martes, 10 de mayo de 2011

Quedan 590 días (Look left-look right)

Londres puede ser una ciudad maravillosa siempre y cuando te adaptes a ella. El turista casual corre sus riesgos y uno de ellos te puede venir por sorpresa, por el lado que menos te esperas. Me he levantado a las once de la mañana para estar descansado, pero también para preparame la cita con Marcela. Habíamos quedado directamente a las cuatro de la tarde junto a aquella inmensa noria-mirador que conmemora la fundación de la 'city'.
Todo estaba perfectamente planeado. Bueno, todo menos aquel taxi tan típicamente londinense que me ha venido por la derecha mientras yo miraba despistado hacia la izquierda. El conductor, con cierta destreza, afortunadamente ha evitado el atropello, pero no el aplastamiento de mi pie derecho. Su rueda izquierda delantera ha hecho las veces de apisonadora. Estaba intentado cruzar para llegar a la cita, pero la desgracia se ha cebado conmigo. La desgracia y la estupidez. No he hecho a las pintadas que están escritas en los pasos de peatones. Estaba bien clarito: "Look Right". Aún estoy rabiando. Y no sólo por el pie. El móvil, que llevaba en la mano en el momento del percance, ha salido disparado unos metros. La pantalla táctil ha quedado hecha añicos. El taxista ha llamado a un teléfono de urgencia sanitaria mientras yo me retorcía de dolor. Pocos minutos más tarde ha llegado una ambulancia que me ha llevado al hospital contra mi voluntad. He gritado en español porque no me salía el inglés. Insultos y palabras malsonantes que dudo conozcan los que me han atendido y me han subido a la ambulancia. Me hubiera conformado con avisar de alguna forma a Marcela. Ella debería estar a tan sólo cincuenta metros esperando junto al London Eye. He pasado toda la tarde en una especie de centro de salud decrépito y sucio. Me han atendido fatal porque no he podido contactar con nadie del seguro que conlleva mi tarjeta de crédito. Ni siquiera he podido llamar a Marcela desde un teléfono público porque, aunque el móvil se enciende, no se ve nada.
Hace unos minutos que he llegado al hotel con un aparatoso vendaje, aunque sólo se trata de tres fisuras en el metatarso. Nada que no desaparezca con un par de semanas de reposo. Lo que no sé es cómo contactar con Marcela y darle las explicaciones. No sé si ella me puede llamar o no. O si se pensará que me puede localizar por el hotel. Aunque pienso que si no se acuerda de la dirección de su casa, no va a recordar ni su nombre ni su ubicación en Oxford Street. Y si lo hace, ¿se atreverá a llamar y dejar a un lado el orgullo de haber sido presuntamente abandonada en una cita? Mientras pienso todo eso y termino de escribir, me estoy bebiendo el minibar. He empezado por el vodka que es lo que menos me gusta, pero ya voy por la ginebra. Beefeater.
Entre los lamentos por mi mala suerte, recuerdo que tan sólo quedan 590 días.

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