sábado, 14 de mayo de 2011

Quedan 586 días (Vivito, cojeando y trasteando)

Pasé todo el día de ayer devolviendo llamadas, firmando papeles y, por supuesto, cojeando. Afortunadamente, el dolor hoy parece que remite. Por la mañana, me reuní con el abogado en su despacho. Tenía buenas noticias para mí. La vaca burra se conforma con todo lo que le ofrezco, a cambio de que yo no pase tiempo con los niños. ¡Qué peso me he quitado de encima! Y no me refiero a la masa corpórea de mi todavía esposa. Como estoy de acuerdo en ese punto, el martes posiblemente firme el divorcio. Un problema menos. O tres si contamos a Alfonsito y Tomasito. Pobres. En el fondo me dan algo de pena. Un año y medio de vida les queda y lo van a pasar con su madre.
Nada más salir del buffet, me fui a la sede de la compañía de seguros para firmar mi conformidad con la propuesta de indemnización. Tardarán menos de una semana en ingresar el dinero. Otro problema menos.
Eufórico por los logros obtenidos, decidí que lo mejor era celebrarlo con fastos proporcionales. Me fui al Mesón Astorga. Allí combiné un chuletón de buey con una botella de Barón de Ley Reserva. Sobró la ensalada de salmón noruego. En la sobremesa, llamé a Adriana y a Raquel. La primera coqueteó bastante por teléfono y me propuso que nos viéramos esa misma noche en su casa. Le dije que sí.

- ¿Qué tengo que llevar? -pregunté con inquietud.
- Lo que quieras. Algo de beber, si te apetece.
- ¿Un buen vino?
- Cuidado, que con el vino me desinhibo mucho -advirtió antes de romper una leve carcajada, que al final sonó como forzada y ridícula.

Raquel, por su parte, me propuso que nos viéramos mañana sábado para ir a un concierto de los Celtas Cortos en la plaza de la Constitución. Le dije que no era buena idea y le conté lo de mi pie. Me dijo que me pasaría a ver esa misma noche para echarle un vistazo. Se lo agradecí, pero le propuse que lo dejara para ésta. No recuerdo bien, pero creo que le hice una broma sobre juegos eróticos. Mi idea era que entendiera que ya no estaba molesto por aquella luvia dorada ni por su incursión anal. Después hablamos un rato sobre el tema e intenté ser lo más comprensivo posible.

- Raquel, perdona mi actitud, pero no estoy acostumbrado a estas cosas. Sé que lo hiciste porque me querías dar placer. Y hay que agradecer las cosas que se hacen con el corazón.
- Claro, con el dedo corazón -los dos nos echamos a reír.

Después de aquella conversación, cogí un taxi para que me llevara al Corte Inglés. Entré en la sección 'gourmet' para comprar vino. Mi objetivo era un Matarromera, pero no quedaban existencias nada más que en el supermercado, que afortunadamente estaba allí mismo. Lo encontré y cogí también un 'magnum' de Valbuena de 2003 para otra ocasión. Me sorprendió ver allí a dos monjas. Tenían el carro casi lleno. Decidí hacer una trastada. Cogí una caja de 12 preservativos sabor fresa. Las perseguí y, cuando se despistaron para coger algunas golosinas, introduje la caja debajo de una bolsa de chips. Por supuesto, no las perdí de vista y esperé a que pasaran por caja. La más joven se ruborizó cuando lo vio; la mayor preguntó qué era aquello; la cajera se aguantó la risa; una mujer de mediana edad se sintió ofendida. "¡Vaya con las monjitas!".  Me fui a casa y me acicalé para ir a casa de Adriana. Fui en taxi porque vive por la zona de Capuchinos. Llegué pasadas las diez y me encontré que no era una cena romántica. Ni mucho menos. Era una fiesta. Pasé toda la noche sentado en un sofá mientras que Adriana y sus amigos se divertían bailando y dando saltos. Vino la policía local y nos invitó a dejar de formar jaleo, pero ni caso. Me bebí yo solito el Matarromera. Hablé apenas dos minutos con Adriana. Pasada la medianoche me escapé. Bueno, creo que fue una fuga consentida. Nadie hizo por implicarme en la fiesta.
Esta mañana me he levantado con una impresionante jaqueca. Pero, afortunadamente el pie apenas me molesta. Sólo si apoyo el peso sobre los dedos, noto algo de dolor. Me he ido a los Baños Árabes para que me dieran otro masaje. De nuevo, estaba allí aquella chica de ligero estilo hippy. He conversado mucho con ella. Le he hablado de perros porque intuía que le gustarían. A mí para nada, pero he fingido lo contrario. Le he pedido el teléfono para que viniera directamente a mi casa a darme sus friegas, pero se ha negado. Creo que le hubiera insistido, la habría convencido. Después he llamado a una empresa de cathering para que me prepararan una suculenta cena. No sé por qué, pero quería sorprender a Raquel, que fue muy puntual. Ha llegado antes que la comida, pero me vino bien porque ha revisado con cuidado mi pie. No sabía que era traumatóloga. Me ha dicho que he tenido suerte y que no haga grandes esfuerzos.
Durante la cena nos hemos reído con sus anécdotas de urgencias. En el último sorbo de vino he deslizado la mano bajo su minifalda. Todo ha ido bien. Sin estridencias y sin nada fuera de lugar. Ahora ella duerme. Creo que ha bebido demasiado vino para haberse levantado a las seis de la mañana. Mientras escribo, la observo y  no ronca. Apenas respira. No tengo nada de sueño y no me apetece dormir a su lado. Creo que cuando termine de escribir voy a pasarme por el Pasapenas. Antes voy a enviar un email a Marcela. Y quizás un sms a Zelma.
Quedan sólo 586 días.

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