sábado, 30 de abril de 2011

Quedan 600 días (Algunas gamberradas antes de ir a Alquife)

Escribo desde Alquife, un pueblo granadino, donde me han traído Rubén y Gabi. Me siento secuestrado. De repente, esta tarde me dicen que me van a dar una sorpresa. Y no se les ocurre otra cosa que, a mí, un urbanita convencido, llevarme a un poblacho. Me advierten de que me prepare porque son las fiestas patronales, pero ahora mismo lo único que sé es que estoy en una casa de unos amigas de no sé quién. Al menos, me ha dado tiempo a traerme el portátil. Así puedo escribir lo que me ha pasado tanto ayer como hoy.
Ayer fue una jornada intensa. Aún así, me desperté tarde y no de 'motu propio'. Fue una llamada telefónica la que casi me hizo saltar de la cama. Una chica de voz agradable me confirmaba que el préstamo personal estaba aprobado y que podía pasar por la sucursal para firmar la documentación cuando quisiera. Así que, con el entusiasmo que te dan sesenta mil euros, me levanté como un resorte, crucé la calle y dejé mi rúbrica más poética. Puse hasta un corazoncito junto al garabato. En la oficina no daban crédito a la rapidez con la que me había presentado. Evidentemente, desconocían que vivía justo en frente porque mi dirección era la del piso de Teatinos, la guarida de la vaca burra que me ha servido como aval. El amigo de Rubén me saludó efusivamente, consciente de la comisión que se embolsaba con la gestión del préstamo.
Con el dinero en mi nueva cuenta bancaria, me volví loco haciendo compras. Me fui hasta El Corte Inglés y adquirí ropa, calzado y una maleta para llevarme a Londres. Llamé a Adriana y la invité para comer. Poco me importó que no me respondiera a mis llamadas. Pienso que el orgullo de poco te sirve si estamos irremediablemente en una cuenta atrás. Final Conuntdomw, que dirían los trasnochados de Europe. Aún así, me dijo que le era imposible porque tenía mucho trabajo. Poco me importó, porque me fui a la Marisquería Santa Paula para darme otro homenaje a base de bichos del mar. No es el restaurante Santiago, pero me puse las botas. Ostras, conchas finas y un bogavante fueron las víctimas elegidas. Nadaron en mi estómago en un Montespejo, al que ha siguieron un par de copas de orujo de hierbas con hielo. Esto último me recordó que de alguna forma tenía que preparar el incendio del coche. Pasé a comprar a primera hora de la tarde alcohol de 96 grados en una farmacia cercana. Una vez en casa, me eché una larga y reparadora siesta que me capacitaba para trasnochar y, de este modo, poder calcinar el vehículo. Pasé horas viendo una serie que me pasó Rubén, el amigo de Gabi. Misfits. En torno a las dos de la mañana bajé hasta la calle con el bote de alcohol, un trapo y unas cuantas cerillas sueltas. El Golf estaba estacionado cerca de casa, en la calle Huerto del Conde. Como no había ningún ruido, no tomé la precaución de mirar por los alrededores. Rocié el trozo de tela con el alcohol y lo introduje por la ventana rota. Encendí dos cerillas y, en ese momento, desde una terraza alguien se puso a gritar "hijo de puta". Arrojé los fósforos ardiendo y salí corriendo despavorido. Huí por una serie de calles desconocidas para mí, pero terminé justo en la plaza de Los Monos. Como no me calmaba y tenía miedo de volver a casa por si alguien me reconocía, anduve sin rumbo fijo y llegué hasta el barrio de Martiricos. No estaba acostumbrado a estos subidones de adrenalina. Me senté en un banco a descansar. Estaba cerca del colegio Ciudad de Mobile, donde estudié en mi infancia. Rememoré algunos traumas y frustraciones. Nunca pude ser el gamberro que quería. Eso me recordó que siempre había querido hacer un acto vandálico y nunca me atreví. Había una panadería cercana con el rótulo "Amalia, pan caliente todo el día". Ése era también el nombre de la maestra que más me humilló en mi niñez. Siempre había planeado borrar la palabra "pan" de aquel cartel luminoso, pero nunca tuve agallas. Anoche me atreví. Utilicé unos contenedores cercanos para auparme hasta allí y un trozo de madera para hacer mi fechoría. Cuando lo conseguí a base de duros golpes, justo detrás de mí dos policías locales bajaban de su vehículo. Intenté simular una borrachera, pero ni siquiera eso sirvió para eludir una noche en el calabozo de la comisaría de la avenida de la Rosaleda. Pese a ello, me sentí más libre que nunca. Ni siquiera atendí al sermón de los agentes. Sólo pensaba en cómo había quedado el rótulo: "Amalia, caliente todo el día". Lo que es una lástima es que aquella vieja maestra no pueda verlo.
A las dos de la tarde me han dejado ir, aunque me han dicho que me citarán para ir al juzgado. He ido a casa y he visto el coche calcinado. He avisado al seguro para dar parte. Después, he recibido la llamada de Gabi. Me ha dado dos horas para hacer una maleta y me han traído hasta este pueblucho. Antes hemos hecho parada en el municipio vecino para comer directamente colesterol embutido. Bar Fermín, así se llama el sitio. Menos mugre de la que imaginaba.  Mientras termino de escribir, me han pasado.varios porros y tres vasos de Cacique con Coca Cola. Por mí, no saldría, pero estos insisten en que vamos a tomar algo y a disfrutar de las fiestas. Al parecer mañana noche se celebra lo más importante.
Mientras tanto, quedan 600 días.

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