viernes, 22 de abril de 2011

Quedan 608 días

El martes fue aciago y reflexivo, pero lo que ha venido después ha sido más entretenido. Bueno, casi. El miércoles lo dediqué a visitar Frigiliana. Hacía años que no iba. Antes de que murieran mis padres íbamos cada dos fines de semana. El pueblo está muy alterado por el turismo. Ha perdido mucho de su encanto, pero aún así pasear por el Barribarto sigue siendo un lujo para cualquier visitante. Aunque no fue un día muy primaveral, disfruté de las vistas. Y también de la comida. Paré en un restaurante situado en la parte alta. No lo conocía. De hecho, no lleva mucho tiempo abierto. Solo en mi mesa me deleité con una botella de PradoRey, con un bacalao a la vizcaína y con el escote generoso de una comensal alemana. Debía tener algo menos de treinta años y estaba acompañada por una pareja mayor que aparentaban ser sus padres. La digestión la hice con dos vasos de Jagermeister, un brebaje de origen germano con el que intenté hacer mi particular homenaje a la teutona. Después de casi dos horas, en la misma sala el supuesto padre de ésta se levantó y me gritó en alemán algo que no entendí, pero que debían ser tacos e insultos. Tengo que aprender a ser más sutil. Sobre todo cuando ingiero alcohol. Todavía se me nota el moratón en el ojo del otro día. Mi nariz todavía me duele, aunque creo que estoy mejor con la forma que tiene ahora que antes. Después de ser amonestado por el progenitor de la nibelunga, pagué, di una propina de diez euros y me despedí con un beso al aire, que soplé después de haberlo depositado sobre la palma de mi mano. Los improperios germanos seguían oyéndose desde la calle. Aunque fueran versos de Goethe, no sonarían bien en ese idioma de bárbaros.

La tarde la pasé en Nerja, que está apenas a cinco minutos en coche de Frigiliana. Paseé por el Balcón de Europa y me introduje entre sus calles peatonales y comerciales. Lamenté no haber llevado el portátil para escribir allí parte de mis relatos porque me sentía especialmente poético, embriagado especialmente por el Tanqueray con tónica que me estaba tomando en una concurrida heladería. Recibí la llamada de Gabi, que me invitaba a un miércoles especial. Tanto que habían organizado una final de Copa del Rey para la ocasión. Mi amigo era el anfitrión y casi el árbitro de las disputas de los dos bandos. Antes de empezar el partido ya había bastante tensión entre los que se decantaban por uno u otro bando, culés versus merengues. Ridículo. La velada futbolera tuvo su prolongación en los bares del centro. No había procesiones gracias a la lluvia. Empezamos la ruta por Velvet Underground, donde se escuchaba de todo menos la música de aquella banda americana. En la barra me sorprendió la frase de una 'capillita' que reflexionaba con una amiga sobre las pocas procesiones que estaban saliendo en estos días. “Lo mismo el Señor no quiere esta Semana Santa y llora de tristeza”, dijo. Asentí a su lado para que se diera la vuelta. Simulé ser tanto creyente como cofrade. Me bastó con seguirle la corriente. Me mostré bastante de acuerdo con la pérdida de valores. De todas formas, con una cara tan dulce como la suya, no hubiera podido rebatirla. Eso sí, me delaté cuando dije “paso” y no “trono”. Craso error al parecer. Terminé reconociendo que no era tan cofrade como quise aparentar y que como penitencia la invitaba a cenar. Otro 'lapsus linguae'. “¿Cenar conmigo es la forma de castigarte?”, preguntó ofendida. Ni el número de teléfono, ni una dirección de email. Sólo me quedé con las ganas de conocerla a ella y al mismo tiempo de mandar al carajo a su amiga, que sólo torpedeaba nuestro diálogo.

Empecé a desquitarme a base de chupitos de tequila. Recordé que el 21 de abril era el cumpleaños de la vaca burra y brindé por ella repetidamente. Gabi, Juanmi, Jaime y Viri, que fueron los que quedaron hasta el final, me acompañaron y corearon el apelativo de 'vaca burra' en varias ocasiones. Y con esos mimbres llegamos al Pasapenas. Allí estaba Adriana con sus amigas. Las burlas se intuían aunque no se escuchaban por la música. Todos estaban más o menos al corriente de nuestro percance sangriento. Ella me dio algo de conversación, pero como si fuera un servicio postventa. Aún así, empecé a tirarle descaradamente los tejos. Después de hacer mis cálculos y concluir que era imposible que todavía tuviera menstruación, le pregunté si podíamos irnos a mi casa.

- Esta noche, no -dijo con tranquilidad, aunque me sonó bastante contundente.
- Vale, como quieras. Creo que lo capto. Entre tú y yo, no hay reglas -dije con la sensación de que no cogió el chiste.

A los pocos minutos se fue de allí con sus amigas. Después, mi corazón maltrecho, mi entrepierna prieta, Gabi, Jaime y Viri nos fuimos a desayunar en un bar conocido por sus desayunos contundentes y paliativos de resacas. Ellos lo llaman Pahiri, pero en el rótulo sólo estaba escrito Miguel. El cansancio, la borrachera y el escaso tino con el sexo opuesto me desenchufaron de las bromas.

Ayer estuve toda la mañana lamentando el tiempo perdido la noche anterior en los bares. Otro gallo habría cantado, claro está, si alguna me hubiera hecho algo de caso. Afortunadamente, me apartó de mis pensamientos más pesimistas la llamada de Raquel, la multiorgásmica. Me sugirió que fuéramos a tomar unas tapas y aprovecháramos para ver alguna procesión. Lo primero lo haría encantado; lo segundo, sólo a cambio de expectativas de sexo. Por supuesto, no se lo dije. Y las precipitaciones me salvaron de ver los dichosos tronos. Creo que Chaac, dios maya de la lluvia, quiso echarme una mano anoche, aunque se pasó. Me explico. Después de tapear en La Cosecha, el bar Tocata fue el sustituto de los tronos. Bastaron dos Tanqueray con Schweppes para que la libido de Raquel se disparara en forma de mano sobre mis genitales. “Vamos a tu casa”, ordenó. Y como soldado raso ante un general, obedecí sin rechistar.
La llevé del brazo y en menos de cinco minutos ya estábamos sobre la cama desnudos. Ella estaba especialmente desinhibida. Tanto que con sus medias me ató a las rejas del cabecero de la cama. Mientras ella hacía movimientos bruscos buscando sus interminables finales, yo bastante hacía con mantenerme erecto. Reflexionaba sobre lo egoísta que es ser multiorgásmico. Me desató y me pidió que la insultara. Al principio me resistí, pero viendo el placer que le proporcionaba la llamé de todo. Me volvió a atar y me dijo que la complaciera en una de sus fantasías. Y en ese punto lamentablemente me acordé del dios Chaac. Lo de dorada es para darle 'glamour', pero cuando te echan todo el orín sobre el pecho lo único que te provoca es náuseas. A pesar de decirle que no lo hiciera, Raquel dejó lo peor de sus gin tonics sobre mí. Con la cama manchada y con el orgullo por los suelos, la invité a salir de casa. Ella se disculpó y se encargó de arreglar en la medida de lo posible aquel desastre líquido mientras yo me duchaba. Me pidió quedarse a dormir y acepté.
Esta mañana me he levantado abrazado a ella y no sé por qué. La insaciable ha vuelto a la carga, bajo la promesa de no repetir lo de anoche. Me ha querido recompensar de muchas formas. En algunas, lo ha conseguido, pero ha terminado fastidiándolo en su intento de introducir su dedo corazón por mi esfínter. He reaccionado bruscamente y esta vez no la he invitado. Directamente le he dicho que se vaya. Creo que me he pasado un poco. Le he gritado obsesa, enferma, pervertida. Podría haber sido peor, pero soy comedido con los tacos.
Gabi me ha llamado hace unos minutos para ir a comer con sus amigos a uno de esos mesones de pueblo, la Venta de Alfarnate. No le he contado nada. Con lo bocazas que es éste, terminará sabiéndolo todo el mundo.

1 comentario:

  1. Tendré que probar los Tanqueray con Beefeter, si surten ese efecto, merecerá la pena la úlcera.
    En el Pahiri lo mejor para comer son los güanchos.

    ResponderEliminar