lunes, 9 de mayo de 2011

Quedan 591 días (Inglaterra, Argentina, las Malvinas)

La noche londinense tiene muchos escenarios peculiares. De momento, sólo conozco el Soho, que me ha regalado una noche disparatada. Haciendo caso de los consejos de Gabi, el viernes me adentré en Barsolona o Bar Solona, que está en Old Compton Street. Bajé por unas escaleras y me encontré un antro lleno de caras mediterráneas. Me atendió en la barra una española. Deduje que aquello era un lugar de encuentro para los hispanos. Pedí una cerveza, pero con la intención de salir del bar en cuanto me la bebiera. No he venido a Londres para esto. Me apoyé en la barra y fijé mi atención en una chica que bailaba sola en el centro del bar. No paraba de contonearse con gestos que se movían entre lo sensual y lo burdo. Rápidamente detectó que había fijado la vista en ella y se acercó a mí. Me niego a escribirlo en el idioma en el que intentaba hablarme.

- ¿Jau ar yu? -me preguntó delatando que el inglés no estaba entre sus virtudes.
- Bien, ¿de dónde eres? -le contesté con una pregunta, como el tópico gallego.
- ¿Ah, vos sos de los míos, boludo!
- Bueno, depende de lo que sea ser de lo tuyo.
- Que no hablás nada de este idioma de miércoles.

Un chico robusto y de evidentes rasgos sudamericanos interrumpió nuestro diálogo. Le dijo algo al oído y se la llevó del brazo. Ella se volvió, me sonrió y me guiñó.
Poco después volvió a la carga. Se acercó a la barra y me preguntó el nombre, de dónde era y qué hacía allí.
Mirando de reojo al tipo que me la había arrebatado, fui contestando sus preguntas. Me fijé en su cara. Parecía muy joven. Su boca grande lo parecía aún más cuando sonreía. Su cuerpo era toda una provocación. Los vaqueros los llevaba ajustados y su blusa escotada daba vértigo.

- ¿Cuándo partís a España? -me preguntó mientras me cogía la mano.
- El martes.
- ¿Me podés dar vuestro teléfono?
- Sí, claro.
En ese momento, el chico de rasgos latinos se volvió a acercar y esta vez se dirigió hacia mí.

- ¿Qué haces? -me dijo inquisitivo.
- Nada, sólo le iba a dar el teléfono porque me lo ha pedido.

La volvió a tomar del brazo y se la llevó. Me di cuenta que no estaban solos. Había un tercer invitado, otro chico de físico similar al que nos interrumpía. Los dos hablaron y me miraron mientras ella les protestaba apoyada por gestos enérgicos.
En su tercer acercamiento, le dije que me iba porque no tenía ganas de problemas con su novio y su amigo.

- No es mi novio, boludo.
- Pues lo que sea. Me voy a ir -le volví a advertir.
- No sin mí, por favor. Esperame arriba en la puerta. Tardo un minuto.

No sé por qué razón le hice caso. La vi subir las escaleras rápidamente agarrada de su bolso segundos más tardes. Nos pusimos a correr como dos fugitivos. Debimos hacer así casi medio kilómetro.

- Yo creo que ya está bien, ¿no? -le dije jadeando.
- No sé, boludo.

Durante unos minutos pensé que todo aquello era una emboscada. Ella me sacaba del bar, ellos nos encontraban y me desvalijaban. Pero, después me tranquilicé porque ella se dejaba guiar por aquellas calles. Intentamos buscar otro bar, pero nos habíamos alejado bastante del Soho. Nos presentamos. "Encantado, Marcela".
Ella me dijo que era la primera vez que conocía a alguien con mi nombre. Y eso que el Ché Guevara era de su tierra.
No me anduve por las ramas y le propuse rápidamente irnos al hotel para aprovechar el minibar. Ella no se negó, pero objetó que antes teníamos que pasar por la casa donde vivía desde hace sólo una semana. Ahí me volvieron a asaltar las dudas. ¿Estarían aquellos dos tipos allí esperando? Tuvimos que tomar un autobús porque no se acordaba de la dirección exacta y sólo sabía orientarse por las paradas. En el trayecto se me lanzó a los brazos y empezó a besarme. Me contó que su padre la había mandado allí para aprender inglés y que los dos chicos son dos peruanos que viven justo en frente de su casa, que comparte con otra argentina. Después de más de media hora, bajamos y ella se fue directamente a unos pareados de ladrillo visto. Comenzó a buscar algo en una jardinera y de allí sacó unas llaves y una petaca.

- Ya está. A tu hotelito, gallego -me dijo sonriente.

La calle estaba desierta y no encontrábamos ningún taxi. Nos animamos bebiendo un licor anisado griego de su petaca mientras seguíamos buscando. Llegamos a parar un coche de policía pensando que era un taxi, cuando los dos bien sabíamos que los dos vehículos no se parecen en nada. Finalmente encontramos uno de esos Austin negros, que nos llevó hasta Oxford Street. Pagué 35 libras por el trayecto. Subimos a mi habitación y ella empezó a desnudarse rápidamente. Después sintió algo de vergüenza cuando vio mi cara de sorpresa. Me pidió una camiseta y se la puso. En el baño cogió mi cepillo de dientes y lo usó. Se lo recriminé y me respondió con una sonrisa llena de espuma de dentífrico. Se tiró a la cama y yo fui detrás de ella. Cuando mis manos empezaron a buscar su bajos me preguntó: "¿Tienes preservativos, gallego?" Maldita sea. Mi cara me delató. Un día para hacer la maleta y no echo profilácticos. Gabi me ha repetido varias veces eso de "más vale llevarlos y no usarlos, que no llevarlo". Y le tengo que darle toda la razón.
Marcela me advirtió que sin condón no había nada que hacer. Recordé en ese momento que había un pub dentro del propio hotel y que en el servicio podría haber perfectamente una máquina expendedora. Le dije que me esperara un minuto, como ella me pidió a mi en Barsolona. Me advirtió que me diera prisa porque tenía sueño.
Corrí como un loco por el pasillo y derribé una papelera metálica, que al caer dejó un estruendo. Llegué al baño y encontré la solución, pero no llevaba monedas. Tuve que pedir cambio en recepción. En principio, el joven que estaba haciendo el turno se negó, pero se lo pedí por favor varias veces y le dije que tenía una chica preciosa en la habitación esperando. Me recordó que mi habitación era de uso individual, pero aún así me dio las monedas. Pude comprar tres preservativos.
Llegué a la habitación y la argentina ya estaba dormida. Sólo llevaba puesta la camiseta, así que me metí en la cama junto a ella e intenté despertarla con caricias sensuales. Lo conseguí, pero ella me dio largas y me pidió que esperara a la mañana. No tenía elección. Casi no dormí con aquella hermosa criatura pegada a mí. Me despertó con besos y todo evolucionó como debía. No paraba de hablar mientras se movía con cierta brusquedad. Soltó varios tacos y se llegó a insultar a sí misma. Cada uno se bajó en una parada distinta, pero ella, en dos ocasiones. Después vino el descanso con charla.
Me contó que su padre tenía mucho dinero y que ella no sabía qué hacer con su vida. Los dos chicos que hacían de guardianes recibían gratificaciones de su progenitor para que la acompañaran siempre que ella quisiera salir y la controlaran. Unos escoltas, vamos. Me quedé perplejo con esa revelación y con su edad. 21 primaveras. Le entró un ataque de risa cuando supo la mía. "¿36? La misma que mi tío. Verás cuando se entere". Encendió el móvl y miró sus llamadas perdidas. Tenía cinco del dúo Machu Picchu. Llamó para decirles que estaba bien, pero entró en cólera rápidamente. No pude oír bien lo que decía su interlocutor.

- ¿Pero por qué habéis hecho eso, boludos? -dijo antes de colgar y comenzar a vestirse rápidamente.

Sus escoltas peruanos habían llamado a su padre y a la policía londinense para decirles que ella había sido secuestrado por un hombre español. Me asusté. Le pregunté si realmente tenía 21 años. Me enseñó su pasaporte y respiré. No mintió. Aún así, eso de que te acusen de secuestro no me dejaba tranquilo. La acompañé hasta la recepción. Me dijo que lo sentía, pero tenía que volver rápidamente a su casa porque su padre la estaba llamando al teléfono fijo.Nos intercambiamos nuestros números. Y le regalé el bolígrafo que llevaba de la asesoría. Me dijo que me llamaría antes de que me fuera y que me visitaría en verano en Málaga.
El resto del día lo pasé durmiendo en la habitación para recuperarme de la ajetreada noche. A las siete de la tarde decidí cenar en el restaurante del hotel. Envié a Marcela dos sms para saber qué había pasado, pero no hubo respuesta hasta esta mañana. "Todo bien, no te preocupes, gallego. Besos". Después de desayunar, he ido a Covent Garden y he hecho algunas compras. He visto a un tipo muy parecido a uno de los peruanos y me he escondido detrás de un coche hasta que me he dado cuenta que no era quien yo pensaba. Esta noche he vuelto al Soho. Quería ir al Barsolona por si la encontraba a ella, pero el temor de que estuvieran sus guardianes me ha hecho evitarlo.Al final, he terminado en un club de jazz donde he disfrutado de buena música mientras tomaba Jim Beam.
Hace unos minutos he recibido otro mensaje de Marcela. "¿Qué hacés mañana?". Le he sugerido que podíamos subir al London Eye, esa inmensa noria desde donde se avista casi todo Londres. "Ok, mañana a las 16".
Mientras tanto, quedan 591 días para que esto se vaya a la mierda.

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