miércoles, 4 de mayo de 2011

Quedan 596 días (Frustraciones y alguna alegría)

Anoche apenas dormí y no fue precisamente por la actividad sexual con Zelma. La germana se abrazó a la almohada reclamando su descanso. Seguramente llevaba muchas horas de juerga acumuladas y a sus veinticinco abriles no tiene las mismas necesidades que servidor, castrado en lo erótico después de más de una década de rutinas en la cama con Teresa. No siempre fue una vaca burra como ahora. De hecho, las piernas tersas y exentas de estrías de la alemana me han recordado mis primeras vivencias con ella. Pero, ahora, después de lo pasado, no soy el mismo. De hecho, en la madrugada me he sorprendido rozándome constantemente con Zelma mientras ella seguía con sus ronquidos. He pasado horas intentando despertarla con sutiles caricias, pero todas han caido en saco roto.
Esta mañana me he despertado solo. Me he sentido ridículo. Totalmente desnudo, pero sin haber catado hembra. Incluso me ha molestado el particular souvenir con el que me ha abandonado: un olor que mezclaba su sudor con un desodorante de escasa eficacia. Ni un teléfono, ni una dirección de correo. Nada.
He seguido durmiendo hasta tarde con la vana esperanza de que la nibelunga apareciera para traerme un desayuno de la calle. También he tenido la ilusión de que todo era un sueño y que cuando me despertara la tendría allí, a mi disposición. Empiezo a pensar que hasta ahora he tenido en mi interior a un animal sexual reprimido. Y hoy me siento tan necesitado como un verraco en celo
A las tres de la tarde he salido para comer. No tenía muchas ganas de complicarme la vida, así que me he conformado con comer algo frugal en Citrón, situado en la plaza de la Merced. He alargado la sobremesa con café y pacharán para hacer algo de tiempo. A las cinco en punto ya estaba en la puerta de la agencia de viajes para recoger mis billetes y muchas indicaciones para disfrutar de Londres. Me voy pasado mañana y vuelvo el martes próximo. Ansío recorrer sus calles para empaparme de la ciudad. Es curioso que siempre que me viene a la cabeza la capital británica me acuerde de lo que me relató una vez Teresa. Me dijo que sus padres viajaron hasta allí con la intención de abortarla, pero finalmente se echaron atrás. Me pregunto que hubiera sido de mi existencia si eso llega a ocurrir. ¿Habría caído en el mismo error? ¿Sería tan feliz ahora con otra persona que no me diera ni cuenta de que esto se acaba?
Por la tarde he llamado a Adriana para invitarla al cine, pero nada. Esta chica siempre tiene una excusa. Esta vez era el puñetero Barça-Madrid. Ya estoy más que harto de fútbol. De todas formas, me he ido solo a ver una película aprovechando que el resto del mundo estaba pendiente del partido. Me he dejado aconsejar erróneamente por Rubén. ¡Qué cabrón! Me dijo que "El cisne negro" era la mejor comedia que había visto en su vida. He salido del cine a los veinte minutos despotricando de él y de su broma. No estoy yo ahora para tragarme sufrimientos tontos. Me he ido al Gin Tonic Bar para quitarme la frustración. Sabía que había alguna posibilidad de ver a Raquel allí porque fue donde la conocí. Me hubiera conformado con ella a pesar de lo acontecido la última vez que la vi. Creo que si le pusiera algunos límites, podría quedar con ella de vez en cuando, al menos para quitarme esta maldita verraquera. Antes, claro, tendría que llamarla y pedirle disculpas por haberla echado de casa de aquella manera. Quizás mañana lo haga. O quizás a la vuelta de Londres.
En el regreso a casa me he encontrado a muchos fanfarrones gritando porque su equipo ha ganado, pero no había mucho ambiente. He pasado por la puerta del Onda Pasadena y estaba casi vacío, así que me he retirado. Al menos, me he llevado una alegría al abrir la puerta. He encontrado un trozo de papel a mis pies. Su contenido: el nombre de Zelma y un número de móvil.
Mientra tanto, quedan 596 días.

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