martes, 5 de julio de 2011

Quedan 534 días (Un escondite en el corazón de la Serranía de Ronda)

Tengo que reconocer que les tengo miedo, aunque eso no quiere decir que las respete. Me refiero, claro está, a Marcela y Mónica. Mónica y Marcela, como prefiráis. Da igual. El orden no altera el resultado caótico. He resuelto que no quiero saber de ellas. Por eso, decidí el mismo jueves por la noche que no iba a volver a casa. Ellas se tienen que cansar antes. Si no lo han hecho ya, claro. Una se tiene que marchar de casa. La otra debería olvidar mi dírección. Con ambas tuve buenas sensaciones, pero también las tuve con Adriana, Zelma y Raquel. ¡Es tan fácil olvidarse de ellas! Basta con proponérselo y evitarlas. Por eso, estoy ahora en un lugar recóndito de la Serranía de Ronda. ¿Que cómo he llegado hasta aquí? Por azar y por picaresca.
La misma noche que decidíi continuar eludiendo a las dos 'emes' estaba terminando de saborear un mojito en la terraza de La Chancla. Andaba absorto en mis cavilaciones, cuando escuché en la mesa de al lado las palabras "fin del mundo". Como soy dado a todo lo concerniente con el apocalipsis, decidí pegar el oído. Dos amigos conversaban sobre un lugar para pasar unas vacaciones diferentes. Uno de ellos, que parecía fardar de conocer los mejores parajes de la provincia, hablaba del "fin del mundo" para referirse a un camping situado y escondido en el Valle del Genal. Sentí bastante decepción al principio, pero me atrajeron los calificativos con los que describió el lugar. Apartado, diferente, natural y refrescante. Su amigo no parecía estar muy convencido, pero aún así su compañero de mesa insistió en ofrecerle más datos. Le dijo incluso que, cuando llegara, preguntara por Israel o José y les dijera que iba de su parte. Creí oír algo así como Javier Almendrales, pero no me quedé convencido. Afortunadamente el tipo no paraba de hablar y entendí que era periodista, así que dos días después, siguiendo las indicaciones que encontré en la web del camping, que me pude anotar mentalmente, llegué y dije que iba de parte de Javier, el periodista. Trabajo me costó llegar.
Cogí un tren hasta Ronda y desde allí tuve que tomar un taxi que me dejara en Júzcar, un pueblo que me sorprendió ver tintado de azul. Al parecer, había sido elegido para la promoción de la película de Los Pitufos en 3D. El taxista se negó a bajarme hasta el camping porque había que ir por un carril de tierra y tenía su coche recién lavado. No tuve más remedio que seguir a pie la senda durante más de media hora y cuesta abajo. Iba cargado con una maleta, donde había incluido una tienda de campaña, un saco de dormir y otros elementos fundamentales para pasar unos días en este lugar. Llevo cuatro días aquí y se está de maravilla. Eso sí, estoy pasando algo de frío por las noches porque la temperatura llega a los quince grados y yo he venido equipado como para pasar el calor veraniego de Málaga. El lugar es muy tranquilo. Tiene una poza apta para el baño y numerosos lugares para perderse. Estoy orgulloso de haber llegado hasta cascadas que parecen sacadas de lugares más exóticos. Me he quedado con dos lugares: La Sima del Diablo y la cascada del arroyo Sinaí.
Tampoco se come mal. Uno de los encargados insiste en que todo lo que se come aquí es natural y buena parte procede de su huerta. Lo único que echo de menos es el marisco. Aquí nadie me molesta y nadie sabe de mí. Por supuesto, me he traído mi portátil y he tenido la suerte de encontrar hasta cobertura de banda ancha móvil. Pienso quedarme un par de días más por aquí, pero mi intención es volver durante este verano. Esto le hubiera gustado a Tomasito y a Alfonsito. No tanto a Teresa. Bueno, quizás, la vaca burra se hubiera zampado un buen plato del Barranquista: chorizo, huevo, churrasco y patatas fritas.
No es mal sitio para perderse. Y eso que, hasta la fecha, siempre me he considerado un urbanita radical. Mientras tanto, reflexiono y me doy cuenta que es una lástima que todo esto se vaya a la mierda. Pero, el fin es inevitable y llegará, si no fallan mis cálculos, en 534 días.

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