martes, 17 de mayo de 2011

Quedan 583 días (Ernesto pasa noches surrealistas mientras que sueña con otro viaje)

Tenía que haberme quedado al lado de Raquel. ¿Quién me mandaría a mí salir al Pasapenas? Eran casi las tres de la mañana cuando llegué. De repente, la entrada se colapsó. No cabía un alma. Demasiadas se habían vendido ya en aquel infierno a cambio de nada. Apoyado en la barra pedí hasta tres gin tonic. Ni siquiera recuerdo la marca. Sólo tengo en la cabeza a un tipo escuálido, de aspecto taciturno, con una camiseta a rayas. Parecía uno de esos poetas malditos y bohemios. Bebía y observaba. Me dio la sensación de que le intentaba dar sentido a las distintas escenas que veía. Besos entre dos hombres fornidos, un juego a tres bandas entre dos treintañeras y un niñato, un viejo con su bastón rozándose con un grupo de extranjeras. Gomorra. Quise hablar con aquel tipo singular, pero cuando lo iba a hacer una chispa saltó entre dos grupos de rapados. En pocos segundos aquello se convirtió en una batalla donde no se podían hacer rehenes y donde nadie era inocente. Aquel sujeto y yo nos quedamos en el lado equivocado. Una melé de hostias nos bloqueó la salida. Todos salieron, incluso las camareras. Sólo quedamos nosotros dos y seis 'skins' ensangrentados cuando llegó la policía. Y pagamos justos por pecadores. Yo me quejé e intenté explicar que no teníamos nada que ver, pero aquel tipo no abrió su boca. Nos llevaron a la comisaría, que curiosamente está situada entre mi casa y el Pasapenas. Compartí calabozo con tan singular personaje. Me dijo que no tenía nada mejor que hacer aquella noche y que pasarla entre rejas era de lo más excitante. Chiflado, pero sereno. Rehusé seguir hablando con él y opté por descansar.
El sábado salimos antes de las dos de la tarde sin cargos. Aquellos rapados se apiadaron de nosotros y dijeron que no teníamos nada que ver. Los agentes ni se disculparon. Me devolvieron el móvil y vi varias llamadas perdidas de Raquel, pero ni un sms. Cuando llegué al piso, me encontré con una nota. "¿Esa es la forma de tratar a una dama?". Siempre he odiado las preguntas retóricas. Ni siquiera la telefoneé. Si no se llega a quedar dormida, no habría pasado mi segunda noche en una celda. 
Pasé toda la tarde echado en la cama pensando dónde iba a realizar el próximo viaje. En mi lista están Amsterdam, Dublín, Berlín, Praga, París, Lisboa, Viena, Milán, Roma y Bruselas. Diez ciudades europeas que me muero por conocer. Me llamó Gabi y me llevó a ver el concierto de Celtas Cortos con sus amigos a pesar de mis reticencias. Me sentó en el Café Central para poner a buen recaudo mi pie aplastado por el taxi londinense. Mientras tanto, ellos saltaban y vitoreaban éxitos musicales del siglo pasado. Se emborracharon antes que yo y decidieron, eufóricos, llevarme como en la 'sillita de la reina'. Patético. Así llegamos al Ática. Me acomodaron en un taburete. Junto a mí había una chica que dormía. Creo que la oí roncar. Su cabeza estaba apoyada en la vitrina del pinchadiscos. Estaba en un letargo invernal, pero con su mano derecha agarraba con fuerza una botella de Heineken. Intentaba observarla con disimulo. Estoy casi seguro de que hablaba en sueños. A las cuatro de la mañana la música dejó de sonar y ella se despertó como un resorte. Sonrió y se levantó para irse con sus amigas como si nada. El ambiente nocturno me está pareciendo cada vez más surrealista. 
Gabi y sus súbditos, que me habían dejado olvidado como a un trasto viejo, decidieron que era hora de cambiar de bar y me volvieron a llevar en sus brazos. Protesté, pero no sirvió de nada. Se dirigieron hacia el Pasapenas a pesar de lo que les había contado. No tuve más remedio que huir cojeando. 
Ayer domingo lo dediqué a buscar información y billetes para algunos de mis posibles destinos. Creo que iré a París la semana que viene o la próxima. También navegué por Facebook (me parece muy aburrido) y por Badoo. En esta última página me dediqué a ver fotos de chicas guapas y a escribirles mensajes cortos en una especie de chat. No conseguí contactar con ninguna, pero me sorprendió ver tanta belleza encerrada en un portal para salidos. Por la noche, llamé a Raquel y le pedí disculpas. Creo que no se creyó nada de mis explicaciones. La entiendo. Yo tampoco lo haría. Me desahogué con una botella de orujo de hierbas que tenía en casa y dormí profundamente.
Hoy me he levantado con aires renovados. Me he despertado, eso sí, a las doce del mediodía. He paseado por el Parque y he comido en Pizza Pino, en La Malagueta. Me apetecía comida italiana. No ha estado mal, aunque un poquito de calidad no les vendría mal. Creo que una botella de Lambrusco es excesiva para una sola persona. La tarde la he pasado en una agencia de viajes situada en el Málaga Plaza. Me he informado y he cotejado los datos que tenía de Internet. Mañana me decido. El almuerzo me ha dejado una hinchazón que me ha impedido cenar. No creo que sea grave. 
Antes de terminar mi relato, me ha llegado un correo electrónico de Marcela. Por fin. Ella sí parece que me cree. Me ha sorprendido que sea tan efusiva y cariñosa. No le he dado pie a un "me muero por verte" y ni mucho menos a un "te extraño". Dice que quiere venir a verme este verano. Me ha dado un teléfono fijo para ponerme en contacto con ella. Lo haré.
Mientras no puedo más de sueño, y no sé por qué, soy consciente de que nos quedan 583 días. Ni más ni menos.

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