lunes, 11 de julio de 2011

Quedan 527 días (A río revuelto, ganancia de pescadores)

Casi una semana sin escribir una palabra. La culpa no ha sido mía. Más bien de los acontecimientos. Estuve hasta el viernes en el camping de Júzcar. He pasado unos días de relax y sosiego que me han servido para cargar las pilas en cierta medida. Todos esos días de contacto con la naturaleza parecían que me querían reconciliar con el mundo y con la raza humana, pero nada más llegar a Málaga, la primera en la frente. No podía esperar efectos tan desastrosos. Pero, me armo de paciencia y cuento desde el principio.
Conecté el móvil nada más bajar del tren que desde Ronda me trajo hasta la ciudad. Más de veinte llamadas perdidas y casi una decena de mensajes en el buzón de voz que rehusé escuchar. No es de mi agrado escuchar voces familiares intentando expresar una idea coherente ante una máquina absurda. Entre las llamadas perdidas, estaban las de Rubén y Gabi (llevo varias semanas sin saber de ellos ni de sus dichosas miercoladas), Mónica y Marcela (las dos 'emes'), la vaca burra (me sorprendió bastante que me telefoneara) y varios números de móviles y fijos desconocidos. Me dirigí al apartamento en taxi. Nada más entrar en el portal me asaltó un mal presentimiento, que se confirmó en cuanto me encontré la puerta del piso precintada por la policía. Llamé a los vecinos de mi propia planta, pero ninguno me abrió. Fue a ellos a quien les hice cierta trastada hace más de un mes. Afortunadamente, una vieja del piso de arriba, graduada en la escuela superior del cotilleo, se asomó en cuanto escuchó sonar tantos timbres. Bueno,eso supuse.

- Hombre, por fin, aparece al señorito -me sorprendió su entonación, que evidenciaba una clara recriminación.
- ¿Perdón?
- Menuda se ha liado en esta santa casa, caballero. Y todo el mundo buscándolo. Ya lo daban hasta por muerto.
- ¿Cómo? -pregunté estupefacto.

Aquella sesentona en bata me relató con todo tipo de detalles lo que ha acontecido en los últimos días en torno a mi querido hogar, ahora desvalijado y casi ultrajado. Tuve, eso sí, que ir interpretando la historia que me contaba y suponiendo nombres propios que ella desconocía, como Marcela, Mónica o Teresa.
Mi querida argentina sufrió un ataque de desesperación y odio hacia mi persona y se transformó en un verdadero torbellino en el interior de mi casa. Fue tal el escándalo que varios vecinos avisaron a la policía, aunque antes de que llegaran ellos, hizo acto de presencia la 'pihippy'. El encuentro no fue violento físicamente, pero sí dialécticamente. Mis dos amadas se conocieron, se interrogaron, encajaron piezas del puzzle y me maldijeron. Por ese orden. Todo eso acontecía ante mis convecinos, para los que era y soy un completo desconocido. Todos se confabularon contra mí y se apiadaron de mis dos ex 'emes', ya que las avisaron de la pronta llegada de los agentes del orden. Ambas huyeron juntas y unidas por el resentimiento hacia mí. De ellas poco ha vuelto a saber la vieja que me relató este culebrón de rellano. Se dejaron la puerta abierta. Y cierto vecino, cuya identidad no me quiso desvelar la amable señora, propuso sacar provecho del río revuelto. En este caso las ganancias de pescadores, fueron las escasas cosas de valor que no habían sido destrozadas por el odio de Marcela.
Después llegó la policía. Nadie dijo saber nada de lo acontecido. También apareció en aquella rocambolesca escena mi casero, que juró en arameo contra mí, entre otras cosas, porque no daba señales de vida al otro lado del teléfono. Y yo andaría en esos momentos bañándome en las aguas del río Genal o tumbado en la hamaca que me dejaron sus propietarios o degustando los productos de su huerta.
La policía tomó huellas e incidió en mi búsqueda. Hicieron la búsqueda por hospitales y alojamientos, pero al parecer no dieron con mi registro, del todo legal y reglamentario, en el camping de Moclón. Avisaron a Teresa, que también se unió a aquel teatro por donde se habían paseado la aversión y el rencor contra mi persona. Mi querida vecina sexagenaria me sugirió que me pusiera en contacto con la policía, pero, una vez más, usé la técnica del avestruz. Escondí mi cabeza de nuevo y me fui a Pedregalejo. El hotel La Chancla estaba con un overbooking lógico de la temporada alta. Pero, justo detrás vi una casa en alquiler. En el centro del antiguo barrio de pescadores. No es mal sitio para perderse. Ese laberinto de moradas de origen humilde junto al mar siempre me ha parecido un lugar único. Recóndito, pero con el inconfundible sabor a Mediterráneo. Llamé al teléfono, pero el señor que me atendió me dijo que me esperara al día siguiente. Era casi la medianoche. El precio, 700 euros mensuales, con una fianza de 1.400.
No tuve más remedio que buscar acomodo en un banco del paseo marítimo. Tuve que esperar dos horas a que aquello se despejara. La noche fue húmeda y fría. Apenas me pude tapar con la ropa sucia que me había traído del camping (el saco de dormir y la tienda los dejé a buen recaudo en las orillas del Genal). En la pequeña maleta metí mis pies y usé algunas hojas de palmera para ponerlas debajo de la ropa y provocar algo de calor. Por la mañana no me despertaron los rayos del sol, pero sí las voces de dos policías locales. Me pidieron la identificación y les di mi pasaporte. Por radio pidieron antecedentes y se encontraron con que era un desaparecido. Oficialmente lo era así porque la vaca burra puso la denuncia. Era la única forma de poder localizarme, tal y como explicaron los agentes horas más tardes en al comisaría. No estaba acusado de nada, pero me sentía señalado y humillado, como cuando eres un niño y recibes una merecida regañina. Me dejaron la opción de denunciar a Mónica y Marcela, pero decidií que lo mejor era olvidarlas lo antes posible. Pregunté a un policía si podían decirme si la argentina había salido o no del país. Y me respondió algo que me molestó al principio, pero ahora me hace gracia: "Mire, usted, si me hubiera traído la bola de cristal, se lo diría, pero hoy no es su día de suerte". El azar no me fue del todo esquivo. Los agentes me entregaron mi cartera que contenía todas mis tarjetas de créditos, pero ni un euro, claro.
En la comisaría me aconsejaron que me pusiera en contacto con mi casero, porque éste pensaba querellarse contra mí. Evidentemente, no les hice ni caso. Con lo puesto y con mi portátil a cuestas, me fui de nuevo a Pedregalejo. Saqué dinero del cajero para la fianza y me metí debajo de aquella casa antigua amueblada al estilo impersonal escandinavo. Hasta hoy lunes no he salido de aquí. He hablado con Gabi para contarle todo lo que me ha acontecido. Eso sí, he aguantado una bronca por haber desaparecido del mapa. Me ha dicho que más que a la comisaría deberían mandarme más a menudo el manicomio.
Bueno, ahora las aguas se calman algo. Ahora en lo único que pienso es en esta cuenta atrás, que no cesa, y que ya nos deja sólo 528 días para el fin de todo esto.

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