. Se supone que está sufriendo.
Me he mantenido a una distancia prudente para que ni ella ni mis hijos me percibieran. Con eso ha sido suficiente. Es mejor que me vaya desligando sentimentalmente de los dos pequeños. De lo contrario, sufriré mucho más según vaya llegando el inexorable fin del mundo.

Con mi diminuto netbook he pasado casi todo el día en el interior de Café con Libros. He tomado dos cañas, un crêpe salado, una ensalada César, un café y dos chupitos de pacharán.. A pesar de los ruidos de las obras de la plaza de la Merced, me he evadido desde la una hasta casi las ocho de la tarde mirando en Internet varios blogs y páginas que hablan del fin del mundo. Me ha impresionado la frialdad de algunos foros frente al radicalismo de otros. He guardado en favoritos una noticia de Libertad Digital, en la que se habla de una empresa que vende billetes para una nave que intentará escapar de la destrucción total en 2012. El hombre siempre buscará el negocio en cualquier resquicio. Nunca se sabe. Quizás contacte con ellos.

Cuando la sombra parecía aliviar a los 'guiris' que se tostaban con algo de masoquismo en la terraza, me ha llamado Gabi para avisarme que, como cada miércoles, tocaba reunión. Además de nosotros dos, han acudido al encuentro Cristóbal y Jaime. La cena ha consistido en unas salchichas alemanas, dos pizzas marineras, algunos embutidos ibéricos y una ensalada de rúcula y queso de cabra. Alguien ha bromeado con el toque gay que tenía este último plato. Hemos digerido cuatro litronas de Cruzcampo y una botella entera del antes mencionado Tanqueray. Se ha hablado de fútbol durante y después del partido. Y creo que han evadido hablar del fin del mundo porque me toman por un pirado. Allá ellos.

Ahora nos quedan 616 días.

miércoles, 13 de abril de 2011

Quedan 617 días

Es extraño deambular solo por el centro de Málaga un lunes por la noche. Pensé que no iba a ser una velada de muchas sorpresas. Incluso me dio por creer que no es tan divertido liberarse de las obligaciones familiares y laborales. En la recepción del hotel, pregunté, como si fuera un turista, por algún sitio para cenar que no estuviera muy lejos. La joven, de exuberantes pechos, me recomendó Lamoraga, un gastrobar que está en calle Fresca, es decir, prácticamente en frente. Pese a ello, me perdí por esos pequeños callejones peatonales. Falta de hábito por esos lares. Después de preguntar dos veces, logré llegar. Me sorprendió descubri que estaba justo puerta con puerta con el bar de tapas en el que estuve con Gabi este fin de semana. Por cierto, ahora sé su nombre: Orellana, que no Orihuela. En Lamoraga pedí la carta, pero no me convencían los nombres de los platos. Observé lo que comía una pareja de enamorados que estaba a mi lado y me di cuenta que no es lo que necesitaba cenar. Aunque no me dejó muy buena impresión la primera vez, busque auxilio y viandas menos rococós en el Orellana. Allí estaba de nuevo el camarero charlatán, que no paraba de preguntar y de opinar sobre todo. Política, fútbol o el último terremoto de Japón. No me atreví a hablarle de mis teorías apocalípticas. Me limité a tomarme cuatro cañas con una 'ligerita' de pringá, una tapa de migas y una albóndiga gigante. Mi estómago precisaba de esa contundencia alimentaria.
Cuando aún no era ni la medianoche, salí en busca del Gin Tonic Bar, situado a pocas calles más abajo. No había mucha gente, pero me senté estratégicamente junto a dos mujeres que debían tener la misma edad que yo. Por su conversación, pude deducir que eran solteras y trabajaban en un hospital. No tenía nada más interesante que hacer que escucharlas y beber Hendrick's con Fever Tree. Eso sí, con su pepino y con su ramita de romero. En mi segunda copa tuve la oportunidad de intervenir en la charla de mis dos vecinas de barra. Empezaron a hablar de la Declaración de la Renta 2010 y de sus problemas con algunos trabajos extraordinarios realizados en la sanidad privada.
Interrumpí con educación y me presenté como asesor fiscal. Les di algunos consejos básicos y me prestaron mucha atención, sobre todo la más atractiva de las dos. Pelo negro y rizado, ojos verdes, una gran sonrisa y un trasero aparentemente prieto, que pude observar cuando se fue al aseo. La otra estaba ligeramente entrada en carnes. No tenía mal aspecto, pero me recordaba demasiado a Teresa. Afortunadamente la más interesada en mis recomendaciones era su amiga. Su nombre, Raquel. El de la otra que más da. Aparcamos los temas fiscales y hablamos de sitios donde beber y comer en Málaga. No estaba ebrio, pero sí me sentía confiado. Quizás por eso me atreví a deslizar mi mano sobre uno de los muslos de Raquel cuando su amiga aprovechó para fumar un cigarro en la puerta.

- Oiga, ¡va usted muy deprisa, caballero! -dijo con simpatía mientras apartaba mi mano.
- Perdona, es que estoy desentrenado en estas cosas -me excusé con algo de rubor.
- Claro, claro. Eso soléis decir todos.
- No, de verdad.
- Bueno, toma mi número y si quieres quedamos para repasar todo lo que me has dicho sobre deducciones fiscales.
- Por supuesto, eso está hecho -respondí sin disimular mi alegría-. ¿Cuándo te puedo llamar?
- ¿Mañana por la noche? ¿Qué tal si cenamos en tu casa?

Inventé que estaba de reformas y que, por esa razón, estaba alojado en el Hotel Larios. Ella me explicó que en su piso no podía ser porque tenía dos hijos y que tenía una chica interna para cuidarlos. También me comentó que estaba divorciada desde hacía casi un año. Llegamos a un acuerdo para cenar en un coqueto restaurante del centro que ella conocía bien: Pomelo.

- Ni una palabra de esto a mi amiga, que es de esas que culo veo, culo quiero, y se nos apunta -dijo bajando la voz mientras entraba la otra.
- No, tranquila.

Continuamos la conversación los tres durante unos minutos más y nos despedimos. Cuando llegué a la habitación del hotel no podía conciliar el sueño con la emoción de mi cita. Pensé que lo mejor era beberme todo lo que pudiera del minibar. Esta mañana me he dado cuenta que no ha sido tan buena idea.
He dormido hasta las once y media, con un fuerte dolor de cabeza y apestando a ron. Como no tenía hambre, he salido a dar una vuelta por las calles del centro. Todos iban a un ritmo diferente al mío. Nadie estaba paseando.
Me he tomado dos cervezas Alhambra Reserva en un bar de la plaza del Teatro Cervantes mientras veía como enrojecían las carnes flácidas de dos alemanas de mediana edad. He bajado en dirección a calle Larios y me he parado a comer un buen entrecote en un restaurante que me ha parecido nuevo, Casa Chiqui. Para la digestión me han ayudado dos chupitos de orujo de hierbas y dos horas de siesta en la habitación.
He recordado que tenía que buscar piso si no quería quedarme más tiempo en el hotel. He comprado los tres periódicos locales y he concertado tres citas para mañana. Satisfecho por la buena sensación que me han dado los apartamentos que voy a visitar, he comprado dos camisas y un pantalón en Desigual. Me he afeitado por fin. Quería aparentar ser algo metrosexual ante Raquel. He llamado a Gabi para darle las novedades. ¡Y menos mal que lo he hecho! La falta de costumbre me había hecho olvidar lo más importante, los condones. Los he comprado con mucha vergüenza en la farmacia que hay en la plaza de la Constitución. He tenido que tirar la caja y guardar los preservativos en diferentes bolsillos para que no se percibieran.
Antes de la cita he dado dos vueltas por calle Granada para intentar paliar mi nerviosismo. Como era de esperar, he llegado el primero al restaurante. He tomado en la barra con una cerveza belga mientras que aguardaba a mi cita. Tampoco me ha hecho esperar mucho. Ha llegado con un vestido negro y ceñido y con su amplia sonrisa. Sobraban las disculpas. Hemos pedido un Protos y lo hemos acompañado de varias 'delicatessen' del chef. Los temas fiscales han ido dando paso a las indirectas gracias al poder embriagador del vino. Ninguno de los dos hemos querido tomar postres a pesar de que tenían muy buena pinta. Tampoco café. Ella me ha dicho que trabaja mañana por la tarde, así que me he lanzado directamente a invitarla a disfrutar de mi 'suite junior'. “Todos nos merecemos una estancia en una habitación del Hotel Larios”, ése ha sido mi principal argumento. No me ha dicho que no. En el corto trayecto desde el restaurante, en calle Álamos, hasta el hotel, me he atrevido a cogerla por la cintura. En el ascensor ella parecía más nerviosa que yo, pero en la habitación se ha desinhibido.
No ha estado mal, pero me he encontrado con dos problemas: Mi torpeza para ponerme un condón y sus pechos, que, una vez emancipados del sostén opresor, han derrochado excesiva libertad sobre sus costillas. En lo primero, ella me ha echado una mano y algo más; en lo segundo, he tenido que hacer un gran esfuerzo mental. Pero, la velada me ha reservado otra sorpresa. Apenas la he tocado y ha gemido como una posesa. “Sigue, sigue, no te preocupes”, me ha dicho. Tras la penetración, se han vuelto a repetir su alarido y mi cara de sorpresa.

- ¿Ya? -le he preguntado.
- Sí y no. Digamos que soy multiorgásmica.
- ¿Digamos?
- Bueno, lo soy. No tiene porque ser un problema.
Hemos seguido hasta que la he puesto en la postura en la que algunas creen perder la dignidad y otras simplemente disfrutan a lo grande. Tras explicarme con detalles médicos su amplia capacidad orgásmica, se ha quedado dormida y he aprovechado para relatar mis últimas horas. Me siento satisfecho y extraño al mismo tiempo. Es la primera mujer con la que fornico después de la vaca burra. Y antes que ella, sólo hubo un escarceo en el instituto. Ahora miro a Raquel, mientras escribo. Me parece mayor que yo. Incluso puede que tenga más de cuarenta. No le registraré el bolso por si se despierta, pero no me faltan ganas.
A todo esto, quedan 617 días para el fin del mundo.

lunes, 11 de abril de 2011

Quedan 618 días (y lo que resta de noche)

Me he levantado a las once de la mañana. Mi cuerpo y mi mente se tenían que recuperar de un intenso fin de semana, aunque todavía le debo horas al banco del sueño. He bajado a una peluquería del barrio y he pedido cita para cortarme el pelo por la tarde. He aprovechado el resto de la mañana para meterme en un cibercafé y actualizar mi perfil de Facebook. Es la página que más me sonaba de las que me han recomendado en estos días. He puesto una foto que me hicieron el sábado por la noche con el móvil en la que me veo con buena pinta. He completado algunos datos personales como mi estado civil: Separado. Sólo tenía como contacto a Gabi, así que para paliar tanta soledad internauta he añadido a algunas de sus amistades. He empezado por los chicos de los miércoles. Después, me he animado y he agregado a todas las amigas de Gabi que parecen más o menos agraciadas físicamente. Algunas me han aceptado y otras me han enviado un mensaje preguntando quién soy. A la una de la tarde Gabi me ha llamado:

- Tío, ¿estás añadiendo a todos mis amigos en Facebook? -me ha preguntado un poco irritado.
- A todos no, hombre. A los que me sonaban y a alguna chica.
- Sí, entre ellas, a mis ex, a mi hermana y a mi madre.
- ¿Tu madre también tiene Facebook?
- Ésa no es la cuestión, Ernesto. Mira, esta página no es para ligar ni para molestar a la gente. Agrega a quien quieras pero a ser posible que los conozcas antes.


Me he disculpado y me ha dicho que, si quiero ligar por Internet, me vaya a las páginas de Badoo y Adultfriend. Pero, ya ha sido suficiente por hoy. Dos horas en un cibercafé son demasiadas para un sólo día, sobre todo teniendo en cuenta que en estos momentos soy uno de esos analfabetos digitales.
He ido a dar un paseo por el centro para hacer hambre. He dejado el coche en zona verde. No se lo van a llevar y no pienso pagar ninguna multa. He pasado por la plaza de la Merced, que está en obras, y he bajado por calle Granada hasta Larios. Allí me he parado en una tienda de Movistar y he comprado uno de esos móviles que tiene conexión a Internet. Después he ido a comer a un restaurante que me han recomendado los amigos de Gabi, Clandestino. Cocina sofisticada, música de fondo y muy buen ambiente. La camarera no ha parado de sonreírme. Creo que mi barba de una semana me da un aire desenfadado que atrae a cierto público femenino. Le he dejado apuntado mi número de teléfono en una servilleta, justo debajo de los 50 euros con los que he pagado. La idea no era mala del todo, pero no había pensado en la posibilidad de que fuera su compañero y no ella quien recogiera el abono de la cuenta. Aunque sobraban más de treinta euros y pensaba dejar algo de propina, he salido lo antes posible para evitar explicaciones. En la puerta estaba ella fumando. Le he sonreído nervioso y me he despedido. Antes de doblar la esquina por calle Granada me he vuelto para decirle, algo trastabillado, que le había dejado mi número junto a la cuenta por si quería llamarme. Me ha mirado como si estuviera loco y ha esbozado un gesto amable pero poco sincero.
Pocos minutos más tarde he recibido una llamada en el móvil. He pensado que era la chica del Clandestino, pero no. Era de la peluquería. Me estaban esperando. He pedido disculpas y he dicho que tardaría media hora al menos. Aún así, he tardado sólo veinte minutos y me han podido hacer un hueco. Me ha cortado el pelo un chico amanerado con muchas ganas de conversar. Me ha hecho varias propuestas, pero casi todas me han parecido muy radicales. Al final, todo se ha quedado en un ligero cambio de 'look', con el pelo más corto y con un diminuto flequillo en punta.
Cuando he vuelto a casa, estaba allí Teresa con los niños. Ellos se han abrazado a mí con fuerza. Creo que nunca he sentido de parte de ellos una muestra de cariño similar. La vaca burra no estaba triste. Ahora sus penas se han tornado en enfado.Ni siquiera me ha comentado nada sobre mi nuevo corte de pelo. Después el egoísta soy yo, claro.

- Vengo para quedarme, Ernesto. No soy yo quien tiene que irse de casa -me ha recriminado con convencimiento.
- Lo entiendo. Buscaré un apartamento, pero aún no he tenido tiempo.
- ¿Y por qué no te vas con ella?
- ¿Con quién?
- ¿Con quién va a ser? Con esa zorra que te ha liado la cabeza.
- Estás muy equivocada, Tere -le he corregido.
- Ya, ya.
- Que a tu hermana le hayan puesto los cuernos no quiere decir que te los tenga que poner yo a ti.
- ¡A mi hermana la dejas en paz! -me ha gritado antes de irse a llorar al dormitorio.


He llamado a Gabi y le he pedido que me dejara dormir en su casa, pero me ha dicho que era imposible porque tenía un plan. ¿Un lunes? Ha sonado a excusa falsa. Mi otra opción era la de Juanjo, pero no he podido localizarlo por teléfono. No he tenido más remedio que optar por un hotel. De perdidos al río, dice el refrán. Me merezco con creces la 'suite junior' del Hotel Larios desde la que estoy escribiendo ahora mismo. Por menos de 160 euros tengo reservada esta noche y la de mañana. Voy a cenar por aquí cerca y me tomaré una copa en uno de los sitios de moda de la ciudad, el Gin Tonic Bar. Y mañana a buscar un apartamento. A ser posible por el centro.
Por tanto, quedan 618 días y lo que me resta de noche.

Quedan 619 días

Si todos los fines de semana son como éste, no aguantaré 619 días. Ni siquiera tendré la capacidad ni emocional ni intelectual para transcribir lo que acontezca. Poco más de seis horas de sueño en dos días, una extraña sensación psicológica que se mueve entre la euforia y la resaca y algo de remordimiento familiar me han hecho pensar que a esta hora de la noche dominical sufro mi 'jet lag' particular.
Pero, relataré las cosas por su orden. El viernes llegué tarde a la gestoría, todavía sin afeitar y con una combinación de prendas de Springfield y Cortefiel. Me queda mucho para renovar totalmente mi vestuario y actualizarlo con este siglo. Nada más entrar en la oficina me dirigí hacia el despacho de Jero. Aunque no es costumbre, su puerta estaba abierta. Parecía que estaba esperándome.

- Buenos días. Me esperaba, ¿verdad? -no me atreví a llamarle Jero. Me faltaron tanta agallas como agilidad mental.
- Cierre la puerta y siéntese.


Apenas me miró a los ojos. Aprovechó para ordenar algunos documentos y me observó unos segundos en silencio. Pudo comprobar que mi indumentaria no tenía nada que ver con mi gris apariencia de los últimos años. Tampoco lo era la barba de cuatro días.


- Ernesto, ¿está usted descontento por algún motivo? ¿Tiene algún problema en casa?
- No, ningún problema. Soy muy feliz. Más que nunca.
- Pues, ya me dirá qué es lo que está haciendo con esas pintas y con su actitud de esta semana.
- Bueno, me cuesta trabajo concentrarme últimamente. Son muchos años trabajando con estrés, pero a veces a uno le viene un bajón y...
- Y lo que quiere usted es darse de baja por ansiedad, claro -me interrumpió bruscamente.
-No, para nada.
- Mire, el martes llamó su mujer y estaba muy preocupada. No sé si ella estará el ajo, pero si lo que quiere usted es una baja, debe saber que en los años que llevo al cargo de esta empresa nadie me la ha jugado. Así que vamos a hacer una cosa. Cójase libre el día de hoy y, si quiere, no vuelva hasta después de Semana Santa. A la vuelta lo quiero ver aquí como siempre. Y si no aténgase a las consecuencias.
- ¿Consecuencias? ¿Me va a echar?
- De momento, tiene un expediente abierto por tomarse un día libre sin previo aviso -respondió con severidad.


Asentí, me levanté y por educación le di las gracias. No estoy acostumbrado a este tipo de envites. Antes de cerrar la puerta, Jero me advirtió que los días que me tomara libre se descontarían de mis vacaciones.


Al salir de la oficina, llamé a Gabi para ponerle al día. “Nunca pensé que echaras tantos cojones”, me dijo orgulloso. Me fui a casa a descansar y llamé a Teresa para preguntar por los niños. Aproveché la llamada para adelantarle que quería el divorcio y se puso a llorar. Le dije que era lo mejor y que no se preocupara por el dinero. Colgué. Ella me llamó justo después, pero no lo cogí. Me eché a dormir para reponer fuerzas, pero no podía conciliar el sueño. Demasiadas emociones seguidas y muchas cosas por hacer. Decidí que era un buen día para darme un homenaje culinario en el Parador de Gibralfaro. Todavía recuerdo el día que propuse a la vaca burra una cena romántica por nuestro aniversario y ella lo fastidió por un atracón de migas que se dio al mediodía en casa de su madre.
Borré aquella frustración con una factura de 92 euros y con el trato exquisito de un camarero que tenía que pensar que atendía a una persona con clase y adinerada, dos virtudes que extrañamente van juntas. Fui generoso con la propina.
Decidí completar la sobremesa en la terraza del Parador con gin tonic. Hendrick's con Fever Tree. No sé si me embriagó más el alcohol o los números que hice en las servilletas. 32.000 euros de una indemnización por despido improcedente, 20.000 euros que Teresa cree que están en un fondo de inversión de largo plazo y una prestación por desempleo que superará los mil euros mensuales. La primera cantidad se quedaría en la mitad, ya que entraría dentro del pacto que tenía pensado acordar con la vaca burra. Se quedaría con 16.000 euros de la indemnización, con la casa y con su hipoteca, y al cabo de dos años se quedaría con los 20.000 euros del supuesto fondo. Yo mientras tanto me quedaría con el coche y con la prestación íntegra hasta que encontrara un puesto de empleo que, claro está, no pensaba buscar. De esta forma, me quedarían 56.000 euros para gastar en los 619 días que restan para el fin del mundo. El impago del piso que alquilara, algunos fraudes con seguros y futuros préstamos personales harán posible que cada día pueda disponer de una media de más de 100 euros.
Mientras divagaba con estos números se acercó hasta mí un rostro conocido. Juanjo Gil, ex compañero de la gestoría. Había dejado aquella oficina para montar su propio negocio e intuí, por su apariencia, que con éxito.

- Hombre, Ernesto. La última persona que esperaba encontrarme esta tarde aquí.
- Pues ya ves, aquí estoy disfrutando de este día.


Al principio, rehuí darle muchos detalles sobre mi situación y mis planes. Pero, según íbamos bebiendo ginebra y recordando alguna anécdota de la gestoría, me fui soltando y terminé contándole casi todo. Me dio vergüenza contarle nada sobre Teresa y se tomó a broma mis ideas sobre el fin del mundo.
Juanjo es un tipo alegre, dinámico, con ambición. Nunca encajó en la asesoría. No me había caído muy bien en su paso por la empresa por su prepotencia, pero aquella tarde empecé a admirarle. Habló de lo bien que iba su negocio, de lo poco que trabajaba y de lo mucho que disfrutaba. Me animó a forzar el despido, pero con cautela. “Que se joda el viejo”, dijo aludiendo a Jero.
Fui incapaz de coger el vehículo después de tanto gin tonic. Me fui con Juanjo en su lujoso Range Rover Evoque.

- ¿Esto gastará lo suyo no? -le pregunté al sentarme en el coche.
- Pues sí, pero que se jodan los de Kioto. El dinero estará para gastarlo, Ernesto

Le comenté que había quedado con Gabi, para tomar algo en el centro y decidió unirse. Juanjo no estaba casado. Ni siquiera tenía una pareja fija. Mejor aliado para estos últimos días no podía encontrar.


Cuando llegamos a la terraza del Hotel Larios, Gabi ya estaba allí y acompañado por dos chicas que debían tener nuestra edad. Casualmente todos en la mesa tomábamos gin tonic. A partir de ahí, todos mis recuerdos están difuminados. Sé que comimos en algún bar cercano y que por el mismo sitio que entró la comida salió más tarde. Eso sí, triturada y con los nauseabundos matices que le proporcionan los ácidos estomacales.
Me desperté el sábado con un intenso dolor de cabeza. Estaba en casa de Juanjo, un lujoso chalet de Cerrado de Calderón. Y allí estaban todos. Juanjo, Gabi y las dos chicas, Eva y Micaela. Se habían repartido convenientemente en parejas de distinto sexo en dos habitaciones mientras yo dormía la mona en el sofá. Gabi fue el primero en levantarse.

- Ernestito, si vas a venir con alguien, avisa. ¡Que eramos impares! -me dijo con una mezcla de reproche y paternalismo.
- Ya, ya. No caí.
- Bueno, de todas formas, parece que tú tampoco lo has pasado mal.


Me llevó a casa y me dio el tiempo suficiente para ducharme y cambiarme. A la hora me recogió y nos fuimos a un chiringuito en la playa de Los Álamos. Creo que era uno de esos sitios donde comía pescaíto frito con Teresa. Ahora era algo muy diferente. Empezamos por un café y seguimos con mojitos. Gabi me dio varios consejos. Mi corte de pelo y mi timidez con las chicas no eran a su juicio buenos compañeros de viaje para mis planes.


Como buen aprendiz, puse en práctica algunas de sus recomendaciones con las féminas. Me acerqué a una chica pero con poco tino. Con cortesía me dijo que era “poco original” y provocó que me sintiera ridículo y mi retirada. Me queda mucho por aprender.
Después de cenar en un bar de tapeo de moda en el centro, Gabi y yo nos reunimos con sus amigos de los miércoles. Son un poco 'frikis', pero parecen divertidos. Poco a poco les iré cogiendo el sentido del humor. Fuimos hasta un bar de calle Beatas donde ponían un extraño mejunje de música española. Allí me presentaron a muchas caras bonitas, pero soy incapaz de recordar ninguna. Ni siquiera a la chica que terminé besando. Según me han contado esta mañana, desdoblé mi personalidad. Me hice pasar por un pintor y aseguré que uno de los cuadros que colgaban allí era una cesión generosa que hice al antiguo dueño del bar.
A pesar de mi notoria borrachera, conseguí que la víctima de mi improvisado ósculo me diera su número de móvil. Eso me ha dicho esta mañana Gabi por teléfono después de reprocharme que controle lo que bebo. He revisado todos mis bolsillos y no he encontrado nada más que monedas sueltas y pañuelos de papel usados. Ni rastro del supuesto número.
He salido de casa para comprar un campero en una hamburguesería cercana. Hoy ha hecho un día primaveral, pero no he tenido fuerzas para ir a ningún sitio pese a la insistencia de Gabi. Eso sí, le he hecho caso a una de sus sugerencias y he visto una serie de televisión que me ha recomendado, 'Californication'. Ayer me pasó las cuatro temporadas y entre esta tarde y lo que llevo de noche he visto los trece capítulos de la primera. Es un poco confuso ver al protagonista de Expediente X en el papel del tal Hank Moody.
He cenado comida china que he pedido por teléfono. Ha sobrado más de la mitad. Para mañana he planeado ponerme al día con las páginas a las que me he suscrito en Internet y pasar por la peluquería.
Después de este intenso fin de semana, sólo quedan 619 días.

viernes, 8 de abril de 2011

Quedan 622 días

Esta mañana me ha despertado el portazo que ha dado Teresa al salir. Esta vez ha sido ella la que me ha dejado una nota. “Me voy a casa de mi hermana. Me llevo los niños. Espero que reflexiones y rectifiques. Si necesitas algo, llámame”. Tengo que reconocer que me ha dado algo de pena, pero no me puedo echar atrás ahora. Hoy he decidido ir a trabajar, aunque con una indumentaria similar a la del martes. Vaqueros y una camisa algo estridente para una gestoría.
Mientras conducía me han asaltado algunas dudas sobre lo que estoy haciendo. ¿Y si al final todo es una quimera? Después he reflexionado sobre todas las deducciones y las informaciones que he sacado en las últimas semanas. He disipado esos temores. En la oficina, todos me han mirado con una mezcla de preocupación y de admiración. Ellos nunca se atreverían. Tampoco les puedo reprochar mucho. Yo he sido uno más de ese rebaño. Don Jerónimo... Perdón, Jero no estaba en su despacho. Su vetusta secretaria me ha comunicado que estaba de viaje, pero que mañana viernes me tendría que reunir a primera hora con él para tratar un asunto de “muy importante”. Quién sabe, lo mismo también tiene la certeza de que el mundo se va a la mierda.
He completado toda mi jornada laboral, aunque no he atendido ningún asunto de trabajo. Me han pasado algunas llamadas, pero he estado dando continuamente evasivas. En algunos casos eran clientes habituales que han mostrado su extrañeza por el trato recibido. He aprovechado, eso sí, para navegar por Internet y buscar algunas de esas páginas de contenido apocalíptico, como la que me pasó el tal Cristóbal anoche. Creo que hay demasiadas evidencias que demuestran que he tomado la decisión correcta. También me he hecho cuentas de distintas páginas. Tengo un gran lío y me pierdo un poco, pero contabilizo ya ocho páginas distintas: Facebook, Badoo (ahora sé cómo se esribe), Twitter, Tuenti, Meetic, Match, Flickr y Adultfriend (ésta promete). Unas son para estar en contacto con amigos y otras para buscar contactos con nuevas amigas. Tengo que aclararme y familiarizarme con ellas, aunque, de momento, me parece que esto sólo puede ser una pérdida de tiempo.
He llamado a Gabi para quedar esta noche. Me ha dicho que íbamos a celebrar mi “bienvenida de soltero” a partir de esta noche. Por eso, nada más salir del trabajo, me he ido a comprarme ropa en una tienda de Springfield. Creo que es un estilo que servirá para rejuvenecer mis 37 años y mi falta de hábito en la vida nocturna. Cuatro camisas, tres pantalones, dos cazadoras, cinco boxers y cinco pares de calcetines. Casi 250 euros que han sido abonados a través de la maravillosa Ikea Family.
Cuando he llegado a casa y he percibido su silencio, he sido consciente de lo bien que podría estar yo desde hace tiempo. La vaca burra no estaba allí para contarme las trascendentes conversaciones telefónicas que ha tenido con su hermana, con su madre y con su amiga Loli. Los pequeños demonios tampoco me han impedido descansar a pierna suelta en el sofá mientras me he bebido un Jack Daniel's con hielo. La botella llevaba años guardada y sin estrenar. No creo que haya mejor ocasión para desvirgarla.
He tenido que salir de casa para comprar un desodorante y un perfume que vayan más con mi nuevo estilo. No creo que Brummel sea lo más apropiado para sentirme más joven.
He pensado ir en autobús hasta el centro, pero he reaccionado a tiempo y he cogido un taxi que me ha dejado en la confluencia de la Alameda Principal con calle Larios. Y allí ya estaba esperándome Gabi, que ha elogiado, creo que con ironía, mi nuevo 'look'. No sólo por la ropa sino también por la barba de dos días.
Me ha decepcionado al sitio de tapeo al que me ha llevado. Orihuela o algo similar. Aún siendo ése su nombre, sería lo mejor del bar. Un camarero que lo comentaba todo, comida recalentada en microondas y vasos con algunos churretes. Gabi ha estado insistiéndome con un imperativo machacón: “Cambia el chip, Ernestito”. Odio que hagan el diminutivo con mi nombre.

- ¿No viene nadie más? -le he preguntado.
- Hoy tú y yo solos, Ernestito. Y nos sobra gente -ha dicho antes de estallar en una carcajada tan sonora como absurda.


De allí, algo embriagados por las cinco cañas que nos hemos tomado cada uno, hemos ido hasta un local llamado Indiana. Muy estrecho, pero con música que me es muy familiar.

- Gabi. ¿Tú no te sientes fuera de lugar cuando sales por la noche?-
- Ni tú ni yo estamos fuera de lugar. Mira -me dijo señalando con el dedo al fondo del bar.
- ¿Qué?
- ¿Qué? No. ¿Cuántas? ¿Cuántas cabezas calvas ves ahora mismo?


Me hizo contarlas. Ocho. Ocho sobre un total de veinticuatro varones.

- Tú y yo, Ernestito, al menos nos podemos peinar. Además, estamos en forma. Tú algo flácido, pero sin barrigón. Estamos en nuestro mejor momento.

Después de asentir y dejarme convencer, hemos hecho grandes ingestas de gin tonic y he tenido que escuchar alguna que otra sandez con carga paradójica. “Los jueves son los nuevos viernes”. Espoleados ambos por el alcohol, hemos hablado con dos conocidas de Gabi, al parecer habituales de aquel antro. Les he contado mi convencimiento sobre el fin del mundo y se lo han tomado a broma, como si fuera uno de los chistes ridículos de mi amigo. Allá ellas. Una de las chicas -poco agraciada físicamente, pero con cierto atractivo corporal- me ha tocado el paquete en un par de ocasiones, aunque Gabi me ha susurrado al oído un “cuidado, ésta es una calientapollas”.

Ahora son casi las tres de la mañana y no sé ni siquiera cómo soy capaz de escribir con lucidez en este diminuto portátil. Tengo devaneos entre la embriaguez del alcohol, la excitación de la 'tocahuevos' y la felicidad de estar solo en casa y no tener más responsabilidad que disfrutar. Aún me queda mucho trabajo, pero sé que voy por el buen camino. Eso sí, soy consciente de que para el fin del mundo quedan 622 días. Con sus noches, claro.

jueves, 7 de abril de 2011

Quedan 623 días

Anoche terminé de relatar el primer día de mi nueva vida y seguí ingiriendo alcohol. Orujo de hierba. Los dos primeros vasos los pedí yo. Después, llegaron los de la casa. Bueno, más bien los de la camarera española con pinta de guiri que trabajaba ayer en el último turno de las Chanclas. Ella fue la que me pidió el taxi y yo, no sé cómo, el que dio la dirección de mi todavía hogar, amargo hogar. No hizo falta sacar las llaves para abrir el portal. La vaca burra, asomada y preocupada, me abrió. Poco más recuerdo para ser sinceros. Sólo me viene a la cabeza su discurso, que evidenciaba tanto enfado como preocupación. No sólo por mi estado. También por la catarata de vómito que con escaso tino solté en el aseo.
Esta mañana no había reloj despertador, pero sí las zarpas de Teresa que me han zarandeado con cierta brusquedad. Siempre ha sido rencorosa. "Despierta, despierta. Vas a llegar tarde otra vez al trabajo", me ha gritado. A veces envidio su candidez. ¿De verdad pensaba que hoy estaba yo para ir a la oficina? Amablemente le he pedido que llamara a la gestoría y que dijera que me encontraba mal. Y con menos simpatía, agrio por la resaca, le he dicho que me deje dormir. Entre sus virtudes he de reconocer que está su carácter servicial.
Me he levantado casi a las tres de la tarde para apenas comer. No me ha hablado apenas. Sólo me ha dicho que los niños no saben nada y que en la oficina están preocupados. He vuelto a la cama. Desde allí, he conectado al móvil, pero no para ver las llamadas perdidas, sino para llamar a un viejo amigo universitario, Gabi. Le he puesto al corriente de mi decisión de darle un giro a mi vida y el motivo por el que lo hago. Me gustaría haber visto su cara. Le ha costado creerme.



-Entiéndeme, Ernesto. No hablamos desde hace más de dos años y ahora me cuentas no sé qué de los mayas, Nostradamus, el fin del mundo y su puta madre.
-Ya, ya, eso te lo explico cuando nos veamos. ¿Qué tal esta noche?

Me ha dicho que nos podíamos ver, pero con otros amigos suyos. De hecho, todos los miércoles por la noche se reúne con ellos. "Una reunión sólo de tíos". Ha sonado algo homosexual, pero me he atrevido a ir. He aprovechado que Teresa ha ido a recoger a los niños a las clases de kárate para escabullirme. Eso sí, he dejado una nota en la que explico mi huida y también que creo que ya no la quiero. Tengo que pasar cuanto antes a la acción.
Cuando he llegado a casa de Gabi, allí estaban tres chicos más hablando de fútbol, zombies y de ciertas personas en común entre ellos. He estado un poco ausente, pero en cuanto me he tomado tres cervezas he perdido mi timidez inicial. Les he contado mis planes y lo que hice ayer, pero, claro, como Gabi siempre ha sido un bocazas, ya estaban informados previamente. Uno de ellos (Cristóbal, creo que se llama), me ha apuntado una web interesante sobre mi visión apocalíptica. www.findelmundo.net La he apuntado y después me he bebido un par de gin tonic (¡con pepino!). Esta vez apenas me he sentido ebrio.
Mañana, con un poquito menos de cansancio, le echaré un vistazo a esa página desde la oficina. Estoy demasiado cansado después de haber relatado mi jornada mientras que Teresa está llorando a moco tendido. Siempre ha sido de lágrima fácil, pero creo que hoy está más que justificado. Lo que me resulta extraño es que llevo casi dos días sin ver a los niños y no los echo de menos.
Me he apuntado varias cosas en la agenda del trabajo para mañana. Entre ellas, hacerme una cuenta de Facebook y otra de 'Badú” o “Badou”.
A todo esto, nos quedan 623 días.

miércoles, 6 de abril de 2011

Quedan 624 días

Esta mañana ha sonado el reloj despertador con su irritante y rutinaria alarma.De un solo golpe he logrado que pare de hacer su molesto ruido y que se rompa el cristal que protegía la esfera. La vaca burra ni se ha inmutado. Difícilmente se pueden superar los decibelios de sus ronquidos.No sé cómo me he acostumbrado a los sones de la 'teresa común'.
Me he relajado y he dejado pasar los minutos. Premeditadamente, he decidido que no me iba a afeitar ni a asear como cada día. Tampoco me he vestido con traje y corbata, como he hecho desde hace ya casi quince años. Además, he sido consciente en todo momento de que tenía dejar pasar el tiempo para llegar al menos un cuarto de hora tarde a la oficina. Cuando me he levantado, he tirado con fuerza del edredón para despertar bruscamente a la vaca burra, pero no lo he logrado a la primera. Esa bestia parda no duerme, hiberna. Sin embargo, el plan b ha funcionado. No hay sueño profundo que resista a un vaso de agua bien frío. Como un resorte se ha incorporado con sus ojos legañosos.
- ¿Cari, qué haces? -me ha preguntado alarmada mientras se apartaba agua de sus mofletes.
- No quería que te quedases dormida. Tienes que despertar a los niños, darles de desayunar y llevarlos al colegio.
- Pues, claro, como todos los días, cari.
- Perdona, como todos los días no, como todos tus putos días -he corregido-. Me voy a la oficina.
- Pero, ¿dónde vas con los vaqueros y con esa camisa? Además, vas tarde -me ha recriminado.
- Ya me he dado cuenta, señorita Fletcher. Por cierto, no sé a qué hora volveré. No me esperes despierta.
- ¿Cómo?
- Adiós, blanca flor... De primavera.

El efecto sorpresa ha sido tal, que me ha dado tiempo a salir de casa sin dar más explicaciones. He arrancado el coche con acelerones innecesarios y me he tomado el camino de casa al trabajo como un slalom mientras escuchaba las bromas de un programa de radio fórmula. He decidido que el intermitente a partir de ahora va a ser sólo un elemento decorativo y así lo han refrendado los claxones de al menos una decena de vehículos. A las 9.18 he llegado a la asesoría, situada en el centro de Fuengirola, a más de cuarenta minutos de trayecto de nuestro discreto piso de la barriada malagueña de Teatinos.

No sé aún que ha llamado más la atención de los compañeros mi indumentaria o mi inusual falta de puntualidad. He dado los buenos días uno por uno. A ellos, palmaditas en las espaldas; a ellas, un beso en la frente. He entrado en el despacho de don Jerónimo, a partir de ahora Jerónimo. O mejor, Jero.
- Buenas, jefe, hoy tengo un mal día. Lo necesito libre. Asuntos propios... Eso es. Necesito un día de esos de asuntos propios.
- ¿Cómo? -me ha preguntado estupefacto.
- Pues eso, que tengo que relajarme, que es martes.
- ¿Eh?
- No se preocupe. Estoy bien -le he dicho con una sonrisa tranquilizadora antes de soplarle un beso que previamente he depositado en la palma de mi mano.

Mis compañeros y algunos clientes que ya estaban dando por culo a primera hora con sus problemitas fiscales me han mirado fijamente desde el momento en el que he cerrado con cuidado la puerta de Jero hasta que he salido tarareando 'I feel good' por la oficina. Eso sí, me he despedido a todos con un 'bye, bye'.

El resto del día ha sido para el disfrute. Después de un buen desayuno (café, zumo de naranja y media 'viena' a la catalana), me he dado un buen paseo por el paseo marítimo de Fuengirola. Hoy estaba nublado, pero merecía la pena caminar acompañado por el olor a salitre del Mediterráneo. Después de estirar las piernas convenientemente, he vuelto a coger el coche y me he ido hasta Marbella. Ni más ni menos que a Restaurante Santiago, donde me he zampado yo solito una langosta, dos vieiras y una ración de percebes. Nunca había comido esos bichos de mar. Los he regado con una botella de Alvariño. Por supuesto, me la he bebido entera y le he añadido dos orujos de hierba de la casa. La cuenta sé que tenía tres cifras, pero no sé cuáles. He abonado el importe con la tarjeta de crédito Ikea Family y he dejado diez euros de propina. No cogía una cogorza como ésta desde mi despedida de soltero, allá por la década de los gloriosos noventa. ¡Qué feliz! Me he dado una vuelta por Puerto Banús para que se me pasara la borrachera.

Después, he conducido hasta el centro comercial más cercano y he comprado uno de esos mini portátiles, un netbook o cómo carajo se llame. Desde allí, de nuevo sobre ruedas me he trasladado con la música de 'Rock & Gol' hasta Pedregalejo. Me he sentado en las Chanclas, que antes era Cohíba, pero mucho antes era las Chanclas. He pedido a la camarera que me sirviera un mojito y que me dejara enchufar el trasto para poder escribir mi primer día de esta especial cuenta atrás. Como soy bastante torpe en esto de relatar, me ha alcanzado la medianoche. Eso sí, me he zampado dos 'caipirinhas', otro mojito más y un 'crêpe' salado.
¡Qué raro! La vaca burra no me ha llamado. Tampoco nadie de la oficina. ¿Será porque tengo el móvil apagado desde esta mañana?
Por cierto, nos quedan 624 días.