miércoles, 20 de abril de 2011

Quedan 610 días

No sé si ha sido por las delicias de marisco, por el vino blanco o por los cuatro orujos de hierba con los que hice la digestión después, pero hoy me he levantado con náuseas, que no vómitos, diarrea y un insoportable dolor de cabeza. He estado en la cama hasta bien entrada la tarde. Por supuesto, sin apetito ninguno. Eso sí, he seguido perfilando mis planes para la semana que viene. Me han asaltado otra vez las dudas, pero a esta hora de la noche sigo convencido de que todo tiene que salir bien. También he decidido que mi primer destino de viajero divorciado, desempleado, pero feliz, será Londres.
Por la tarde me he levantado para dar un paseo por el centro. Andaba tan absorto en mis cosas que había olvidado que estamos aún en Semana Santa. He conseguido salir de la plaza de la Merced por la calle Granada con tal de eludir una procesión. El Pimpi, un establecimiento con sabor a vino de Málaga, se me ha ofrecido como inesperado atajo para evitar otra marcha religiosa que he percibido por calle San Agustín. Mi idea era salir por calle Alcazabilla, pero allí me he dado de bruces con una comitiva de políticos. Los alcaldes de Málaga y de Madrid con sus acólitos en plena precampaña electoral. El bloqueo ha sido tanto físico como mental. No andaba yo lo suficientemente ágil como para esquivar ni desfiles ni séquitos. Es más, me he agobiado tanto que he sentido un mareo y he terminado sentándome en el suelo del Pimpi, sin que nadie, por supuesto, me prestara la más mínimo atención. No digo socorro. Bastaba con alguna mirada de interés o simplemente de curiosidad. Me he sentido tan solo acomodado sobre una solería manchada de moscatel como me siento a veces en mi batalla por disfrutar de lo que nos queda por vivir, que no es mucho.
Allá ellos. Si alguien me hubiera auxiliado, quizás le habría contado mis teorías y le habría ayudado mucho más. O quizás me hubiera tomado, como casi todos, por loco.
He recibido varios empujones y algún codazo al intentar cruzar por otra procesión que recorría la calle Alcazabilla. No ha sido un buen día. He estado bloqueado emotivamente, tanto que no he tenido ni fuerzas para llamar a Raquel. Ni mucho menos a Adriana. Pero, me he visto falto de compañía femenina. No sólo de sexo, que también, sino del cariño de una mujer. Entonces he pensado en marcar el teléfono de Teresa. Casi lo hago. Después, me han llegado hasta mi cabeza todas las frustraciones que he tenido con ella. ¿Para qué te sirven tantas matrículas de honor en una carrera universitaria? ¿Para trabajar con trajes grises y oscuros en una asesoría fiscal sin ninguna aspiración profesional? Ese expediente iba a ser correspondido con una meritoria carrera en Madrid, pero por aquel entonces los encantadores ojos de la vaca burra, que en esa época no lo era tanto, se interpusieron en el camino. Ahora pienso que mis fracasos y mi desilusión con Teresa han conseguido en estos últimos tiempos abrirme los ojos y ser consciente de que hay que aprovechar lo que queda. La inmensa mayoría lo ignora y los pocos que tienen la certeza de que estamos en una cuenta atrás sólo piensan en salvar sus almas con buenas acciones. Mentecatos.
Quizás hoy no haya sido un día de sibarita, pero sí ha servido al menos para reafirmarme en mi proyecto. No es poco para una jornada con la cabeza y el estómago revueltos. Y, además, enclaustrado en el centro de una ciudad que estos días sólo tiene ojos para procesiones. A esta hora ya lo veo por todo por el lado positivo. Incluso la Semana Santa. Sólo queda una de aquí al fin del mundo.
Mañana tengo que salir de aquí como sea. Quizás me vaya a dar un paseo al pueblo de mis padres, Frigiliana.
Y ahora nos quedan sólo 610 días.

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