jueves, 7 de abril de 2011

Quedan 623 días

Anoche terminé de relatar el primer día de mi nueva vida y seguí ingiriendo alcohol. Orujo de hierba. Los dos primeros vasos los pedí yo. Después, llegaron los de la casa. Bueno, más bien los de la camarera española con pinta de guiri que trabajaba ayer en el último turno de las Chanclas. Ella fue la que me pidió el taxi y yo, no sé cómo, el que dio la dirección de mi todavía hogar, amargo hogar. No hizo falta sacar las llaves para abrir el portal. La vaca burra, asomada y preocupada, me abrió. Poco más recuerdo para ser sinceros. Sólo me viene a la cabeza su discurso, que evidenciaba tanto enfado como preocupación. No sólo por mi estado. También por la catarata de vómito que con escaso tino solté en el aseo.
Esta mañana no había reloj despertador, pero sí las zarpas de Teresa que me han zarandeado con cierta brusquedad. Siempre ha sido rencorosa. "Despierta, despierta. Vas a llegar tarde otra vez al trabajo", me ha gritado. A veces envidio su candidez. ¿De verdad pensaba que hoy estaba yo para ir a la oficina? Amablemente le he pedido que llamara a la gestoría y que dijera que me encontraba mal. Y con menos simpatía, agrio por la resaca, le he dicho que me deje dormir. Entre sus virtudes he de reconocer que está su carácter servicial.
Me he levantado casi a las tres de la tarde para apenas comer. No me ha hablado apenas. Sólo me ha dicho que los niños no saben nada y que en la oficina están preocupados. He vuelto a la cama. Desde allí, he conectado al móvil, pero no para ver las llamadas perdidas, sino para llamar a un viejo amigo universitario, Gabi. Le he puesto al corriente de mi decisión de darle un giro a mi vida y el motivo por el que lo hago. Me gustaría haber visto su cara. Le ha costado creerme.



-Entiéndeme, Ernesto. No hablamos desde hace más de dos años y ahora me cuentas no sé qué de los mayas, Nostradamus, el fin del mundo y su puta madre.
-Ya, ya, eso te lo explico cuando nos veamos. ¿Qué tal esta noche?

Me ha dicho que nos podíamos ver, pero con otros amigos suyos. De hecho, todos los miércoles por la noche se reúne con ellos. "Una reunión sólo de tíos". Ha sonado algo homosexual, pero me he atrevido a ir. He aprovechado que Teresa ha ido a recoger a los niños a las clases de kárate para escabullirme. Eso sí, he dejado una nota en la que explico mi huida y también que creo que ya no la quiero. Tengo que pasar cuanto antes a la acción.
Cuando he llegado a casa de Gabi, allí estaban tres chicos más hablando de fútbol, zombies y de ciertas personas en común entre ellos. He estado un poco ausente, pero en cuanto me he tomado tres cervezas he perdido mi timidez inicial. Les he contado mis planes y lo que hice ayer, pero, claro, como Gabi siempre ha sido un bocazas, ya estaban informados previamente. Uno de ellos (Cristóbal, creo que se llama), me ha apuntado una web interesante sobre mi visión apocalíptica. www.findelmundo.net La he apuntado y después me he bebido un par de gin tonic (¡con pepino!). Esta vez apenas me he sentido ebrio.
Mañana, con un poquito menos de cansancio, le echaré un vistazo a esa página desde la oficina. Estoy demasiado cansado después de haber relatado mi jornada mientras que Teresa está llorando a moco tendido. Siempre ha sido de lágrima fácil, pero creo que hoy está más que justificado. Lo que me resulta extraño es que llevo casi dos días sin ver a los niños y no los echo de menos.
Me he apuntado varias cosas en la agenda del trabajo para mañana. Entre ellas, hacerme una cuenta de Facebook y otra de 'Badú” o “Badou”.
A todo esto, nos quedan 623 días.

1 comentario:

  1. cuanta metáfora, hipérbole... más que economista pareces periodista! Ten cuidado que tus "admiradoras" pueden vengarse cuando hilen cabos!!! jajajajaja

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