martes, 31 de mayo de 2011

Quedan 569 días (París, ciudad de un amor muy blanco)

Acabo de llegar agotado de París. Un fin de semana intenso que se ha visto sucedido por un largo viaje con escala en Madrid y, una vez allí, un retraso de casi cinco horas por problemas técnicos en el avión. Aún así no puedo dejar para mañana mi relato de mis últimas horas en esa maravillosa ciudad y la experiencia de pasarlas con Marcela. El viernes me fui al aeropuerto de Orly a esperarla. Tenía ganas de verla y besarla, pero cuando ella me vio a lo lejos se abalanzó sobre mí y me dio lo que ella llama un "abrazo de oso", es decir, dar un gran salto y echarse en mis brazos, apoyar sus piernas en mi cadera y apretarme fuertemente por el cuello para acercar mi cabeza contra su pecho. Noté rápidamente que iba sin sujetador, lo que disparó mi libido hasta límites insospechados.

- Me alegra verte de nuevo, Marcela. Vamos directos al hotel si te parece bien -con educación y emoción contenida por una repentina timidez.
- Claro, boludo, pero antes me tenés que llevar a ver la torre 'eisfel'. Quiero subir a todo lo alto para que me besés allá.
- Bueno, antes dejamos las maletas en el hotel y descansas un poco, que tienes que venir muy cansada. Además, tengo muchas ganas de ti -sonreí con un gesto de complicidad no correspondido.
- No seas zarpado, españoleto.¿Todos los gallegos sois iguales? Vamos a la torre y que el taxi espere con las maletas.

¡Qué gran verdad la del refranero que mezcla las carretas con el encanto de los senos femeninos! Admito que fui un calzonazos que aceptó el capricho de la niña. Tuve que abonar casi 150 euros para conseguir un beso de sus labios. Es lo que tuve que pagar al taxista por el trayecto que va de Orly a la Torre Eiffel, con la consiguiente espera para subir a lo alto, y después el traslado hasta el hotel. Al menos al llegar allí ella aceptó mi capricho. Antes, pasamos por la ducha los dos y terminamos en horizontal sobre la moqueta de la habitación. Ella me mordió efusivamente y me dejó marcas en el cuello, los hombros y la muñeca derecha.. Me dio igual. Al fin pude terminar lo que empecé en aquel hotel londinense. Mereció la pena. Marcela tiene la piel más tersa que jamás he tocado. Debe cuidarse con cosméticos muy caros o tener una genética muy especial. Su cuerpo es de diez, perfecto. Su boca es grande y de labios generosos. Una diosa.
Nos metimos en la cama para no coger frío y ella me abrazó con fuerza mientras observaba mis genitales. "¡Qué feo!" Y se reía a carcajadas.
Me quedé dormido junto a ella, pero me desperté solo. La llamé al móvil, pero lo había dejado en la habitación. Estuve esperando casi dos horas. Pregunté en recepción, pero la chica no me entendía bien ni siquiera en mi inglés. Regresé a la habitación y allí estaba ella en la puerta. Empezó a gritarme recriminando que no estuviera dentro.

- ¿Y tú? ¿Se puede saber dónde te has metido? -le pregunté sin tener en cuenta su incomprensible enfado.
- Abre la puerta, boludo. Ahora te cuento -es curioso como pasa del voseo al tuteo cuando quiere.
- Se te ha caído, boluda -el adjetivo se lo dije con un tono mayor para que notara mi enojo.
- ¿El qué?
- La educación -le dije.

En lugar de seguir con la discusión, ella se rió a carcajadas con mi respuesta. Abrí la puerta y rápidamente se metió en el baño. En ese momento pensé que tenía un apretón y en mi interior quise disculparla, pero me equivoqué. Sacó una bolsita de plástico con polvo blanco y vació una parte sobre un pequeño espejo que sacó de su bolsa de aseo. "Venií, gallego, que ésta parece buena". Me enfadé y le pregunté de dónde carajo había sacado eso.

- ¿Por qué te crees que he tardado tanto, boludo? He tenido que preguntar por todos lados. Nadie me entiende acá, ¿lo sabes? He tenido que hacer gestos para que me comprendieran. Ha sido divertido. Un taxista me ha llevado hasta un piso que estaba hecho miércoles, ¿me comprendés? Estaba lleno de gente muy rara, muy pobre, gallego. Pero, allá había un colombiano que me ha entendido y me ha dado esta coca que dice que es suprema -hizo una pausa para esnifar por sus dos orificios nasales mientras yo la miraba atónito, sin capacidad de reacción- Buenísima, vení acá.
- Pero, ¿estás loca? -es lo más inteligente que podía salir de mi boca en ese momento.
- No seas boludo. Por cierto, el taxista está esperando en recepción. Bajá y págale -sacó un billete de doscientos euros-.

Volví a hacerle caso,  pero estaba más indignado que los de Democracia Real Ya después de recibir los palos de la policía en la plaza de Cataluña. Tal y como me había dicho, el tipo estaba esperando en recepción. Era mulato, fornido y con cara de malas pulgas. Me acerqué y dije el nombre de ella. Me miró seriamente y tendió la mano. Le di el billete y se fue sin despedirse.
Al subir a la habitación, Marcela me insistió para que compartiera su adquisición, pero me negué. Me dijo que tenía ganas de hacerlo de nuevo y a eso accedí sin rechistar. Antes de colocarme el preservativo, ella cogió un poco de su coca y la colocó con suavidad sobre mi glande. En un primer momento noté un cosquilleo, pero ignoraba las consecuencias. Estuve durante varias horas con una estaca en mis pantalones. Me negué a salir a cenar fuera y pedimos que nos subieran comida a la habitación. Ella pidió como extra una botella de Möet Chandon. Al menos tiene buen gusto. La noche fue intensa. Ni ella era capaz de dormir ni mi miembro tampoco. El único problema era que no conseguía descorcharlo. No fue tan fácil como el champán.

Debimos estar despiertos y hablando hasta el amanecer. Por eso, alargamos nuestro sábado hasta las dos de la tarde en la cama. Nos duchamos juntos y nos acicalamos para dar un paseo por la ciudad. Fuimos primero a Notre Dame y después al Sacré Coeur, en Montmartre. Las vistas allí eran maravillosas, pero el ambiente nos encandiló mucho más. A ambos. Nos hicimos muchas fotos con el fondo de los pintores que llenaban la plaza. Marcela quiso comprar uno de los cuadros que vio, pero no consiguió que su autor aceptase el billete de quinientos euros. Y no por falta de efectivo, sino porque dudaban de ella y del dinero que portaba. Entró en cólera y empezó a gritar como una poseída. Sólo los pocos turistas de habla hispana que había en la zona se reían con sus alaridos y sus insultos. Los pintores callejeros permanecieron impasibles. Muchos parecían incluso que estaban motivados para deslizar sus pinceles sobre el lienzo.
Después de aquel berrinche la llevé a cenar al Bateau Mouche. No hay nada como una velada en barco sobre el Sena para relajar a una fiera. El menú estaba diseñado para americanos, pero al menos el recorrido nocturno por el río merecía la pena. Un turista de acento vasco nos contó que aquella ciudad es tan especial de noche, pero a la vez tan cara, que muchos de los que viven allí se conforman en hacer alguna vez una ruta nocturna en coche.
Después de cenar, Marcela insistió en ir a una discoteca. Tenía anotada una dirección en un papel. Una amiga suya de Buenos Aires se la había recomendado. Fuimos en taxi. No recuerdo ni el nombre ni su ubicación. Sólo sé que bebimos muchos vasos cortos de tequila. Sin limón ni sal. A palo seco. Varias veces noté que me quedaba solo mientras ella bailaba con chicos mucho más jóvenes que yo en el centro de la pista. Según me contó ayer por la mañana, uno le cogió las nalgas mientras intentaba besarla y mi reacción fue ir a pegarle. Me cuesta creerlo porque no soy de naturaleza violenta. Ella afirma que sí y que fui tan motivado como torpe. Lo único que conseguí es caer sobre aquel tipo después de tropezar con otras personas. Él fue el que evitó que cayera en el suelo. Mi estado de embriaguez, siempre según la versión de Marcela, era tan notoria que me sacaron de allí en volandas. No sé. Me cuesta aceptarlo.
Aprovechamos la jornada dominical para hacer más visitas. Ella insistió en ver el Museo de Cera. Para mí fue una pérdida de tiempo. Por lo menos, se divirtió y aceptó fácilmente que fuéramos después a los jardines de Versalles. Nos hicimos también muchas fotos y ella se mostró especialmente cariñosa, tanto que asusta. Me dijo que me quería y que quería venir a vivir conmigo a España. Yo intenté ser diplomáico y distante, pero al final me quedé a su altura. Acepté que venga a Málaga este verano. Ya concretaremos las fechas. No estoy convencido de que sea una buena idea.
La noche fue más romántica que erótica, es decir, ni un ápice de pornografía. Estaba algo decepcionado, pero la veía tan feliz abrazada a mí que no quise cambiar su guión. Esta mañana en el aeropuerto su despedida fue casi trágica. Lloró mucho. A mi juicio, exageradamente. La consolé recordándole que esperaba su visita.
No sé qué hacer. Quizás me arriesgue a recibirla aquí en este apartamento que cada vez está más desordenado y sucio. Lo qué sí estoy seguro es que volveré a París antes del 21 de diciembre de 2012. Me ha quedado mucho por visitar. La próxima iré solo.
Mientras hago ésa y otras reflexiones, tomo conciencia de que quedan tan sólo 569 días para el fin.

2 comentarios:

  1. Que bueno!! "el baton mouche"!

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  2. jaja tienes razón... lapsus. Ahora lo cambio. Ernesto debe dejar de escribir tan cansado.

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