viernes, 29 de julio de 2011

Quedan 510 días (Casi vive su propio apocalipsis)

Otra vez me ha asaltado una sensación de 'jet lag'. Esta vez es en el hospital Carlos Haya. Habitación 356. Podría decir que llevo un año aquí o que llevo simplemente dos minutos. Es lo que tiene entrar en coma por un traumatismo craneoencefálico. ¿Será esto cosa del dichoso 'kharma' o simplemente será la causa de mi falta de respeto hacia los demás? Sinceramente, no creo que me merezca ser golpeado brutalmente por mi ex vaca burra. Me hubiera conformado con una buena regañina. Incluso hubiera pagado una multa muy a gusto, pero creo que este castigo físico ha superado con creces el daño que le hice esa noche a Teresa. Eso sí, tengo que agradecerle que con los golpes que me dio -primero con un taburete de madera y después con una botella de Larios- ha logrado ponerme en contacto con el fin de todo esto. He estado cinco días en coma. Ingresé en urgencias esa fatídica noche en la que la vaca burra sacó todo su rencor hacia mi persona. Besarse con una guiri alemana beoda a tres metros de ella no justifica en ningún momento la agresión. Es más, creo que tarde o temprano esto hubiera pasado. La teutona era Zelma, a la que hacía semanas que no veía. Me la encontré una hora antes de mi paliza en el Ática, un bar que, por cierto, cada vez abusa más de la música 'indie'. Sus mofletes rojos y su aliento evidenciaron que estaba harta de Jagermeister. No hizo falta intercambiar muchos vocablos en alemán. Se me lanzó ávida de lujuria en mis brazos. Desgraciadamente, la escena fue observada atentamente por Teresa, a la que había saludado dos minutos antes. Me sorprendió verla allí . Después haber leído su extraña carta, mi reacción fue mofarme de ella y de sus kilos de más. Aguantó esa provocación, pero no los besos voluptuosos de la nibelunga. A partir de ahí, poco recuerdo. Pero, los testigos relataron a los agentes de la Policía Nacional que Teresa tomó un taburete con fuerza y me atinó en la espalda. No le fue suficiente que cayera y me diera con una de las barras del bar. Se ensañó con mi cabeza, a la que golpeó entre cuatro y cinco veces con una botella de ginebra.
Ingresé inconsciente en el hospital y entré en coma. Es triste decirlo, pero sólo me ha visitado la policía. Me da igual. Ayer salí de mi letargo, pero todavía hoy me siento débil y muy cansado. He sido alimentado todos estos días con suero. Le he preguntado a una de las enfermeras que si había algo de colesterol o ácido úrico en él. Se ha reído y eso me ha levantado las ganas de flirtear con ella. Aún así no sé cuando volveré a la normalidad mental y física. Los médicos dicen que he tenido mucha suerte por salir del coma y por seguir vivo. Bueno, el azar fue el que también me situó en aquella escena del Ática. Seguramente, el lunes me den el alta y pueda denunciar a la enajenada de Teresa. Sólo sé que fue detenida y ahora está libre, pero con cargos y sin fianza. La muy desgraciada no sólo ha estado a punto de matarme. También ha conseguido que pierda más de una semana de disfrute.
Me siento raro sin mi ordenador. Se lo he pedido prestado a mi compañero de habitación, un joven con aspecto de 'freaky' que asusta. Tampoco sé dónde está mi puñetero móvil. Quizás se quedara en el bar. Y me pregunto al mismo tiempo dónde carajo estarán Rubén y Gabi. ¿Y las dos 'emes'? ¿Y Zelma?
Al menos, sé que quedan 510 días y que después de lo ocurrido tengo que hacer un mayor esfuerzo para pasármelo bien.

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