viernes, 3 de junio de 2011

Quedan 566 días (en el hospital con un tipo que dice que canta con Tabletom)

Regresé exhausto, pero cautivado por la belleza y el encanto de París y de Marcela. Ambas con tanta luz y con tanta suavidad. Y al mismo tiempo con tanta provocación. De repente me levanto el martes por la mañana, bajo a desayunar al bar que está en frente de la Casa Natal de Picasso, apenas a veinte metros de mi piso, y me desplomo sobre el suelo de la realidad. Un desmayo, un desvanecimiento o quizás sólo el 'jet lag' que me trasladó de un sueño a la realidad. Tiré el café y la tostada hacia el otro lado de la barra mientras mi cuerpo caía inerte hacia atrás, con tan mala suerte que mi nuca encontró a su paso un taburete.
Inconsciente me trasladaron hasta el hospital Clínico. Allí un médico que evidenciaba tanta inexperiencia como voluntad decidió ingresarme. Pasé a ese extraño grado de observación al que condenan a aquellos que tienen síntomas de escasa transparencia. Con cierta lucidez me desperté en una habitación que compartía con un tipo de barba espesa y canosa que se parecía a Bakunin. El condenado roncaba con ansia. Era lo normal, pues pude comprobar por su reloj que ya había pasado la medianoche. Noté cierta ansiedad. Estar en un hospital abandonado como un perro en la carretera crea mucha desolación. Pese a que me sentía ágil, cierta congoja invadió mi mente. Opté por tocar un timbre que atrajera la atención de alguna enfermera de guardia. Tuve suerte. Una joven en prácticas se acercó sigilosamente y disipó con pocas palabras mi soledad. Me explicó por qué estaba allí. Me contó que la vaca burra había estado a mi lado durante dos horas, pero que se marchó sin decir si volvería. Rápidamente le dije que ya no era mi mujer, que me había divorciado. Nunca se sabe. He oído tantas cosas sobre las enfermeras que no quería dilapidar ninguna opción.
Hasta esta tarde el neurocirujano no ha querido darme el alta. Me han hecho varias pruebas para averiguar la causa de mi desvanecimiento y aún no han sacado nada en claro. Entretanto he tenido la oportunidad de hablar con Roberto, mi vetusto compañero de habitación. Creo que está un poco mal de la cabeza. Me ha contado que es el líder de un grupo muy famoso en Málaga, Tabletom. No me suena de nada. Tampoco me extraña. Según me ha contado, han sacado tres discos en treinta años. Imagino que serán aficionados. Además, no creo que su voz sea la más apropiada para cantar. Parecía muy afónico. De todas formas, el tipo se ha empeñado en cantarme algunos de sus "éxitos". En una de esas canciones dice algo así como que no tiene ni coche ni "amoto" y que tampoco tiene para el autobús. Y que no tiene ni padre ni madre. Lo que sí me ha extrañado bastante es que por allí han aparecido muchas personas para visitarle durante estos dos días. Algunos eran melenudos trasnochados que hablaban de hacer un concierto próximamente. Otros afirmaban que eran periodistas y que sólo querían hacerle unas preguntas. Todo ha sido muy surrealista.
Esta mañana he llegado a contarle todo lo que sé sobre el fin del mundo. Y él se ha reído bastante. Creo que él piensa lo mismo de mí que yo de él, es decir, que estoy zumbado. Cuando me han dado el alta, me he acercado a él y, sin saber por qué, nos hemos fundido en un abrazo. Me ha dicho que dentro de poco dará el último concierto de su grupo y que espera que yo vaya. Le he seguido la corriente.

- Por supuesto, Roberto. Allí estaré. Ponte bien, hombre.
- Rockberto -me ha rectificado antes de reír a carcajadas.

Cuando he salido de la habitación le he oído a cantar algo sobre unas almencinas y el río Guadalmedina. Esas palabras me ha recordado la infancia.
Esta tarde he llegado a casa y he llamado a Gabi para contarle lo que me había pasado. Aunque el médico que me ha dado el alta me ha aconsejado reposo, he terminado acompañando a mi querido amigo a tomar unas cañas en La Campana. Hemos terminado jugando a los dardos en el Ática. Parece que el golpe en la nuca ha mejorado mi sentido de la puntería. Le he ganado con bastante diferencia.
Han sido tres días extraños. He perdido el móvil y eso también me ha desconcertado un poco. Cuando he regresado a casa he mirado mi correo electrónico y me he encontrado con tres emails de Marcela. Dice que me quiere, que me extraña y que vendrá a verme en pocos días. Por ese orden. Me ha provocado algo de alegría, pero también cierta angustia. Quizás pueda ser normal que una chica con 21 años se exprese así, pero me desconcierta su actitud.
Es tarde. Casi las tres de la mañana, así que mejor no pensar mucho y esperar a ver mañana las cosas de otra forma. Mientras tanto la cuenta atrás no para. Quedan 566 días para el fin de todo esto.

2 comentarios:

  1. Ernesto, deberías poner algún cartelito que diga que la gente no haga en sus casas lo que tú haces. ¡Ah! Y ya pensabas que te habías rajado. ¿De vuelta con la argentina? Jejeje Ten cuidado, hombre, que a este paso te vas a convertir en el mártir de los blogueros.

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  2. jEJE... QUE GRANDE ES ROCKBERTO...

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