viernes, 23 de septiembre de 2011

Quedan 454 días (Preocupaciones terrenales y siderales)

Llevo toda esta semana reflexionando sobre el misterioso tipo que creo que me persigue y sobre el futuro del planeta. Se supone que dentro de unas horas caerá en alguna parte del globo terráqueo uno de los satélites artificiales que durante años ha permanecido en órbita sin hacer daño a nadie. Ahora lo podría hacer. ¿Dónde caerá? Ésa es la preocupación de muchos. La Nasa juega al despiste, pero no porque no sepa el lugar exacto de su impacto. Llevo años leyendo informes y libros relacionados con este ente internacional y estoy seguro de que es una nueva cortina de humo. Y a los datos me remito. El próximo 8 de octubre vamos a tener un preámbulo de lo que puede acontecer dentro de 454 días. Me estoy refiriendo a Las Dracónidas, una lluvia de meteoritos que afectará precisamente a los satélites que operan en el espacio exterior. Estoy seguro que esto es un aviso. En el  otoño de 2012 tendremos consecuencias nefastas que nos llevarán a la desaparición. No sé si tardaremos horas, días o meses, pero la cuestión es que la tormenta solar que se avecina para dentro de un año y tres meses nos eliminará de la faz de la tierra.
Puede ser que dentro de poco muchos empiecen ya a temer lo peor. Yo lo he hecho hace tiempo y lo he asumido. No sé si es mi deber avisar a los demás, pero tampoco quiero que me tomen por loco y me confundan con el potencial líder de una secta.
Me preocupa mucho más mi futuro personal. En un año y tres meses que me quedan tengo que aprovechar al máximo los placeres de la vida y evitar en la medida de lo posible la negatividad que me ha rodeado en estas últimas semanas. Y lo que me desconcierta ahora es este tipo misterioso que ha vuelto a aparecer esta semana. He verificado que es imposible que hiciera el recorrido desde Lituania a Málaga en cuatro horas. A menos que cogiera un jet privado, claro. Eso lo situaría en un nivel económico muy elevado. Puede ser también que trabaje a las órdenes de una persona o una institución muy acaudalada. Otra posibilidad es que no sea la misma persona. Un gemelo, quizás.
Pero, la cuestión que ahora me trae de cabeza es que ha vuelto a salir en escena. Y estoy seguro de que me sigue. El martes fui a la agencia de viajes que hay en calle San Juan para pedir presupuesto para un futuro viaje (aún no lo tengo claro: Lisboa, Amsterdam, Praga, Berlín o Viena). Mientras que la chica me consultaba algunos precios en su ordenador, vi su rostro a través del escaparate. Ni siquiera disimuló viendo los carteles con las ofertas. Me miraba fijamente. Estaba hierático. Su rostro no mostraba ninguna mueca, pero sin parecer excesivamente rígido. Aún así desprendía seriedad. Me temblaron las piernas, pero le eché valor y salí a buscarlo. No quise ser brusco, pero en cuanto me vio levantarme de la silla, emprendió su huida. No lo vi correr, pero sí iba con paso firme y acelerado. Intenté alcanzarlo, pero se metió por un callejón que conduce al aparcamiento de calle Camas. Y al girar en la esquina lo perdí de vista. Llegué asfixiado por mi esfuerzo y grité impotente un 'hijo de puta'. Anduve por la zona durante unos minutos y me rendí.
Pensé que lo mejor era volver a la agencia y seguir con mis planes. Olvidarme de ese tipo y, sobre todo, no obsesionarme con su procedencia. Entré de nuevo al establecimiento y la chica que me atendía me lanzó una mirada de reproche.

- Lo siento -dije lanzando una sonrisa-. Necesitaba contactar con una persona.
- No pasa nada, pero, es la misma excusa que me puso usted la otra vez.
- ¿La otra vez? -pregunté inquieto.
- Hace dos o tres semanas.. Hizo usted lo mismo. Se levantó y sin decir nada salió corriendo por la puerta. Después pidió disculpas y me siguió pidiendo más información.
- Perdón, creo que me confunde con otra persona. Yo no vengo por aquí desde hace por lo menos un mes. Además, hace tres semanas estaba en Dublín.
- Lo sé. Fue después de su viaje. Le estuvo contando a mi compañera su experiencia en la fábrica de Guiness -confiaba en lo que decía y me lo expresó con su mirada.
- No, creo que está en un error.
- Bueno, piense lo que quiera. Dejemoslo así. El cliente siempre tiene la razón, ¿no? -me respondió con una mueca llena de ironía a la que no pude rebatir.

La conversación me desorientó y provocó que no me concentrara en las ofertas para este otoño. Dije que me tenía que ir porque llegaba tarde a una cita, pero realmente necesitaba huir de allí.
Llevo dos días dándole vueltas a esa posible confusión. Y realmente he llegado a estar desconcertado. Pese a ello, lo más lógico es que me haya confundido con otra persona. He perdido el apetito y he terminado dos días comiendo kebabs que ni siquiera llego a devorar al completo.

Además de eso, tengo poco más que contar. Conocí a las amigas de la novia de Gabi el sábado. Una morena, una rubia y una pelirroja. Dicho así parecen ideales, aunque no son precisamente la perfección física. Pero, mucho sospecho que sus principales taras no están en sus respectivas apariencias. Más bien diría yo que andan un poquito tocadas. De todas formas nos reímos bastante tanto ellas como yo. Les conté mis creencias y se lo tomaron como si fuera una broma de mi parte. Gabi y su novia, Arantxa, estaban más preocupados por dar exhibiciones públicas de amor. La morena se llama Lina (de Catalina, creo); la rubia, Sonia; y de la pelirroja no me acuerdo de su nombre porque sus propias amigas la llaman por el apodo de "Pipi". Podría haber sido peor: la "Calzaslargas, por ejemplo. Físicamente la morena tiene un cuerpo de diez. Es una lástima que su cara no le acompañe. La rubia tampoco es que esté mal, pero he de reconocer que el hecho de que bizquee me echa un poquito para atrás. Cuando estábamos embriagados aludí a un eufemismo de Bukowski que no llegó a entender. Le dije que sus ojos no se terminaban de coordinar.
Este fin de semana volveremos a salir. Preguntaré a Gabi si tengo posibilidades con alguna. Espero que no sea con la pelirroja. No me atraen mucho sus pecas en el cuerpo.Intentaré que éstas sean mis preocupaciones, por muy banales que parezcan, y no otras. Mientras tanto, tomo conciencia de que quedan tan sólo 454 días para que todo esto se vaya al carajo.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Quedan 460 días (¿Esquizofrenia paranoide o un hombre misterioso?)

Dublín es una ciudad sorprendentemente pequeña. Bueno, al menos lo es su casco antiguo. Muy poco he visto de lo que dejó escrito James Joyce. Ni rastro de su Ulysses. Mucho souvenir y mucho bar irlandés. También abundan sus bebidas tópicas, la Guiness y el Jameson. De la primera vi su fábrica y me he bebido en una sermana casi diez litros. Viajar en solitario termina siendo a veces tan aburrido que uno suma sus ingestas alcohólicas. Dublín no me ha parecido del todo anodino, pero podría haber sido mejor. La compañía de una mujer me hubiera ido bien, aunque con las miles de tiendas que hay en su centro histórico lo mismo podría haber sido una pesadilla.
Ha sido una semana que me ha venido bien para desconectar. El sol no calienta allí demasiado y menos si se comporta con timidez y se esconde a menudo entre nubes. He evitado días de calor en Málaga y he conseguido ordenar algunas ideas. Necesito relacionarme más, pero también elegir bien mis compañías. Nada de Albertllanes ni Marcelas. Me han aportado más perjuicios que beneficios. Debo ir en busca de Gabi y Rubén. Y quizás de Mónica. No descarto volver a quedar con Zelma. La última vez que la vi fue en la cena que tuvimos en Pedregalejo, pero no me comí un colín con ella.

Pese a estas buenas ideas, mi cabeza está dándole vueltas a algunos cabos sin atar. Espero que aquella sustancia que me dieron en la fiesta de Albertllanes no sea la culpable. Tampoco quiero parecer un paranoico. La cuestión es que noto que me alguien me sigue. En Dublín, no, pero por Málaga sí. Hace dos semanas en el aeropuerto vi a un tipo con chaqueta que no me quitaba el ojo de encima. Estaba inquieto, pero quise pensar que me confundía con otra persona. Me contemplaba mientras pasaba el control de seguridad. A partir de ahí lo perdí de vista. Justo a la vuelta el tipo estaba esperando como un familiar más en la salida de pasajeros. Llevaba el mismo traje negro, algo muy llamativo en pleno mes de septiembre en Málaga. Debía tener unos cuarenta años. Pelo negro, mi misma altura y una complexión atlética. Me inquietaba su mirada. Si me vigilaba, parecía tener la necesidad de que yo lo supiera. Salí a buscar un taxi y notaba que me seguía, pero, cuando me quise dar la vuelta para preguntar qué quería, no estaba. ¿Será mi imaginación? ¿Algún tipo de paranoia? ¿Un brote de esquizofrenia?
La semana ha pasado y no he querido pensar mucho en aquel tipo. He vuelto a establecer contactos con Gabi, pero se ha echado una novia. Dice que la conoció en feria y que tiene muchas amigas de buen ver. Ha insistido en que esta noche salga con ellos dos y las chicas. He dicho que sí y hasta me he ilusionado.Gente con la que hablar. Creo que echaba de menos eso. Que me escuchen.
Anoche, sin embargo, me di una vuelta por el centro. Solitario, pero feliz porque sé que esta noche alguien oirá lo que tengo que decir. Paseaba por la calle Caldererías rumbo a casa después de haber tomado un par de Alhambra 1925 cuando me tropecé de nuevo con ese tipo sospechoso. Iba con una ropa más de esta época del año. Camisa de manga corta y pantalón de lino. Ambos de color beige. Estaba fumando un cigarrillo sentado el restaurante Chiqui. Tenía la mirada ausente, pero sé que adivinó mi presencia. Dudé. Quise preguntarle quién era, pero no me vi capaz. Quise pensar que todo aquello era casualidad. Quizás acompañó y recogió a alguien que iba y venía en el mismo avión que yo. Y anoche simplemente disfrutaba de una cena tranquila y en solitario, como he hecho yo a menudo en los últimos meses.
Todo eso podía ser normal, pero no que apareciera en una fotografía del periódico esta mañana como público en un partido de baloncesto que se jugó ayer en Lituania a las cuatro de la tarde. He mirado bien la imagen y sé qué es él. Además, llevaba de nuevo ese traje negro. Quiero quitarle importancia, pero no puedo del todo porque no soy capaz de encontrarle el sentido. No tiene lógica. Es posible, pero poco probable que haya sido capaz de hacer en tan poco tiempo un viaje desde Kaunas por Málaga. Necesariamente tendría que haber pasado por otro aeropuerto.
Estoy llegando a pensar que es una mala jugada de mi cada vez má maltrecha cabeza. El golpe de la botella de Larios, la sustancia alucinógena que me dieron en la fiesta o el abuso del alcohol pueden ser los culpables. Si me lo vuelvo a encontrar, intentaré hablar con él. Yo no debería estar preocupado por nada de esto. Sólo tendría que estar centrado en disfrutar de los 460 días que quedan para que esto desaparezca.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Quedan 475 días (después de la tormenta llega la calma)

Ha terminado el aciago agosto y septiembre se ha despertado con una sonrisa para mí. Ya no llevo mi férula ni la muleta, aunque reconozco que mi tobillo todavía se resiente. Mi pierna ha perdido masa muscular y, por eso, uso estos días pantalón largo. Me enfrento al calor veraniego malagueño sin reparos. Después de unos días de ansiedad y de desasosiego, he decidido apostar por la vitalidad. No voy a caer en el pesimismo. Las malas rachas están para superarlas. Y así lo hago. Creo que mi salud ha mejorado notablemente desde que he cambiado algunos hábitos alimenticios. También he reducido mi ingestas de mojito y gin tonic. Ahora me ha dado por la cerveza y creo que estoy redescubriendo su sabor. Además, creo que es lo más idóneo ahora que me voy a Dublín. Mañana salgo de madrugada dispuesto a disfrutar de sus 'birras', de sus 'pubs', de su clima y de su gente. Dicen que es una tierra hospitalaria. Espero que sea así y que me acoja lo mejor posible. De momento, sé que allí me esperan. He contactado a través de un foro de viajero con un grupo de alemanes y otro de españoles para compartir experiencias y buenos ratos. ¿Por qué no? Ya estoy hartándome de tanta soledad. Creo que tengo que aprovecharme de la bondad humana en estos últimos días. Lo que no sé es si contarles o no mis teorías. No quiero que me miren como a un loco.

Durante esta última semana todo no ha sido reflexionar. He tenido algunas experiencias desagradables, como el juicio rápido por la agresión de Teresa. Fue el miércoles. El juez me recriminó que en mi relato de los hechos me refiriera a mi ex mujer como la 'vaca burra'. Tengo que reconocer que perdí un poco los papeles al recordar la paliza que me propinó. Al final, todo se queda en una sanción económica para ella. No tengo ni siquiera derecho a una indemnización por los días pasados en el hospital. Pienso que me merecería alguna compensación. La vaca burra mostró su arrepentimiento y soltó algunas lágrimas. Su abogado defendió que la agresión respondió a una provocación previa, a la que se añadía el estado de embriaguez y la consiguiente enajenación mental transitoria. No creo que estuviera tan borracha, pero no pienso darle más vueltas al asunto. El juez tampoco creyó conveniente seguir con la orden de alejamiento y me ha reprochado que no quiera a ver mis hijos. También salió a la luz mi fuga del hospital con el desgraciado de Albertllanes. ¿Dónde andará ese pendejo?

Y ayer estuve en Gibraltar. He sacado algo de dinero del 'fondo de inversiones'. Afortunadamente, Teresa parece haberse olvidado de lo que pidió su abogada en el divorcio. No tienen pruebas de que exista y que realmente sea una sociedad ficticia en el Peñón. Mejor así. Aproveché el día para recordar mi estancia en Londres. Y todo eso evocó también a esa loca argentina de la que no sé absolutamente nada. Ni de Marcela ni de Mónica. En estos días convulsos he llegado a pensar que realmente ninguna de las dos existen y son fruto de mi imaginación. Pero, eso es imposible. No creo que sea un esquizofrénico. Estoy seguro que mucha gente lo piensa. O eso o que soy un paranoico. O simplemente un loco de atar. Rubén, Gabi y compañía no quieren saber mucho de mí. No me importa mucho. Del que no quiero volver a saber nada es de Albertllanes y de sus amigos, pero algo me dice que aparecerán tarde o temprano. Málaga es una gran ciudad donde todo el mundo se conoce.

Pero yo estoy ahora en lo mío, es decir, en disfrutar de la vida. Y pienso completamente en Dublín. A la vuelta de Gibraltar en taxi llovió. El tiempo me hace un guiño de lo que me voy a encontrar allí. No me importa para nada que haga frío. Llevo varios días más que harto del calor malagueño.

Mientras todo esto acontece, el calendario inverso no para y ya sólo quedan 475 días para el fin del mundo.